
Si ponemos una de esas gotas bajo la lupa de un microscopio obtenemos la respuesta. Cada gota de agua guarda en sí misma, vida. Una vida que si es alterada en todas y cada una de las gotas de agua que conforman los mares, haría que estos fueran diferentes, e incluso podrían llegar a desaparecer, como de hecho ha ocurrido a lo largo de la existencia de nuestro planeta.
Mares que hoy son tierra firme; desiertos que otrora fueron vergeles. Esa ha sido la evolución del planeta Tierra.
Cataclismos de toda índole, internos y externos, ha ido modificando su aspecto exterior y su vida interior.
La Tierra, que un día fue solo agua, creó vida y la vio mutar y desaparecer. Elementos de toda índole participaron en esa mutación. Desde enormes meteoritos, hasta diminutos microbios han contribuido en su extinción. Incluso otras especies depredadoras provocaron la destrucción de la cadena zoológica.
Quizás ha sido la especie humana la última en hacer su aparición, tras un proceso evolutivo desde sus antecedentes más primarios.
El Hombre, quizás por su tardanza en llegar a esa cadena zoológica, es una de las especies más débiles, y a la que le cuesta más trabajo adaptarse al medio en el que habita. Una debilidad que la hace sucumbir con suma facilidad ante las agresiones del entorno que la rodea; y algo que la diferencia de otras especies, sucumbe ante sus propias agresiones.
Ese ser, trasnochado en términos geológicos y zoológicos, se dio así propio valores intrínsecos, como la inteligencia y la racionalidad, que en la realidad no existen. Afirmación que es corroborada por su devenir desde el Hombre de Neandertal.
El hombre, acuñó términos como: Desarrollo, bienestar, progreso, que resumían formas de vida que conllevaban su propia destrucción.
De la misma manera que los mares inmensos son la agregación de incontables gotas de agua; la especie humana no es otra cosa que la agregación de un número determinado de individuos. Individuos que, si los observamos, - aquí no hace falta del uso del microscopio-, al igual que las gotas de agua del mar, tienen vida propia. Una vida que, cuando se altera, provoca, por agregación, el cambio de la especie humana.
A diferencia de las evoluciones zoológicas, o biológicas, que duran millones de años. Los cambios en la especie humana, socialmente considerada, tardan en producirse lo que tarda en secarse la tinta usada en redactar un decreto. Un chasquido de dedos, hace que la vida de esa gota de agua que es el ser humano cambie. Un cambio que mirado desde la atalaya desde la que siempre se contemplan los hechos de la humanidad, impide ver lo que realmente ocurre, y muta en aquellas gotas de agua.
El individuo ha evolucionado hasta ser no un individuo, sino un número. Y como les ocurre a los números, no sirven para otra cosa que para hacer operaciones aritméticas.
El ser humano, dejó de serlo desde el instante en que fue conceptualizado, y numerado. Perdida su esencia, exteriorizada a través de su nombre y de su estirpe, pasó a ser el "ciudadano número..."
Nadie se refiere ya a las personas por su nombre y su estirpe, sino por el número en el que se integran. Ya sea por estar vivo o por estar muerto.
El Ser Humano ha dejado ser tal. Y en consecuencia nada importa, y nada significa lo que porte en su alma. Sufrir, padecer, llorar, desesperarse, son reacciones y situaciones que a nadie importan.
Mientras millones de individuos con nombre y estirpes viven incursos en el miedo y la incertidumbre, nadie mira hacia ellos. En este caso "el bosque nos impide ver los árboles". Es el bosque de la legislación que se ha convertido en una jungla inexpugnable por la que pocos se atreven a transitar, pues se la intuye llena de trampas en las que caerá atrapado para no volver a salir.
De la misma manera que si cambiásemos la estructura de las gotas de agua del mar, este se modificaría. El cambio de las gotas de agua que somos cada persona, está cambiado la esencia de ese mar, grande, pero no inmenso, que es la especie humana.
Cada día que pasa vienen a mi mente aquellos a quienes conozco, y a los que intuyo inmersos en una enorme congoja. Pienso, en aquel joven que me arregla el ordenador. Pienso, en los muchachos jóvenes que hasta hace unos días se ganaban la vida arreglándome las averías de mi coche; pienso, en ese fontanero al que aún le quedan unos años para poder jubilarse; pienso, en los camareros que hasta no hace mucho me servían sonrientes la fría cerveza del medio día; o colocaban solícitos la trona para que mi nieta comiera.
Porque, a diferencia de aquellos que les han convertido en números; para mí, tienen nombre, estirpe, cara y manos que hasta hace poco trabajaban para llevar el sustento a sus familias, y alcanzar ese mundo de ilusiones que dimos en llamar "Estado del Bienestar". La gran muralla de la indiferencia les está arrinconando en los guetos de los que no cobran del presupuesto; que suelen ser aquellos que opinan, si saber lo que opinan; porque, de momento, los garbanzos llegarán a su mesa sin demasiadas dificultades.
Nadie pondrá esas "gotas de agua" bajo el microscopio para conocer su contenido, ni su composición, y mucho menos se harán cargo de sus sentimientos. Esa que muchos defienden y a lo que han dado en llamar "empatía", brillará por su ausencia. Y en el mejor de los casos nos daremos por contentos con esbozar un hipócrita: "Pobrecillos..."
No hay comentarios:
Publicar un comentario