domingo, 19 de abril de 2020

EL DATO

Un conocido periodista deportivo, captaba la atención de su audiencia usando la expresión: "Ojo al dato" El dato, era la base sobre la que se sustentaba la información.
El dato es a la estadística, lo que los hechos a la Historia. Y ambos son irrefutables, hasta que la mano del estadístico o del historiador interviene. Es en ese momento cuando, dato y hecho, corren el riesgo de ser desvirtuados.
En estadística, el dato, únicamente es válido si ha sido obtenido mediante un método riguroso, sistemático y homogéneo. Si una de estas tres características falta, el dato deja de tener utilidad.
A diferencia de la demoscopia, la estadística es, en esencia, pura matemática; siempre, claro está que el estadístico abandone, al igual que el matemático, posiciones apriorísticas que condicionen el resultado.
Estos tiempos que nos está tocando vivir, contemplamos con estupor el uso y abuso y que se está haciendo tanto de la Estadística, como de la Demoscopia. De esta última nada nos sorprende; porque el estudio demoscópico nace viciado de origen; siempre sirve a los intereses del cliente. Porque esa es su esencia servir al que paga; y dar el resultado que previamente se ha pactado con aquel.
Los datos, y su tratamiento estadístico, son el único método válido para abordar el análisis de problemas; siempre, como he dicho, que se cumplan las premisas de rigor, homogeneidad, sistemática y honestidad.
Para nuestro bochorno, los ciudadanos, cautivos y encadenados cuales modernos Segismundo en nuestras casas, contemplamos atónitos como se prostituye cada día la Estadística, y su rama familiar, la Demoscopia.
Por poco versado que uno esté en asuntos tan alejados de nuestra vida cotidiana, contempla, cómo día tras días se nos nutre de datos a cada cual más falso, errático y discrepante, con le único objetivo de desconcertarnos aún más en esta catastrófica situación en la que nos encontramos inmersos.
Si a la nula homogeneidad con la que se obtiene los datos, le unimos la escandalosa  manipulación de los mismos, el alma del ciudadano se hunda en la miseria.
Quienes viajan en un barco a la deriva, vuelcan toda su confianza en el buen hacer del capitán y de su tripulación, y en sus manos encomiendas su vida. Sin embargo, si observan que ni el capitán ni la tripulación saben hacer su trabajo, y para ocultar su ineptitud recurren a la mentira sistemática, los ocupantes del barco entran en la más absoluta de la desesperación. Una desesperación que se ve incrementada al ver, por los ojos de buey, cómo buena  parte de la tripulación, lejos de esforzarse en reconducir el rumbo de la nave, dedica su tiempo a jugar a las cartas, haciendo trampas, para quitar el timón al capitán del barco. Un capitán que, atenazado por el miedo, se encuentra encerrado en su camarote llorando como una vieja asustada, incapaz de poner orden entre la tripulación; ni de pedir ayuda para intentar recomponer la deriva perdida.
Lejos de ello, los relaciones públicas del crucero, les cantan a los pasajeros canciones desafinadas para que dejen de mirar por las cubiertas y no vean la realidad de la galerna en la que se encuentran; y no se aperciba de cómo el barco zarandeado por las olas pierde buena  parte del pasaje que cae por la borda para que la mar los engulla.
Si desde el primer instante los datos hubieran sido obtenidos y tratados, con rigor, sistemática, homogeneidad y honestidad, habría base suficiente para poder realizar un análisis riguroso del problema y facilitar la toma de decisiones tendentes a amortiguar sus efectos, y gestionar de forma adecuada los recurso del país, sobre la sólida base de una realidad cierta y no inventada.
Sin embargo, para nuestra desgracia, la "sombra del ciprés" de la política es demasiado alargada, y cubre la haz de nuestros cementerios. Pero, lo muertos y los vivos están en cautiverio; y no nos dejan salir del cementerio.

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