viernes, 1 de mayo de 2020

SINDROMES

Cuando un individuo ve alterada su vida de manera brusca, desarrolla determinadas patologías físicas y mentales a las que les solemos dar el nombre genérico de "Síndrome". El "síndrome" es la herramienta que el cerebro usa para aceptar lo que la consciencia no entiende, o no quiere entender. Muchos son los "síndromes" que el hombre ha desarrollado a lo largo de la Historia; al que ahora habrá que añadir, al menos, uno más, al que yo denominaría "Síndrome del vientre protector".
Tras dos meses de encierro en nuestras casas, muchos y variados son los síntomas que nos dicen que algo dentro de nosotros ha cambiado; y no me refiero al miedo por el futuro económico; sino, al que yo denominaría "Síndrome de miedo al otro".
El que yo he dado en llamar "síndrome del vientre protector" se está manifestando ya en algunos niños pequeños; quienes, están siendo reticentes a dejar el hogar para salir a la calle, e incluso se han hecho miedosos para andar. Tras dos meses de ser el centro de atención de sus padres y hermanos, de sentirse seguros en el ámbito familiar ,donde se les presta atención las veinticuatro horas del día. Una atención que antes no tenían y que es una atención anormal y extraordinaria, se han visto regresar a la seguridad del vientre materno en cuyo interior ningún peligro les acecha. Esta situación ha creado un vínculo anormal entre el hogar y la familia y el individuo. Un estado de bienestar placentero, al que no se quiere renunciar.
En función de la edad del niño ese "síndrome de vientre protector" está tomando diversas formas. Si Dios no lo remedía esta situación aún se prolongará muchos meses más; lo que, en mi inexperta opinión, no hará otra osa que agravar ese grado de dependencia del niño con el hogar y la familia.
Todos los niños a partir de un año han visto alterada su rutina de vida. Unos han dejado de asistir a las guarderías; otros a los colegios, y han trocado esos incómodos lugares por el bienestar del hogar familiar. Un hogar en el que nada les falta, y en el que padres y hermanos, son un extraordinario modelo de juego y distracción continuada. El "Nirvana" de todo pequeño. Padres que les prestan atención durante las veinticuatro horas del día; continuos juegos y juguetes nuevos o inventados. Hasta el hacer bizcochos se convierte en una diversión. El niño no se ve obligado a madrugar para ir al colegio; duerme todo lo que quiere con gran alegría de los padres que, de esta manera reducen las horas en las que deben ser los "animadores" de los hijos. En la casa, no hay que comer la comida del colegio o la guardería. Mamá les hace siempre lo que les gusta. La casa y la familia se han convertido en una permanente carpa de circo cuyo espectáculo  dura 24 horas cada día.
Cada día que pase, ese síndrome se ira afianzando en las mentes de los más pequeños; y cada día que pase, será más complicado eliminar el "síndrome del vientre protector". Si a todo esto se le añade que el salir de la casa no tiene atractivo ninguno; porque, no pueden relacionarse, ni jugar con otros niños; ni tan siquiera deslizarse por un tobogán. Si hasta el tiempo de salida, y el espacio autorizado para su diversión está tasado ¿qué aliciente tiene un pequeño de cuatro o cinco años para salir de casa? Caminar sin rumbo para ir a ninguna parte; pasar delante de columpios y toboganes y no poder disfrutar de ellos; ver al compañero del colegio y no poder acercarse a él; son elementos poco atractivos para que los niños quiera abandonar el "vientre protector" que es el hogar.
Si a los "síndromes infantiles" les añadimos los que hemos desarrollado los adultos, el panorama psicológico de los ciudadanos es sencillamente lastimoso.
Como corolario de todo esto, está surgiendo en todos nosotros, sobre todo en los que ya tenemos una edad, y que gozamos del beneplácito del algunos para seguir viviendo, el "síndrome del anciano estorbo". Lo que lleva a haber desarrollado un nuevo miedo: el miedo a enfermar.Porque, ahora un anciano enfermo, no es un anciano enfermo; es un coste social que hay que eliminar.Y en la tristeza del futuro que nos espera recordamos  la letra de una canción de  Serrat que dice:

El sacristán ha visto
Hacerse viejo al cura
El cura ha visto al cabo

Y el cabo al sacristán
Y mi pueblo después
Vio morir a los tres
Y me pregunto por qué nacerá gente
Si nacer o morir es indiferente


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