Aquellos de los lectores que sus espaldas soporten más de sesenta primavera, recordarán a buen seguro habrán vivido la experiencia de burlar la censura cinematográfica encarnada en el portero de un cine.
El censor, encargado de velar por la moralidad y las buenas costumbres, calificaba las películas según su contenido y su moralidad.
En esos años en los que las hormonas se apelotonaban en nuestro cuerpo como los coches un lunes en la M30, era visita obligada ir a la iglesia de San Esteban para ver la calificación moral de la cartelera del pueblo. Ni que decir tiene que se buscaban aquellas cintas calificadas como de 3R, que en el argot censural era las denominadas "gravemente peligrosas". Esta simple calificación ya nos alteraba los pulsos, y la imaginación volaba hasta los terrenos inexpugnables de la concupiscencia.
La decisión estaba tomada; ya solo quedaba sortear al cancerbero que la censura ponía a la puerta del cine para evitar que nuestros ojos y nuestras mentes sufrieran los ataques del maligno.
No era una labor sencilla aparentar los años que no se tenían, por lo que la imaginación de adolescente debía trabajar de lo lindo para que los 14 años se convirtieran en dieciocho. Cuando aun el bozo no era más que proyecto de futuro, crecer en unos momentos la friolera de cuatro años no era fácil. Había dos tácticas complementarias para rendir la fortaleza del portero. Una era la apariencia física. Poner cara seria y formal, como de aquel que ya está de vuelta de todo. Unos papeles de periódico en los zapatos para aumentar la altura un par de centímetros, y rellenar el abrigo con un par de jerséis para dar volumen a nuestros esmirriados cuerpos de adolescentes. La segunda táctica era pura estrategia de comando atacante. Era necesario aprovechar los momentos de máxima aglomeración para que el aturullado portero bajara un poco la guardia. Situación que se aumentaba creando unas pequeñas avalanchas a base de empujones para que el portero tuviera que prestar más atención a no ser arrollado que vigilar la edad de los aspirantes a espectadores lúbricos.
Naturalmente no siempre la estratagema funcionaba; y en estos casos, cual general derrotado nos tocaba revender la entrada, tras el fallido intento.
Mañana, muchos años después, y en estos tiempos en los que las hormonas ya no circulan y viven el sueño de los justos, veremos que se producirá el fenómeno contrario al de nuestros mis años mozos.
Los muchachos buscarán estrategias para aparentar tener menos años de los que realmente tienen para eludir la vista del "Gran Hermano Censor", y podre dar descanso a la tablet, y al móvil, y respirar un poco de aire puro; y, cómo no, echarse al coleto unos cigarrillos rellenos de tabaco o de otras hierbas aromáticas. Son cosas del extraño cambio social.
De la misma manera que solo los dioses conocían los criterios por los que el Censor se guiaba para dar la calificación moral de una película y con ella establecer la edad en la que se podía ser visionada; de igual forma, es desconocido el criterio del "experto" que ha determinado que a partir de mañana pueden salir a la calle los ¿niños? de hasta catorce años.
Uno que es muy ignorante en materia sanitaria y microbiológica; pero, que no suele comulgar con ruedas de molino, por resultarle indigestas, no alcanza a comprender el porqué se establece la frontera en los 14 y no en los 12, o en los 16. De la misma manera que tampoco llega a comprender que se establezca, manu militari, esa frontera.
Esta duda que me surge no es arbitraria, y bebe sus aguas en las mismas fuentes que los "expertos". Si se reconoce que no se tiene, porque los datos son tan inexactos que de nada sirven, un mapa epidemiológico que permita una razonada toma de decisiones; si, existe una ignorancia total sobre quienes son los nichos de población contagiados pero asintomáticos; si, paralelamente se autoriza la salida de personas adultas a pasear un perro, comprar tabaco o el periódico, o salir al campo al cazar. Me ocurre, como me ocurría en mis años de hormonas alborotadas, respecto a los criterios del censor. No lo entendía. Y muchos menos lo comprendía cuando, tras ver la película, mi moral estaba tan intacta como el día de mi nacimiento; y los pulsos habían vuelto a su frecuencia habitual.
Mañana veremos aparecer las modernas tácticas de despiste al censor encarnado en el policía de turno. Desde intentar aparentar ser un niño de teta, hasta el establecer comandos de detección del "Gran Hermano"; todo para poder estar unos momentos con "Lucia" a la que hace dos meses que no puedes coger de la mano o darle un beso. Porque, en estas guerras microbianas, los virus, poco tiene que hacer frente a las poderosas hormonas. Y si estas han estado reprimidas durante dos meses, es bastante probable que salgan en estampida.
No os rasguéis las vestiduras los ortodoxos del confinamiento; porque ya sabéis: "Lo que no puede ser, no puede ser, y, además es imposible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario