jueves, 7 de mayo de 2020

USOS Y COSTUMBRES

Leo durante estos días un libro, raro ejemplar heredado de mi padre, que es un compendio de escritos de algunas de las obras de algunos de los escritores llamados "Costumbristas" de los siglos XVII, XVIII y XIX. De la mano de Torres Villarroel, Mesonero Romanos, Liñán y Verdugo, Romeo y Tapia y otros muchos, el lector se ve arrastrado al vivificante mundo de la Villa y Corte, en el que habita toda una fauna de diversas especies en la que abunda: damas, caballero, petimetres y cortejos; sin que falten en ella putas y perillanes, pobres y harapientos; y caballeros de capa y espada.
Es este un estilo literario en desuso; pero, que gozó, en su momento, de gran predicamento y no carente calidad, no obstante su engolada forma de literatura, que en ocasiones obliga al lector a poner los cinco sentidos para lograr entender lo que el autor quiere expresar.
Su riqueza de vocabulario, hoy en desuso, solo se puede catalogar de extraordinaria. Un calificativo que debe compartir con la habilidad de los autores para lograr decir lo que se quiere expresar sin que ello fuera en menoscabo de la moralidad y las buenas costumbres. Algunos dirían que, en ocasiones los textos resultan empalagosos y de difícil discernimiento; sobre todo para el lector del siglo XXI para el que muchos de los vocablos le son desconocidos, y ni tan siquiera con la ayuda del Diccionario de la RAE, o de las herramientas que la informática pone a nuestro alcance, es capaz de descifrar. Para aquellos que son gustosos de recibir la cristalina agua del ejemplo de lo que se afirma, os transcribo uno de los muchos párrafos descriptivos que a lo largo del libro menudean.
"Sale un hombre de mediana estatura, poco menos ancho que largo, corto y erizado en cabello, hecha de muchos cabellos cada espina, grueso el pellejo del rostro, el color sin luz, los ojos con desagrado dormido, los bigotes sin gobierno, el cuello corto, los brazos mal tirados, las manos en forma de cucharones con más señales de andar sobre ellas que de obrar con ellas, la cintura donde la quiere poner la canalada pretina, los calzones largos y desatados por bajo, y los pies hacia fuera como navío a quien le da el viento. El sombrero descolorido a manera de negro difunto, la toquilla de grasa, las faldas de viudo a medio consolar, la valona con sed, el vestido pardo y basto, con unos visos de manchas blancas, que se ha curado con friegas, la pretina floja, la espada lejos de la pretina, las medias de color de borrico, los zapatos de ningún color y la capa de paño negro de buena antigüedad, pendiente y resbalándose del hombro izquierdo"
De esta forma tan rebuscada, pero no por ello menos bella, describe Zabala a uno de los personajes de su obra " El día de fiesta por la tarde".
La Villa y Corte vivía en constante ebullición, ya en sus calles, ya en sus plazas, ya en sus tabernas y  lupanares, o en las casas de buen tono, que eran lo que aquellos, pero con la sutil elegancia de la alcurnia.
La Puerta del Sol, o la calle Mayor, nos son presentadas florecientes de vida, regadas con la sangre de los madrileños que por ella deambulan, cada uno a sus menesteres. Unos a dar el sablazo; otros a la busca del provinciano a quien embaucar con un amañado negocio. Sin que faltaran las majas a su negocio, y los petimetres al suyo.
Madrid se nos presenta como una explosión continua de vida. Una vida que recibía  la sangre del corazón de su Puerta del Sol, y que ha circulado durante siglos por las arterias que recogían su sangre , y la repartían por todas las calles y plazas, a través de un sistema circulatorio imparable que llenaba de vida y prosperidad cada rincón del cuerpo madrileño.
Pero, un aciago día de un lejano siglo XXI, el vibrante corazón de la Villa y Corte dejó de latir. Por sus arterias no circulaba ya la sangre que inundaba de oxígeno la alegre villa de otros siglos. Sin damas, sin caballeros, sin petimetres ni cortejos. Ausentes de ellas putas y perillanes, entró en estado catatónico; sin vida, y en la que únicamente la desazón y la tristeza se alimentaban de los despojos de lo que fue una ciudad vibrante como nunca conoció la historia.
En Madrid, ya no hay personajes pintorescos que describir, con la alegre y almibarada pluma de un Zabaleta. De sus tabernas y tugurios no nos llegan las alegres risas de las majas que se burlan de los fracasados petimetres que buscan  consuelo entre sus orondos pechos.
En sus esquinas ya no hay ciegos que no son ciegos; cojos que no son cojos. Tampoco vemos aquellos embaucadores en busca de un "mirlo blanco" de provincias a quien desplumar.
La Puerta del Sol, el que fuera el sano y potente corazón de Madrid, se paró. Nadie sabe el tiempo que tendrá  que pasar para que sus latidos se vuelvan a escuchar, y de él surja la sangre vivificante que riegue sus arterias. Madrid, está triste; lo mismo que lo están las provincias. Esas que en otros tiempos se hacían lenguas de los relatos que de la Villa y Corte llegaban, de mano de los cronistas que de ella regresaban. Todos se hacían lenguas de lo que allí 

vivieron o imaginaron. En provincias se vivía de cara a Madrid. Madrid era el espejo en el que mirarse para vestirse o peinarse o calzarse, o el estar a la última en danzas y contradanzas.
Hoy nadie mira a Madrid, porque de la Villa y Corte solo llega tristeza y desazón, por una vida que se fue y que nunca volverá.


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