sábado, 2 de mayo de 2020

ADORMIDERAS

Quienes no sois victimas de la LOGSE, conocéis la frase "Die Religion ... Sie ist das Opium des Volkes"  pronunciada allá por 1844  por el insigne Carlos Marx; que, traducida  a nuestro idioma viene decir, más o menos, que "La Religión es  el opio del pueblo". La frase, tan absurda como mal intencionada, es una de las muchas expresiones que han pasado a la Historia y que encierran un mensaje torticero. La frase es absurda, por las razones que más adelante expondré; y mal intencionada  porque, lo que pretendía con ella el ideólogo alemán no era otra cosa que sustituir una adormidera, por otra: El Estado.
Era todo una cuestión de captación de mercado, cambiando un "opiáceo" por otro.
La frase es absurda porque el principio en el que se inspira es erróneo. La Religión, en sí misma, es inocua. Porque, la Religión, cualquier religión, aunque el judío alemán parecía estar pensando en alguna en concreto, no trasciende al hombre. Forma parte de su intimidad y de ella bebe para adecuar su comportamiento ante las circunstancias de la vida. Nace y muere en la persona.
Confundir las cosas, es algo bastante frecuente. Y Marx, como otros muchos, confunde Religión con Iglesia jerarquizada. Las dos grandes religiones monoteístas; materializadas en sus representantes y seguidores; son la parte humana de la Religión, y, por ello, portadoras de todas las miserias, defectos y errores que la condición humana conlleva.
Sería absurdo negar el caracter coercitivo que las Iglesias, que no las Religiones, han tenido y tienen en buena medida en el mundo. 
Sin embargo, a lo que abocaba la frase de Marx, no era otra cosa que llevar a los individuos la adormidera que él quería implantar, y de hecho implantó y aún implanta: El Estado.
El Estado, como la Religión, es inocuo. Lo que no lo es, es,  la materialización del concepto encarnado en el hombre.
En su implantación como herramienta coercitiva, en poco o nada se diferencian Iglesias y Estados. Su fin no es otro que anular la voluntad libre del individuo mediante la manipulación de aquella, o la utilización de la fuerza.
De la misma manera que la implantación de las religiones únicamente pretenden la obtención del beneficio de algunos; es este el único objetivo de los que, amparados en la muralla del Estado, quieren imponer el suyo  propio. Tras las apariencias de los unos y de los otros, a las que se les da cobertura intelectual, no hay otra cosa que ambición, y afán de dominación. En definitiva, Poder y Dinero.
Sí es cierto, y justo es reconocerlo, que la "adormidera" Estado, en buena parte del mundo, le ha ganado la batalla a la Religión. Por interés de ambos, mantuvieron un matrimonio de conveniencia durante siglos; un matrimonio que comenzó a hacer aguas, cuando el  segundo comprobó que podía caminar más deprisa sin arrastrar la compañía de la otra. El divorcio comenzó a fraguarse en 1789, cuando el espíritu de la Revolución Francesa cambió el papel del Estado en las sociedades europeas. No fue una separación uniforme; y aunque el espíritu del 89 nació con fuerza, el arraigo de su "cónyuge" era sólido, y cimentado sobre muchos siglos de dominación de la Religión/Iglesia, sobre el poder dominante.
Hasta la llegada del Estado moderno; la estructura de poder se sustentaba en las monarquías; que a su vez tomaban su fuerza, en buena medida, haciendo uso de la que les proporcionaban las Religiones.
Quienes ostentaban el poder, no tenían ningún reparo; y algunos hasta estaban convencidos de ello, en afirmar que sus decisiones y su propio poder nacía del mismísimo Dios. Y, por lo tanto, sus actos  estaban  ungidos por  la infalibilidad que les daba el Sumo Hacedor; tomara este el nombre que tomara: Dios, Ala, Yahvé.
Cuando el Estado se distanció de la Religión/Iglesia, aquel había aprendido mucho a lo largo de los muchos siglos de convivencia; y, aplicó las mismas recetas que aquella  le enseñó. Unas recetas que convergían en los mismos principios esenciales: la anulación de la voluntad del individuo sobre la base que nunca  falló: el miedo, y, en su defecto, la represión.
De la misma forma que la Religión/Iglesia condenaba a las penas del infierno a los "infieles"; y al potro de tortura y la hoguera, a los "herejes"; el Estado moderno, diseño sus propias herramientas de convicción. Unas, dialécticas; otras, menos sutiles, a la vez que efectivas. La aparición de  la imprenta permitió la propagación de las ideas libremente; por ello, los libros se convirtieron en elementos peligrosos para la Religión/Iglesia. Esta libertad de circulación de ideas y pensamientos, suponía un grave peligro también para el nuevo Estado; y,actuó en consecuencia, imponiendo su propio sistema de censura, para que el "antídoto" que suponía  la Libertad, no eliminara el efecto adormecedor que generaba  el propio Estado.  
Hoy, en que la palabra Libertad y lo que ello significa para el individuo, ha perdido su virtualidad, el Estado extiende sus tentáculos, que no son pocos, para que el opiáceo ,que él proporciona a la sociedad, procure sus efectos de manera permanente.
De la misma manera que se puede constatar que la "Religión ya no es el opio del Pueblo". La adormidera Estado es cada día más efectiva y potente; habiendo mejorado sus canales de comercialización a través de una intrincada red de "camellos" que la facilitan a precio de saldo. 
El Estado lo domina todo; el individuo no es nada ante él y sucumbe ante sus instrumentos de represión. Quienes están afectados por la adormidera, sufren los mismos efectos que los que el opio proporciona. Se vive un mundo irreal. La persona se abstrae de la realidad que le circunda, y únicamente se presenta ante sus ojos la felicidad de los sueños. Una vez que la adicción domina a la mayoría del cuerpo social, poco se puede hacer. Cuando el "opio" nubla la razón, es imposible lograr el cambio. Porque, aquellos que no han sucumbido a los efectos de la "adormidera", saben que los que suplan a los que en cada momento ostenta el poder, serán reemplazados por otros; quienes no harán otra cosa sino aplicar las mismas reglas que los antecesores, proporcionando a los individuos sus propios opiáceos; que, en esencia, se diferenciarán poco del que usaron aquellos

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Por ello, Carlos Marx, de haber sido honesto, habría dicho: La Religión y el Estado son el opio del Pueblo". Pero, la honestidad es un producto que entra en competencia con el "opio"; y que puede dar lugar a la aparición de un revulsivo  tremendamente dañino para esa "adormidera": La Libertad Real.

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