jueves, 16 de abril de 2020

QUINIENTOS AÑOS

De entre las medidas de profilaxis a las que me obliga esta "Prisión provisional" (esperemos que no se traduzca en "Cadena Perpetua") tan importantes como las físicas son, las mentales. Una de ellas es la que ya hace tiempo vengo aplicando, como es la de no ver informativos. Por ello a la hora en la que, con nocturnidad, se producen los "bombardeos", visualizo cualquier otra cosa. En estos momentos le ha tocado en suerte a una serie titulada "Isabel" que en su día emitió la que cadena que pagamos todos los españoles (Vale, ya sé que ahora pagamos a otras muchas).
Lo que llevo visto hasta ahora es de mi entera satisfacción; pues, la realización y la dirección,  así como la interpretación de la mayoría de los actores (siempre hay aspectos mejorables en mi opinión) tiene un elevado nivel de calidad.
Más allá del relato histórico, que nos presenta los aspectos por todos conocidos de la que fue, quizás, la reina más famosa de nuestra historia, las conclusiones que se extraen son más interesantes que los meros hechos. Bien entendido que los hechos no son más que la base de las consecuencias.
Si bien la historia transcurre en el entorno de la monarquía y la nobleza; nada de lo que allí acontece o aconteció, es diferente a cualquier otro entorno del poder; sea este noble o plebeyo.
Como ocurre en todo entorno palaciego, aunque este sea el "Palacio de la República" las bases fundamentales sobre las que se asienta el poder, o el que aspira a alcanzarlo, son inmutables a lo largo de la Historia, por muchos siglos que pasen. Los cimientos, sólidamente construidos, son: la ambición, el engaño, la mentira, el dinero, y la instrumentación del Pueblo como carne de cañón, usada por los unos y por los otros.
Muchos antes de que el "Despotismo Ilustrado" nos ofreciera la cara visible de ese despotismo con su cínica frase " Todo para el pueblo, pero sin el pueblo"; la plebe ya era el ariete del que todos se servían, y se sirven, para sus espurios intereses.
Cinco siglos han pasado desde la época en que se datan los hechos que se narran; y nada, absolutamente nada, ha cambiado.
Entre los personajes que aparecen, aunque estos lo hagan esporádicamente, o en un tercer plano, nos encontramos con los denominados "Cronistas de la Corte". Pertrechados con sus portátiles "recados de escribir", trasladaban al pergamino, aquello que los unos y los otros, les decían que debían transcribir, y aquello que no debían hacer constar.
Los hechos se transmutaban para que, los coetáneos y la posteridad, tuvieran conocimiento de "la verdad" de lo acontecido.
Cinco siglos después, todo sigue igual. Desnudados los protagonistas, sus cuerpos y sus mentes actúan de una manera tan igual y regular como la rotación de la Tierra. Unos han cambiado los jubones  y las calzas,  por trajes de Armani; y los cronistas, sus recados de escribir, por ligeros ordenadores. Pero la sumisión al dictado del pagador, es la misma.
En la calle, el Pueblo (que ese no ha cambiado de nombre) sigue siendo el mismo Pueblo que hace quinientos años. Lo único que ha cambiado en este es, que han copiado las mismas "virtudes" que los poderosos. Formaron esa clase social a la que se dio el nombre de "Burguesía" con la que los poderosos les hicieron pensar que por ello, dejaban de ser Pueblo. Cuando en la realidad, no habían cambiado más que su forma de vestir. No lo hacían de terciopelo, y tampoco de estameña; usaban un paño más suave que esta, en la creencia de que eso les hacía escapar de las zarpas de los poderoso.
Su aspiración siempre es la misma, llegar a formar parte de lo que antaño se denominaba "Nobleza" y que en nuestros días se denomina "Casta".
Aquellas gentes de antaño, son las mismas gentes de ahora. Algo más limpias por fuera; pero, igual de putrefactas por dentro, que desprenden un aroma fétido, a pesar de la gran cantidad de fragancias con las que enjugan sus cuerpos.
El Pueblo, tampoco ha cambiado gran cosa. Sufre, trabaja, ignora, come, bebe, fornica; poco más. Eso sí, debe seguir pagando diezmos y primicias al poder, aunque ahora se les denomina Impuesto Sobre la Renta de las Personas Físicas.
Son, con quinientos años de diferencia, "Los mismos perros, con distintos collares"

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