viernes, 15 de mayo de 2020

EL EJERCITO

Sin saberlo ni quererlo hemos sido reclutado para formar un ejército que debe combatir en una singular guerra. Una guerra en la que el enemigo sabemos que existe, pero al que no vemos. Una guerra en el que los soldados deben combatir sin armas contra un enemigo que les ataca de manera discrecional, sin seguir ninguna regla. Todos hemos sido reclutados de manera forzosa sin que se puedan alegar razones de conciencia o estado físico o mental para no hacerlo. No hay posibilidad de ser Objetor de Conciencia. El reclutamiento no ha distinguido clases, sexo, religión o condición social. Todos hemos sido enviados al frente de batalla a luchar en desigual combate.
El enemigo dispara sus armas a discreción. No se fija un objetivo concreto. Sus balas se disparan sin fijar el blanco, y nadie está a salvo de sus impactos. Las heridas que inflige, como en toda contienda, son diverso grado. Unas leves, y otras mortales.
Como en todo ejército ocurre, los soldados afrontan su destino con diferente ánimo. Como en todo ejército ocurre los soldados tienen miedo, y se enfrentan a él de manera dispar. Unos, incapaces de superarlo, se paralizan y permanecen atrincherados tapando sus ojos y oídos para no ver lo que ocurre a su alrededor. Otros, más valientes o temerarios, superan ese miedo, o sencillamente lo ignoran y salen de la trinchera en busca de su destino. Muchos de los que superan el miedo, o al menos lo amortiguan, precisan de la ayuda que a lo largo de los siglos se ha usado en los campos de batalla: el alcohol o las drogas. En todo frente de batalla, puede escasear muchas cosas, desde la munición a los alimentos; pero, nunca ha escaseado el alcohol. Los generales saben lo que aquel significa para desinhibir al soldado y que este combata casi desde la inconsciencia.
En esta lucha en la que nos encontramos combatiendo, existe un denominador común con algunas de las guerras convencionales que la humanidad ha sufrido. Ese elemento común es: la incompetencia de los generales para dirigir a sus tropas; y la nula capacidad para establecer estrategias que permitan aminorar el número de bajas de sus filas. 
Unas veces optan por la estrategia de la espera. Atrincherando a sus soldados a la espera de que el enemigo se desgaste. Una estrategia de poco sirve porque el fuego graneado del enemigo penetra los endebles muros de las trincheras. Más adelante, lanzan a las tropas a campo abierto y a pecho descubierto, con la esperanza de que así, se justifiquen como actos de heroísmo las perdidas en vidas humanas de manera inútil.
Como tantos y tantos malos generales que han existido a lo largo de la Historia, no han escuchado las opiniones de sus capitanes, a los que no dudaban en relegar del mando o de fusilar si cuestionaban sus decisiones acusándoles de Alta Traición y fusilándolos al amanecer.
Son esos mismos generales que callan las voces discordante, en el paredón de fusilamiento, considerando que sus críticas son un delito de deslealtad o traición.
Todas las guerras son iguales; y todos los soldados son iguales; sin embargo, los generales que guían a las tropas no son todos iguales. Los hay como los descritos; y existen los grandes generales que son capaces de guiar a sus huestes a la victoria, poniéndose ellos los primeros al frente de los ejércitos. Son esos generales que admiten que su opinión no es necesariamente la mejor; y por ello escuchan a sus capitanes. Son esos generales capaces de ser ellos los primeros soldados que arriesgan la vida. Estos buenos generales gozan de la confianza y de la lealtad de todos sus soldados, y siguen ciegamente sus órdenes en la convicción de que el general, gane o pierda, la batalla, vela por sus vidas, incluso por encima de la victoria.
En este ejército que hemos formado sin quererlo, hay demasiados generales y todos malos. Sus huestes son tratadas de manera diferente por los generales al mando, lo que lleva a que aquellas hayan perdido la confianza en ellos; y no pocos hayan tomado el camino de la deserción, a un a riesgo de que la Policía Militar les detenga y envié a prisión.
Los desertores, prefieren morir o vivir sobre sus propias decisiones; que hacerlo desde la desconfianza que le transmiten sus generales.
La guerra en la que combatimos, posiblemente ganaremos; pero, si ello sucede, no será por le buen hacer de nuestros generales; sino, por la labor de toda la clase tropa que habrá logrado que el enemigo se retire a sus cuarteles de invierno. La victoria no se logrará de manera definitiva; porque, este enemigo nunca podrá ser derrotado. En el mejor de los casos lograremos neutralizarlo en sus posiciones durante un tiempo, y estará a la espera de que se den las condiciones propicias para atacarnos de nuevo.

jueves, 14 de mayo de 2020

CINE FORUM

Quienes ya habéis cruzado la barrera de los sesenta, recordaréis la figura de "El Cine Forum"; una suerte de reuniones de índole cultural y político que, so pretexto del análisis y discusión de películas entonces denominadas de "Arte y Ensayo", sorteaba de aquella manera la férrea censura del gobierno sobre los díscolos políticos. 
En esos foros se exhibían todo tipo de películas raras cuya inteligencia era dificultosa, y de temática ecléctica.
Pronto a concluir el visionado de la serie de TV Isabel, voy a realizar mi particular Cine Forum sobre ella, pues creo que merece la pena dedicarle unos minutos a ello. Aquellos que la hayáis visto, este comentario poco les aportará, porque habréis sacado vuestras propias conclusiones, y esto poco o nada o descubrirá. Aquellos que no habéis visto quizás estas lineas os sirvan de estímulo para hacerlo. 
Desde el punto vista técnico, son muchos los valores positivos que tiene; y pocos los negativos que yo le he encontrado. Un pero que quizás tiene la serie, es la de la incorrecta traslación al espectador de los espacios temporales que se suceden a lo largo de ella. Dando al espectador la sensación de que el ir y venir de los personajes se produce como si en el siglo XXI se desarrollara la acción. Mensajeros y embajadores que se mueven de aquí para allá, a distancias inmensas para la época, sin que los protagonistas hayan cambiado de vestuario. 
La elección de los actores, en algunos casos, no ha sido la adecuada, pues se les nota falta de oficio y por ello se ven obligados a forzar las interpretaciones, lo que les hace perder naturalidad.
Pero como digo, en líneas generales, la serie tiene gran calidad y merece la pena verla.
Desde el punto de vista argumental, se nos refleja una época de la Historia de España de una enorme riqueza vital, y de no poca importancia histórica.
Los personajes que en ella intervienen se pueden agrupar en dos grandes grupos: Opresores y oprimidos. Unas categorías perfectamente permeables, y en las que se producían movimientos de continuo. En los que se enmarcan en la primera categoría, un denominador común tienen todos ellos: la desmedida ambición por el poder; de la que no se libra ninguno de ellos, altas instancias de la Iglesia incluidos. En esa faceta, todos son iguales. Las traiciones y las deslealtades hacían un perfecto maridaje en todos ellos; ya fueran Reyes, príncipes, noble, o eclesiásticos.
Los oprimidos eran lo que siempre han sido a lo largo de la historia; aunque en esta categoría, algunos arrastran una pesada carga superior a la de los demás. El llamado "Pueblo Llano" fue el primero; pero no el único. Hijos de la realeza, sufrieron en sus propias carnes el peso de la opresión; siempre justificada por los intereses supremos de la Corona. Manera eufemística que se usaba para enmascarar la anteriormente mencionada de la ambición y el ansia desmedida de poder.
Como corolario de estas situaciones, ya de por sí cruel, nos aparece Dios, Cristo y la Fe Verdadera. Son los tres pilares hipócritas sobre los que se sustentan las acciones crueles que sobre los oprimidos se ejercían. Dios, Cristo y la Fe Verdadera, se presentan como la tabla de la verdad que justifica todo tipo de actos por horrendos que estos sean.
La vida es tos oprimidos en sus diversas categorías, no valía nada; y como nada valía se malbarataba en múltiples frentes. Ya fuera en las innecesarias guerras; ya fuera por la obsesión de convertir a las personas a la Fe Verdadera, ya fuera para lograr alianzas que ampliaran territorios y poder.
Mención aparte merecen las figuras de las mujeres de la corte y la llamada nobleza. La serie nos presenta de manera descarnada y cruel, sus desgraciados destinos como personas; personalidad que literalmente se nos presenta anulada desde el mismo momento de su alumbramiento.
La vida y la muerte de cualquiera de ellos, siempre era valorada en términos de importancia estratégica política y sus repercusiones futuras.
A los guionistas, quizás, se les ha ido un poco la mano en las en ocasiones demasiado almibaradas escenas de amor, de difícil comprensión en gente tosca y burda, por muy reyes que fueran. Pero, es inevitable en este tipo de producciones el ceder a los encantos del amor sensiblero, poco habitual en la época.

No me extenderé más porque en otras entradas del Blog ya me he referido a algunos personajes de la serie. Una serie que es altamente recomendable visualizar, por su calidad y por retratarnos una época de la Historia de España que fue de una enorme importancia para el futuro que llegó después. Muchos de nuestros éxitos, al menos en apariencia; y muchos de nuestros fracasos como nación, se gestaron en estos años en los que se centra el relato.
¿ Hubiera sido otra la historia de España si los protagonistas hubieran actuado de manera diferente? Seguro; pero, lo que no sabemos ni sabremos es si hubiera sido para bien o para mal.
¿ Qué hubiera ocurrido si al trono de Castilla hubiera llegado la princesa Juana "La Beltraneja", en lugar de Isabel I de castilla? Pues, evidentemente, nunca lo sabremos. Esos son los misterios del destino que acompañan a los pueblos.

lunes, 11 de mayo de 2020

NO EXISTE YA

"El hombre es un animal social" nos decía Aristóteles.
"La Sociedad está  por encima del individuo" nos decía Ortega y Gasset.
Estas afirmaciones, y otras de semejante tenor, que han sido mantenidas a lo largo de los tiempos, en la España de hoy, han perdido su virtualidad. La razón de ello es simple: la Sociedad española ha desaparecido hasta como concepto.
Para que un grupo de individuos, que viven en un mismo territorio, pueda ser considerado como grupo social, sus pautas de comportamiento deben cubrir unos mínimos. La Sociedad, para poder ser considerada como tal, implica que los elementos  que la integran no solo habiten el mismo espacio territorial, sino que entre ellas exista convivencia. Vivir y convivir no son la misma cosa. Vivir es un hecho puramente biológico; convivir es el conjunto de actos comunes que interrelacionan a unos individuos con otros. Sin convivencia, no existe Sociedad. Por ello a aquellos elementos que se aíslan del grupo, se les denomina "asociales" ; es decir, carentes de la facultad o el deseo de vivir en unión de otros.
En nuestros días los españoles, hemos dado un paso, no sé si definitivo, hacia la regresión social; dejando de ser un animal social, para ser un mero individuo cuasi aislado del resto.
Las pautas internalizadas a lo largo de los siglos por el grupo de individuos denominado España, han variado hasta situándonos en la escala biológica en su nivel más bajo.
Cuando las relaciones interpersonales son reducidas a su mínima expresión, no se puede afirmar, en puridad, que exista Sociedad. Si los individuos no pueden relacionarse entre sí físicamente, su cualidad esencial como persona sociable desaparece.´
Hoy, España, está formada por un grupo amorfo de individuos que nada tienen común, salvo las leyes que les obligan a vivir aislados unos de otros. Hemos creado la monosociedad, que es el equivalente al aislacionismo.
Convivir y crear sociedad implica el intercambio de afectos y sentimientos, con la expresión física que ello implica. Los miembros de una sociedad, para que sea tal, precisan expresar sus sentimientos en cada una de las situaciones que les toca vivir. Ya sea para mostrar alegría, dolor, amor, o decepción. La alegría y el dolor que no puede trascender a los demás, no pasan de ser sentimientos individuales; no sociales. Quienes no pueden besar, abrazar, bailar, cantar ni tan siquiera caminar junto a otros; no pueden decir que forman una Sociedad. Quien no puede sentir el roce de la persona amada es como si ambas carecieran de sentimientos. No es amar no gozar de cada uno de los centímetros de la piel del amante, y no poder saborear hasta la última gota de cada uno de sus fluidos.
No es niño quien no puede correr, o, libremente, jugar con otros niños, y así comenzar su vida como animal social. No se es joven cuando no se puede abrazar el cuerpo de otra persona joven hacia la que nos sentimos atraídos. No es amante quien no puede amar con toda la intensidad que nuestros cuerpos piden. No se es adulto si no puedes hacer lo que no pudiste hacer de joven; comer en compañía de buenos amigos; abrazarse para celebrar el gol de tu equipo favorito; o bailar un bolero agarrado a tu mujer o marido o pareja o amigo, en esas noches en las que los hijos nos han dejado de precisar.
No es Sociedad aquel grupo de individuos que no puede rendir tributo a sus muertos; quién no puede celebrar sus esponsales con todos lo que se alegran de su felicidad. No se es abuelo si no puedes ver a tus nietos, ni besarles en los mofletes, ni ayudarles subir a un tobogán. Y no se es niños, si no se puede vivir como viven los niños; ni se puede ser estudiante, si no se puede acudir a las aulas.
Hoy, los españoles no podemos hacer nada de lo que significa convivir. Hoy los españoles, no somos una Sociedad. Somos nada más que un grupo aislado de individuos que viven bajo la tutela de unas Leyes que nos aherrojan, y nos  limitan como personas y como ciudadanos.
Sin embargo, las Leyes no conforma una Sociedad. Las Leyes únicamente limitan la capacidad del sujeto a ser integrante de un grupo social que, no sólo vive en el mismo territorio, sino que convive en ese territorio.
A través de las leyes y de la represión han logrado romper lo que nunca antes nadie había logrado: destruir en España el concepto de "hombre como animal social" para dejar que los que en ella habitan no pasen de la condición de animal enjaulado, que únicamente puede comer y gritar desde las rejas, sin capacidad de interrelación con otros animales de la misma especie.
No es Sociedad aquella en la que sus integrantes se miran con recelo; en la que se vive tras una mascarilla, y miedosos de que alguien se acerque a nuestro lado y nos pueda tocar, o tan siquiera nos roce.
Lo siento por el maestro Ortega, que deberá, desde el más allá, reescribir sus textos, y ajustarlos a la realidad de España; porque, el ente español, no supera la escala de individuo; ni forma la sociedad que, según el filósofo, está por encima de él.


domingo, 10 de mayo de 2020

DE FRASES Y DICHOS

Los dichos, frases, ripios o refranes que nacen del Pueblo, suelen llevar un componente de verdad bastante grande. A través de ellos los Pueblos marcan a futuras generaciones las realidades con las que se van a encontrar en su devenir. Todos nacen de la experiencia vivida, o intuida; que no siempre el Pueblo ha vivido lo que en las frases se dice.
Una de esas frases, que permanecen a lo largo de los siglos, es la que dice: "Vivir a cuerpo de rey". Con ella se indica que la holganza y disfrutes de la vida son las mismas que disfruta un rey.
La frase es acertada sobre todo cuando se hace hincapié en la figura del rey; y no se dice, por ejemplo ,de los reyes, o de las reinas. ¿ Por qué el sabio refranero se refiere al rey? pues, porque la realidad que el Pueblo veía o intuía, en lo que al buen vivir se refiere, correspondía al rey y no a la reina.
Cuando haces un recorrido por la Historia, llegas a la conclusión de lo acertado de la expresión. Si pones sobre el escenario la vida de dos reina portadoras del mismo nombre, pero con cinco siglo de diferencia temporal, se constata la realidad.
Situadas las dos Isabel en contextos geográficos y temporales diferentes, se puede apreciar que sus vidas recorren caminos paralelos; tanto en lo que a se refiere al ejercicio del poder como a sus "cadenas" como personas.
Reinar en Castilla o en el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, en el siglo XV o en el XX, en poco se diferencian. Vivir en esas épocas tan distantes tampoco conlleva demasiadas diferencias, más allá de lo que los tiempos marcan como diferentes.
Su poder fue y es mucho. Sin embargo, quienes administraron y decidieron la vida de millones de sus súbditos; quienes tenían y tienen en sus manos el destino de millones de individuos; quienes tenían y tienen la potestad de decidir quien vive y quien muere; fueron y son incapaces de ser dueñas de sus propias vidas.
Desde su más tierna infancia sus vidas han debido arrastrar, cual prisionero de guerra, las cadenas que aherrojaban y aherrojan sus vidas. La llamada Corona, ha sido el pretexto que marcado sus destinos bajo la dirección de otros; aunque, en buena medida, ellas no lo supieran. La Corona les dio un inmenso poder; pero, tenían y tienen, menos libertad que una tabernera de un recóndito pueblo de Castilla, o de una cajera de un supermercado de Londres.
Dos aspectos, en mi opinión, han sido los ejes fundamentales de sus vidas: la soledad y la mentira.
Rodeadas de servidores, ambas estaban solas. Todo en su entorno nace de la hipocresía y de los intereses bastardos de aquellos que dicen servirlas.
Por esa Corona, tuvieron que asumir la compañía de hombres que no las querían; y a los que nada les frenaba a  la hora de saltar de lecho en lecho, y de dama en dama, para, en buena medida huir de la opresión que sentían al estar sometidos a sus poderosas esposas.
Ambas se han tenido que tragar las hieles del desprecio como mujeres y como esposas: únicamente para mantener intacto el buen nombre y la fama de su estirpe. Sin saber que, cuando ellas cerraban las puertas de sus alcobas, el mundo se hacía lenguas de sus vidas como mujeres y como esposas.
La pesada Corona les privó de disfrutar del amor de quienes deberían ser sus seres más queridos; pues, al ser tratados como a ellas las trataron; el rencor y el odio fue todo el amor que recibieron.
En los libros de Historia una tiene; y la otra tendrá a buen seguro, dedicadas muchas páginas a ensalzar, porque la historia siempre ensalza, sus actos como poderosas mandatarias. Sin embargo, pocas son y serán las páginas que se han escrito y escribirán para describir sus momentos de felicidad real como seres humanos. Incluso, cuando en esos libros de Historia, se diga hasta el empalago el amor que les profesaban sus cónyuges; eso, será únicamente una mentira más para encubrir la realidad de las miserables vidas que como personas padecieron.
Otra Isabel, relevo de la reina castellana, quiso romper con su destino, y, saltando de cama en cama, de varón en varón, tratar de borrar la triste vida que le había tocado en suerte. Los libros de Historia, fueron, por esto, implacables con ellas. Porque, desde tiempo inmemorial, la reina, como la mujer del cesar; no solo debía ser honrada, sino parecerlo.
Si su padre, Fernando VII, no hubiera publicado la Pragmática Sanción por la que se abolió la Ley Sálica; quizás, esta Isabel, a diferencia de las que llevaban y lleva su mismo nombre, hubiera sido una mujer feliz, y a nadie le importaría con quien se acostaba o con quien se levantaba. Hoy en los libros de historia figura con el poco honroso nombre de "La reina ninfómana". Si ella hubiera sido él (rey) sus hazañas amorosas hubieran sido silenciadas; o elevada su persona a la categoría de gran amante. Que es como se denomina a los reyes dotados de un fuerte poder amatorio.
Es cierto, por lo tanto, que, vivir bien es, hacerlo a "cuerpo de rey", que no de reina.

sábado, 9 de mayo de 2020

FALSO NIRVANA

Este pobre mortal solo sabe que no sabe. Y eso no es demasiado saber. Sin embargo, su ausencia de conocimientos no es total; por lo que, aún sabe que sabe algo. Entre esos escasos conocimientos está el de conocer un poco de la condición humana. Y de ese conocimiento extrae determinadas conclusiones. Una de ellas es, que, cuando en un grupo social se ensalzan, sin venir a cuento, determinadas virtudes, lo que significa es que las tales virtudes no existen y se crean de manera artificial.
Desde que nos vimos abocados a vivir lo que estamos viviendo, el bombardeo que recibimos sobre nuestras virtudes y bondades como individuos, se han disparado de tal manera que uno llega a pensar si habremos vivido equivocados hasta ahora, y  nuestro "Nirvana" se alcanza confinados entre cuatro paredes y cantando canciones en el balcón de la casa, o desde la terraza los más afortunados.
Las empresas de publicidad deben haber trabajado a destajo para adecuar sus mensajes a este nuevo "Nirvana". Desde que vivimos aterrados y encerrados, todo se ha convertido en maravilloso. Los padres, no han sido padres hasta ahora; los niños no han sido niños hasta que no han podido dejar de  jugar con otros niños. Y, qué decir de las bondades desconocidas que han aflorado en cada uno de nosotros. Esas, han brotado como las margaritas en primavera.
Confundir supervivencia, y adaptación la medio hostil, con explosión de valores de la persona, suele ser algo habitual en situaciones extremas. Los valores de la persona para ser calificados como tales deben tener un carácter de permanencia; y no darles un calificativo que solamente obedece a la oportunidad. Un prestigioso psiquiatra ha puesto el contrapunto a ese neobuenismo que se ha desatado; y nos abre los ojos al decir que "el dolor y la tragedia no nos hacen mejor persona".
Como tantas veces ocurre, nos fijamos únicamente en la apariencia exterior, sin saber lo que realmente sucede, entre las cuatro paredes de cada casa;y mucho menos sobre lo que bulle en nuestras mentes. Y, lo que bulle en la mayoría de las cabezas, no tiene nada de bonito. Porque, las dudas son tantas y de tanto calado que no hay Medio de Comunicación, ni empresas de Publicidad que los pueda captar. Y aunque lo pudieran captar no las darían a conocer por aquello de que la verdad, es solo la verdad oficial. Ya que  el llamado "Cuarto Poder" hace tiempo que se plegó a los deseos y al dinero del "Primer Poder".
Millones de ciudadanos tenemos nuestras vidas rotas. Unos porque su trabajo ha desaparecido; otros, porque no saben que hacer con unos niños y jóvenes y adolescentes que llevan encerrados entre cuatro paredes desde hace meses, y a los que su estado natural de juego, estudios, relaciones personales han sido castrados. Poco contento deben tener su ánimo aquellos miles de pequeños empresarios que no podrán abrir sus negocios, porque las normas que les obligan lo hacen imposible. Años de trabajo y esfuerzo que se irán por el sumidero; y con los negocios, millones de puestos de trabajo. Esos que ahora con el juego de las palabras oficiales no son parados, y ahora son ERTE.
Si el pequeño negocio, el negocio familiar, ya atravesaba serias dificultades para su supervivencia; ahora  ha recibido el cachetazo definitivo de manos de "Agapito Rodríguez, puntillero mayor de las Ventas".
En qué cocina los cocineros podrán guardar una distancia permanente de dos metros; qué tienda de ropa podrá tener dos metros de separación permanente entre sus trabajadores; qué tienda de ropa podrá abrir sus puertas y vender trajes, chaquetas o pantalones sin que el cliente se los pueda probar; y si se los prueba y no se lo lleva, esa prenda tendrá que mantenerse quince días en "cuarentena" sin poder ponerse de nuevo a la venta. Y estos ejemplos son, únicamente, la diminuta punta de un inmenso iceberg, que unos y otros quieren ocultar, cambiando la cruda realidad poniendo en su lugar la imagen de las grandes cualidades que de golpe y porrazo nos adornan.
El único valor que se ha manifestado de manera irrefutable es; la resignación. Y esta no es un valor, ni positivo, ni negativo; es, únicamente, la aceptación de unos hechos contra los que no se puede luchar,... de momento.
Por mucho que algunos canten en los balcones; o en las terrazas los más afortunados; otros, muchos, tienen ganas de todo menos de cantar. Únicamente estarán a la espera de que alguien les llame para decirle que el negocio cierra definitivamente; o que no lo podrá contratar porque no puede pagarle si el negocio solo puede funcionar al 50%; y eso los que puedan. Miles de pequeños bares y tabernas en pueblos y barrios de toda España, no podrán albergar en su interior a más de dos o tres personas al mismo tiempo. Ni tan siquiera se podrá jugar al mus, o al dominó, porque no hay mesas de cuatro metros cuadrados que tengan cabida en esos locales. Tampoco de nada servirán los bancos públicos en los que los ancianos, en animada tertulia, veían pasar su vida, antes de regresar a la soledad de sus viviendas que en otros tiempos fueron sus hogares.
Nada de esto veréis reflejado en parte alguna. Solamente el lado feliz, y ficticio de la alegría de un televisivo cocinero que se pone muy contento al saber que su programa se ve mucho, y que le llaman para decirle que están aprendiendo a cocinar; aunque mañana no sepan qué es lo que van a poder echar en la olla. Quizás esas ollas, recuerden mucho  a las quijotescas de Don Miguel;
"Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda." 

viernes, 8 de mayo de 2020

PECADO Y PENITENCIA.

Los monarcas más ensalzados de la Historia de España, calificados según Bula papal como " Sus Católicas Majestades" lo han sido en exceso en exceso, según mi opinión.
Los cronistas de Corte de antaño y de hoy, han analizado, con poca rigurosidad en mi opinión, los hechos y actos que a lo largo de su reinado realizaron.
Quizás el único que les ha tratado con el rigor debido ha sido, paradójicamente, el Dios en cuyo nombre actuaban. No debió estar demasiado conforme con sus actos, y les aplicó el viejo principio de "En el pecado llevan la penitencia". 
Quienes no dudaron en derramar la sangre de miles de personas en defensa de la legitimidad de su derecho sobre la corona de Castilla contra la bastardía de la heredera legítima al trono, no fueron tan remilgados a la hora de valorar el origen bastardo y asesino de la denominada Casa de Trastámara, de la cual eran ambos descendientes. La bastardía, nunca demostrada, de su sobrina Juana hija de su hermanastro Enrique, fue el pretexto para lanzar contra ella todas sus fuerzas; desde las  más nobles, si es que la guerra tiene algo de nobleza, hasta las más rastreras; urdiendo todo tipo de intrigas y engaños para que Isabel se hiciera con una corona que por legítima sucesión no le correspondía.
Cegados por la ambición de poder uno, y por una obsesiva defensa del cristianismo la otra; no fue poco el dolor que causaron y la sangre que vertieron desde Finisterre hasta Nápoles, pasando por las Indias Occidentales, "Sus Católicas Majestades".
En ese pecado de soberbia, que de continuo cometieron; en ese pecado de "gula" de poder que ambos cometían a cada paso que daban, llevaron su propia penitencia.

Aquellas plegarias que su católica majestad, Isabel, elevaba al Altísimo con excesiva profusión, no debían ser del agrado del Sumo Hacedor, Y, Este castigó su mal hacer imponiéndoles la penitencia del dolor y el fracaso como seres humanos.
La Católica reina, desde su más tierna infancia, vivió en la constante amargura de no gozar del afecto de casi nadie; solo su madre, y algún solícito sirviente le acompañó durante su vida. Ni tan siquiera el ensalzado amor de su marido Fernando, fue tal; como lo acreditan el número de descendientes que dejo por tierras de Castilla y Aragón.  Isabel fue para el aragonés nada más que una palanca en la que apoyarse y una fuente de recursos militares y económicos para lograr sus objetivos en Aragón; única tierra a la que realmente amaba.
Sus últimos y desesperados movimientos para que Fernando lograra coronarse rey de Nápoles, les llevó a realizar los actos más mezquinos; no dudando en sacrificar a sus propios hijos para conseguir la tan preciada corona. Fernando, gran estratega y mejor manipulador de la voluntad de su esposa, sabía cómo llegar hasta su más intima fibra para conseguir lo ambicionado.
Usaron como argamasa de unas interesadas alianzas, a sus hijos: Juan, Isabel, Juana y Catalina. Las bodas concertadas con otros tantos nobles europeos, fueron el armazón para construir una tenaza de influencias que aislara al rey de Francia Carlos VIII.
Sin embargo, el Destino determinó que aquella argamasa, cuyo penúltimo dolor fue el provocar la expulsión de los judíos de Portugal, no resultara tan sólida como las intenciones de sus artífices pretendía. Pronto el baluarte comenzó a desmoronarse; y con él llegó la penitencia del dolor por los pecados cometidos. La primera almena que cayó fue su hijo Juan, Príncipe de Asturias y heredero de las coronas de Castilla y Aragón.  Su salud quebradiza, unida a la fogosidad de su esposa y de él mismo, provocó el derrumbe, y con él la primera penitencia de Isabel; quien tuvo que enterrar a su hijo y  heredero a con tan solo diecinueve años.
El siguiente baluarte en caer fue, su hija Isabel. Casada a la fuerza con el rey Manuel de Portugal, exigió, y consiguió, que para contraer dicho matrimonio, los judíos radicados en Portugal fueran  expulsados de suelo luso. En este caso el Destino impuso una doble penitencia por el grave pecado cometido. La reina de Portugal, murió una hora después de alumbrar a su primer hijo. Hijo y heredero de las coronas de Castilla, Aragón y Portugal, que perdió la vida a los dos años de llegar al mundo. De nuevo el dolor y la decepción llegó a los Trastámara que veían desaparecer a su segunda hija, y esfumarse sus aspiraciones sobre el reino de Portugal. El tercer torreón, construido demasiado lejos de Castilla, en tierras de Flandes, su hija Juana, heredera legitima del trono tras la muerte de sus hermanos, pronto comenzó  a resquebrajarse, como consecuencia de  la aparición de una "misteriosa" locura, nunca demostrada realmente, que obligó a los reyes a desheredar a Juana de sus legítimos derechos sucesorios sobre las coronas de Castilla y Aragón. Abandonada a su suerte en las lejanas tierras flamencas, casada con un noble mujeriego que no la quería, y del que ella, que nunca conoció el amor, ni tan siquiera el materno, estaba locamente enamorada, derivaron en una suerte de comportamiento estrafalario que muchos tildaron, de manera interesada, de locura. Su aislamiento social, y sus escasas convicciones religiosas, allanaron el camino para que su Católica majestad, la desposeyera de sus derechos dinásticos.
Isabel, estaba sufriendo en carne propia, la penitencia por los pecados cometidos, que tanto dolor provocaron en otros; ya fueran castellanos, judíos o musulmanes, cuyas vidas no dudo en sacrificar para su mayor gloria y la de Jesucristo. Sin embargo, Este no parecía estar demasiado conforme con el uso torticero que de Él se había hecho a lo largo de su reinado. Al final del trayecto, la denominada España, fue engullida por el Imperio de Maximiliano de la mano de su nieto Carlos I. Todo el esfuerzo realizado, y el dolor infligido, no había servido para nada. Un joven flamenco de prominente maxilar, que nada conocía ni de Castilla ni de Aragón, se haría con el gobierno de las tierras del sur.
El resto de la Historia, esa es, otra historia.


jueves, 7 de mayo de 2020

USOS Y COSTUMBRES

Leo durante estos días un libro, raro ejemplar heredado de mi padre, que es un compendio de escritos de algunas de las obras de algunos de los escritores llamados "Costumbristas" de los siglos XVII, XVIII y XIX. De la mano de Torres Villarroel, Mesonero Romanos, Liñán y Verdugo, Romeo y Tapia y otros muchos, el lector se ve arrastrado al vivificante mundo de la Villa y Corte, en el que habita toda una fauna de diversas especies en la que abunda: damas, caballero, petimetres y cortejos; sin que falten en ella putas y perillanes, pobres y harapientos; y caballeros de capa y espada.
Es este un estilo literario en desuso; pero, que gozó, en su momento, de gran predicamento y no carente calidad, no obstante su engolada forma de literatura, que en ocasiones obliga al lector a poner los cinco sentidos para lograr entender lo que el autor quiere expresar.
Su riqueza de vocabulario, hoy en desuso, solo se puede catalogar de extraordinaria. Un calificativo que debe compartir con la habilidad de los autores para lograr decir lo que se quiere expresar sin que ello fuera en menoscabo de la moralidad y las buenas costumbres. Algunos dirían que, en ocasiones los textos resultan empalagosos y de difícil discernimiento; sobre todo para el lector del siglo XXI para el que muchos de los vocablos le son desconocidos, y ni tan siquiera con la ayuda del Diccionario de la RAE, o de las herramientas que la informática pone a nuestro alcance, es capaz de descifrar. Para aquellos que son gustosos de recibir la cristalina agua del ejemplo de lo que se afirma, os transcribo uno de los muchos párrafos descriptivos que a lo largo del libro menudean.
"Sale un hombre de mediana estatura, poco menos ancho que largo, corto y erizado en cabello, hecha de muchos cabellos cada espina, grueso el pellejo del rostro, el color sin luz, los ojos con desagrado dormido, los bigotes sin gobierno, el cuello corto, los brazos mal tirados, las manos en forma de cucharones con más señales de andar sobre ellas que de obrar con ellas, la cintura donde la quiere poner la canalada pretina, los calzones largos y desatados por bajo, y los pies hacia fuera como navío a quien le da el viento. El sombrero descolorido a manera de negro difunto, la toquilla de grasa, las faldas de viudo a medio consolar, la valona con sed, el vestido pardo y basto, con unos visos de manchas blancas, que se ha curado con friegas, la pretina floja, la espada lejos de la pretina, las medias de color de borrico, los zapatos de ningún color y la capa de paño negro de buena antigüedad, pendiente y resbalándose del hombro izquierdo"
De esta forma tan rebuscada, pero no por ello menos bella, describe Zabala a uno de los personajes de su obra " El día de fiesta por la tarde".
La Villa y Corte vivía en constante ebullición, ya en sus calles, ya en sus plazas, ya en sus tabernas y  lupanares, o en las casas de buen tono, que eran lo que aquellos, pero con la sutil elegancia de la alcurnia.
La Puerta del Sol, o la calle Mayor, nos son presentadas florecientes de vida, regadas con la sangre de los madrileños que por ella deambulan, cada uno a sus menesteres. Unos a dar el sablazo; otros a la busca del provinciano a quien embaucar con un amañado negocio. Sin que faltaran las majas a su negocio, y los petimetres al suyo.
Madrid se nos presenta como una explosión continua de vida. Una vida que recibía  la sangre del corazón de su Puerta del Sol, y que ha circulado durante siglos por las arterias que recogían su sangre , y la repartían por todas las calles y plazas, a través de un sistema circulatorio imparable que llenaba de vida y prosperidad cada rincón del cuerpo madrileño.
Pero, un aciago día de un lejano siglo XXI, el vibrante corazón de la Villa y Corte dejó de latir. Por sus arterias no circulaba ya la sangre que inundaba de oxígeno la alegre villa de otros siglos. Sin damas, sin caballeros, sin petimetres ni cortejos. Ausentes de ellas putas y perillanes, entró en estado catatónico; sin vida, y en la que únicamente la desazón y la tristeza se alimentaban de los despojos de lo que fue una ciudad vibrante como nunca conoció la historia.
En Madrid, ya no hay personajes pintorescos que describir, con la alegre y almibarada pluma de un Zabaleta. De sus tabernas y tugurios no nos llegan las alegres risas de las majas que se burlan de los fracasados petimetres que buscan  consuelo entre sus orondos pechos.
En sus esquinas ya no hay ciegos que no son ciegos; cojos que no son cojos. Tampoco vemos aquellos embaucadores en busca de un "mirlo blanco" de provincias a quien desplumar.
La Puerta del Sol, el que fuera el sano y potente corazón de Madrid, se paró. Nadie sabe el tiempo que tendrá  que pasar para que sus latidos se vuelvan a escuchar, y de él surja la sangre vivificante que riegue sus arterias. Madrid, está triste; lo mismo que lo están las provincias. Esas que en otros tiempos se hacían lenguas de los relatos que de la Villa y Corte llegaban, de mano de los cronistas que de ella regresaban. Todos se hacían lenguas de lo que allí 

vivieron o imaginaron. En provincias se vivía de cara a Madrid. Madrid era el espejo en el que mirarse para vestirse o peinarse o calzarse, o el estar a la última en danzas y contradanzas.
Hoy nadie mira a Madrid, porque de la Villa y Corte solo llega tristeza y desazón, por una vida que se fue y que nunca volverá.


miércoles, 6 de mayo de 2020

VENCER Y CONVENCER

Vencer es relativamente fácil; únicamente se precisa la razón de la fuerza. Convencer es mucho más complicado; porque, para ello se precisa la fuerza de la razón. Lograr la razón de la fuerza, suele ser fácil; lograr la fuerza de la razón es mucho más complicado, y son pocos los que han pasado a los libros de historia al ser reconocidos su razones como méritos.
Mientras vencer no implica el estar adornado de valores ninguno; para convencer se precisan valores tan poco apreciados como; la honestidad, la sinceridad y la humildad. Tres virtudes que en muy pocas ocasiones convergen en la misma persona o grupo de personas.
La historia nos relata, bueno aquellos que la escriben, las hazañas de los vencedores. Unas hazañas que, en sí mismas, carecen de poco mérito. Las victorias nunca son celebradas por los que las consiguen; pues, la mayor parte de ellos pierde la vida para mayor gloria del vencedor; que, es aquel sobre cuya cabeza se erige la corona de laurel.
Quienes relatan la historia, suele adornar las victorias con retazos de pintura de los más variados colores; supliendo con oropel, lo que de verdad carecen. Muchos y variados son los paisajes con los que se recubre la miseria de las victorias. Dos suelen ser los colores más utilizados: "la voluntad de Dios, y la razón de Estado." Nada ni nadie  ha sido tan traído y tan llevado en los libros de historia como el Sumo Hacedor, bajo sus diferentes formas y acepciones.
La razón de Estado, es el segundo de tintes más usado. Aquella es mucho más variopinta y le da al pintor mayor  juego y posibilidades creativas. A las masacres se las denomina "conquistas"; a las conquistas "victorias"; a las victorias "grandeza". Y ¿qué es lo que se esconde detrás de tan grandilocuentes palabras? pues todo lo que se esconde debajo de aquellos trastos viejos a los que se les da una mano de barniz para ocultar su aspecto real: ambición, dinero y el poder de unos pocos. Porque, de las victorias solamente se benefician unos pocos, a costa del sacrificio de muchos.
Para lograr sus objetivos, y conseguir la victoria, toda "munición" incluida la humana es válida; sin escatimar dolor y destrucción a  los demás; incluso cuando los demás sean los propios hijos.
Por ser el vencedor, se realizan los actos más mezquinos, con  absoluto desprecio por la vida humana, sea esta la de quien sea.
Quienes tras muchos siglos ostentan la categoría social de Nobleza son los descendientes de aquellos que fueron vendidos como mercancía para lograr la victoria  y el poder de unos pocos. Siempre me he preguntado qué tiene de noble el ser descendiente de unos trozos de carne que fueron vendidos cual tasajo en el mercado de las intrigas y los despropósitos.
Los pintores de la corte, y la nobleza, no tardaban en tomar sus pinceles para decorar aquellos sepulcros pestilentes. Mucho trabajo tuvieron estos pintores de cámara a lo largo de la Historia para ocultar las miserias del poderoso. Aquellos que más trabajaron tuvieron fueron los que tuvieron que repintar  las hazañas de los denominados Reyes Católicos. Sus católicas majestades, en un mismo acto, entregaron como moneda de cambio, sus hijos a otros tantos poderosos para lograr alianzas y conseguir la victoria sobre su enemigo. A aquella reina, a la que algunos quieren hacer santa; y aquel rey al que se denominó católico, a pesar del gran número de vástagos que dejó por tierras de Aragón y Castilla, no les tembló el pulso a la hora de  repartir a sus hijos por reinos e imperios para conseguir alianzas y con ellas  la victoria sobre el rey de Francia. Sin que de este mercado de "carne" estuviera ausente el Papa Alejandro VI; quien, como buen fornicador había cosechado un, nada desdeñable número de bastardos, a los que, lógicamente, quería colocar en el mercado las carnes nobles.
Aquel acto mezquino e inhumano, estaba envuelto en la más cruel de las hipocresías, al convencer a los pobres muchachos de que la grandeza de Castilla  y Aragón estaban por encima de sus vidas; y que aquello era lo que Dios quería. Siendo la verdadera razón que aquellos actos buscaba exclusivamente la ambición y el ansia insaciable de  poder de sus católicas majestades. La hipocresía el recurso dialéctico para  convertir la razón de la fuerza en una falsa fuerza de la razón.
Desde aquellos lejanos siglos hasta nuestros días, las cosas han cambiado poco. Los vencedores siguen teniendo sus pintores de cámara, que tapan la razón de la fuerza, con los trazos que dan apariencia de ser  la fuerza de la razón. Solo ha cambiado en las paletas de los pintores, algunos de los colores en los que los pintores de cámara impregnan sus pinceles. El color Dios, ha dejado de estar de moda; y la tendencia de esta temporada lleva a tonos más suaves, como son Libertad y Democracia. 
Los cronistas de la corte, y los pintores de cámara, han cambiado de apariencia, pero no de trabajo. Hacen lo que los vencedores les mandan; y pintan y escriben una realidad inexistente con la que tratan de convencer para dar pátina de honorable a su victoria.
El Pueblo llano, ha cambiado poco. Ha trocado sus estameñas por tejidos sintéticos de Zara; pero, su sumisión a las directrices del vencedor siguen inalteradas de la misma manera que lo estaban siglos ha.
Tampoco ha cambiado la situación de aquellos que tratan, de manera infructuosa, de convencer. La razón de la fuerza, sigue venciendo a la fuerza de la razón. Y es esta fuerza de la razón la que no tiene cabida en los libros de historia, ni es reflejada por los cronistas de la corte; porque, para eso están al servicio de la corte; para que la fuerza de la razón nunca llegue a ser un enemigo. Y para que eso ocurra, no se duda en recurrir a la razón de la fuerza.

martes, 5 de mayo de 2020

EL MAR

Cuando desde una atalaya observamos el inmenso mar, vemos una masa uniforme y compacta de agua; sin embargo, ello únicamente es un efecto óptico. Esa interminable masa no es más que la agregación de incontables gotas de agua, cada una de las cuales tiene vida propia.
Si ponemos una de esas gotas bajo la lupa de un microscopio obtenemos la respuesta. Cada gota de agua guarda en sí misma, vida. Una vida que si es alterada en todas y cada una de las gotas de agua que conforman los mares, haría que estos fueran diferentes, e incluso podrían llegar a desaparecer, como de hecho ha ocurrido a lo largo de la existencia de nuestro planeta.
Mares que hoy son tierra firme; desiertos que otrora fueron vergeles. Esa ha sido la evolución del planeta Tierra.
Cataclismos de toda índole, internos y externos, ha ido modificando su aspecto exterior y su vida interior.
La Tierra, que un día fue solo agua, creó vida y la vio mutar y desaparecer. Elementos de toda índole participaron en esa mutación. Desde enormes meteoritos, hasta diminutos microbios han contribuido en su extinción. Incluso otras especies depredadoras provocaron la destrucción de la cadena zoológica.
Quizás ha sido la especie humana la última en hacer su aparición, tras un proceso evolutivo desde sus antecedentes más primarios.
El Hombre, quizás por su tardanza en llegar a esa cadena zoológica, es una de las especies más débiles, y a la que le cuesta más trabajo adaptarse al medio en el que habita. Una debilidad que la hace sucumbir con suma facilidad ante las agresiones del entorno que la rodea; y algo que la diferencia de otras especies, sucumbe ante sus propias agresiones.
Ese ser, trasnochado en términos geológicos y zoológicos, se dio así propio valores intrínsecos, como la inteligencia y la racionalidad, que en la realidad no existen. Afirmación que es corroborada por su devenir desde el Hombre de Neandertal. 
El hombre, acuñó términos como: Desarrollo, bienestar, progreso, que resumían formas de vida que conllevaban su propia destrucción.
De la misma manera que los mares inmensos son la agregación de incontables gotas de agua; la especie humana no es otra cosa que la agregación de un número determinado de individuos. Individuos que, si los observamos, - aquí no hace falta del uso del microscopio-, al igual que las gotas de agua del mar, tienen vida propia. Una vida que, cuando se altera, provoca, por agregación, el cambio de la especie humana.
A diferencia de las evoluciones zoológicas, o biológicas, que duran millones de años. Los cambios en la especie humana, socialmente considerada, tardan en producirse lo que tarda en secarse la tinta usada en redactar un decreto. Un chasquido de dedos, hace que la vida de esa gota de agua que es el ser humano cambie. Un cambio que mirado desde la atalaya desde la que siempre se contemplan los hechos de la humanidad, impide ver lo que realmente ocurre, y muta en aquellas gotas de agua.
El individuo ha evolucionado hasta ser no un individuo, sino un número. Y como les ocurre a los números, no sirven para otra cosa que para hacer operaciones aritméticas. 
El ser humano, dejó de serlo desde el instante en que fue conceptualizado, y numerado. Perdida su esencia, exteriorizada a través de su nombre y de su estirpe, pasó a ser el "ciudadano número..."
Nadie se refiere ya a las personas por su nombre y su estirpe, sino por el número en el que se integran. Ya sea por estar vivo o por estar muerto.
El Ser Humano ha dejado ser tal. Y en consecuencia nada importa, y nada significa lo que porte en su alma. Sufrir, padecer, llorar, desesperarse, son reacciones y situaciones que a nadie importan. 
Mientras millones de individuos con nombre y estirpes viven incursos en el miedo y la incertidumbre, nadie mira hacia ellos. En este caso "el bosque nos impide ver los árboles". Es el bosque de la legislación que se ha convertido en una jungla inexpugnable por la que pocos se atreven a transitar, pues se  la intuye llena de trampas en las que caerá atrapado para no volver a salir.
De la misma manera que si cambiásemos la estructura de las gotas de agua del mar, este se modificaría. El cambio de las gotas de agua que somos cada persona, está cambiado la esencia de ese mar, grande, pero no inmenso, que es la especie humana.
Cada día que pasa vienen a mi mente aquellos a quienes conozco, y a los que intuyo inmersos en una enorme congoja. Pienso, en aquel joven que me arregla el ordenador. Pienso, en los muchachos jóvenes que hasta hace unos días se ganaban la vida arreglándome las averías de mi coche; pienso, en ese fontanero al que aún le quedan unos años para poder jubilarse; pienso, en los camareros que hasta no hace mucho me servían sonrientes la fría cerveza del medio día; o colocaban solícitos la trona para que mi nieta comiera.
Porque, a diferencia de aquellos que les han convertido en números; para mí, tienen nombre, estirpe, cara y manos que hasta hace poco trabajaban para llevar el sustento a sus familias, y alcanzar ese mundo de ilusiones que dimos en llamar "Estado del Bienestar". La gran muralla de la indiferencia les está arrinconando en los guetos de los que no cobran del presupuesto; que suelen ser aquellos que opinan, si saber lo que opinan; porque, de momento, los garbanzos llegarán a su mesa sin demasiadas dificultades.
Nadie pondrá esas "gotas de agua" bajo el microscopio para conocer su contenido, ni su composición, y mucho menos se harán cargo de sus sentimientos. Esa que muchos defienden y a lo que han dado en llamar "empatía", brillará por su ausencia. Y en el mejor de los casos nos daremos por contentos con esbozar un hipócrita: "Pobrecillos..."

lunes, 4 de mayo de 2020

VIVIR


Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.
Cuatro siglos han pasado desde que Teresa de Ávila, escribiera estos versos. Unos versos que, quién lo diría, toman virtualidad en el siglo XXI. Una virtualidad que se aleja del misticismo de la santa; y se acerca a la realidad cotidiana en la que nos encontramos en estos días. 
"Vivo sin  vivir"
Esto es lo que sentimos muchos españoles en estos aciagos días en los que "Estamos vivos, pero no vivimos".
No es lo mismo estar vivos que vivir. Mientras nuestro corazón permanezca latiendo, es cierto que estamos vivos biológicamente; sin embargo, vivir, es mucho más. Vivir es poder hacer uso de libertad y voluntad; poder desarrollar todas nuestras capacidades intelectuales, físicas y afectivas; y, por supuesto, sociales. 
Si estas potencias del hombre están restringidas, el hombre no vive, aunque su corazón esté latiendo, y sus pulmones exhalen aliento.
Desde hace dos meses, sesenta días, los españoles hemos dejado de vivir, para simplemente estar vivos. No todos por desgracia. Demasiado tiempo en el que nuestras capacidades y potencialidades están en estado de hibernación inducida. Unos ciudadanos están en un estado de sedación inducida en los hospitales; y otros muchos millones estamos sedados en nuestras casas.
Nuestra libertad, nuestra voluntad, nuestros sentimientos están cautivos; tanto por las leyes como por el miedo. Principios como el amor, la amistad, las relaciones sociales; en definitiva la vida, está cercenada; mientras, los que nos sentimos prisioneros sin haber cometido delito, nos hacemos muchas preguntas; demasiadas preguntas. No en vano nos han dejado mucho tiempo libre, y  permanecemos prisioneros en nuestras celdas.
Enjaulados como monos hemos desarrollado todo tipo de trastornos psicológicos, aunque muchos no sean conscientes de ello. Y, el más importante trastorno que se manifiesta en nosotros, es, que el Hombre está dejando de ser un "animal social".
El miedo que nos atenaza ha desarrollado un síndrome de rechazo hacia los demás. Incluso hasta nuestros propios familiares, a los que no abrazaremos, ni besaremos. No estrecharemos la mano a modo de salutación hacia nuestros amigos, o conocidos. 
El hombre español, ha dejado de vivir en comunidad. Se ha encerrado en su propia cárcel, y no tiene relación afectiva real con sus congéneres; por mucha fanfarria balconera que se nos quiera presentar como la nueva manera de interrelación personal.
Nuestro espacio vital de seguridad se ha ampliado hasta límites insospechados; dejando de vivir en sociedad para vivir en la individualidad.
Todo ello nace del miedo. Un miedo acrecentado, no sé si con razón o sin razón, por gentes interesadas.
Los soldados que combaten en los frentes; los mineros que bajan a las entrañas de la tierra; los bomberos que se juegan la vida entre las llamas; todos ellos, tienen miedo. Pero, de la misma manera que lo tienen, son capaces de superarlo, y sobreponerse a él. El soldado sabe que corre el riesgo de morir en el frente de batalla; el minero, sabe que una explosión de grisú, o un derrumbe hará de la mina su última morada; el bombero, sabe que un cambio en la dirección del viento hará que su cuerpo sea pasto de las llamas.
Todos ellos tienen, no obstante, un punto de convergencia: viven. No solo sus corazones laten; laten también, sus sentimientos y cuando el peligro termina y el miedo desaparece; son lo que todo hombre es: un animal social que, besa a sus seres queridos; abraza a sus amigos; y grita en las gradas de un estadio animando a su equipo favorito, e insultando al árbitro que ha pitado un penalti injusto contra su equipo.
Todo eso nos lo han quitado. Mucho tardaremos, aunque la enfermedad desaparezca, en ser lo que fuimos; quizás solo nos quede lo que la santa de Ávila anhelaba: Morir por no morir.
Por ello:
Si yo pudiera unirme
A un vuelo de palomas
Y atravesando lomas
Dejar mi pueblo atrás
Os juro por lo que fui
Que me iría de aquí


sábado, 2 de mayo de 2020

ADORMIDERAS

Quienes no sois victimas de la LOGSE, conocéis la frase "Die Religion ... Sie ist das Opium des Volkes"  pronunciada allá por 1844  por el insigne Carlos Marx; que, traducida  a nuestro idioma viene decir, más o menos, que "La Religión es  el opio del pueblo". La frase, tan absurda como mal intencionada, es una de las muchas expresiones que han pasado a la Historia y que encierran un mensaje torticero. La frase es absurda, por las razones que más adelante expondré; y mal intencionada  porque, lo que pretendía con ella el ideólogo alemán no era otra cosa que sustituir una adormidera, por otra: El Estado.
Era todo una cuestión de captación de mercado, cambiando un "opiáceo" por otro.
La frase es absurda porque el principio en el que se inspira es erróneo. La Religión, en sí misma, es inocua. Porque, la Religión, cualquier religión, aunque el judío alemán parecía estar pensando en alguna en concreto, no trasciende al hombre. Forma parte de su intimidad y de ella bebe para adecuar su comportamiento ante las circunstancias de la vida. Nace y muere en la persona.
Confundir las cosas, es algo bastante frecuente. Y Marx, como otros muchos, confunde Religión con Iglesia jerarquizada. Las dos grandes religiones monoteístas; materializadas en sus representantes y seguidores; son la parte humana de la Religión, y, por ello, portadoras de todas las miserias, defectos y errores que la condición humana conlleva.
Sería absurdo negar el caracter coercitivo que las Iglesias, que no las Religiones, han tenido y tienen en buena medida en el mundo. 
Sin embargo, a lo que abocaba la frase de Marx, no era otra cosa que llevar a los individuos la adormidera que él quería implantar, y de hecho implantó y aún implanta: El Estado.
El Estado, como la Religión, es inocuo. Lo que no lo es, es,  la materialización del concepto encarnado en el hombre.
En su implantación como herramienta coercitiva, en poco o nada se diferencian Iglesias y Estados. Su fin no es otro que anular la voluntad libre del individuo mediante la manipulación de aquella, o la utilización de la fuerza.
De la misma manera que la implantación de las religiones únicamente pretenden la obtención del beneficio de algunos; es este el único objetivo de los que, amparados en la muralla del Estado, quieren imponer el suyo  propio. Tras las apariencias de los unos y de los otros, a las que se les da cobertura intelectual, no hay otra cosa que ambición, y afán de dominación. En definitiva, Poder y Dinero.
Sí es cierto, y justo es reconocerlo, que la "adormidera" Estado, en buena parte del mundo, le ha ganado la batalla a la Religión. Por interés de ambos, mantuvieron un matrimonio de conveniencia durante siglos; un matrimonio que comenzó a hacer aguas, cuando el  segundo comprobó que podía caminar más deprisa sin arrastrar la compañía de la otra. El divorcio comenzó a fraguarse en 1789, cuando el espíritu de la Revolución Francesa cambió el papel del Estado en las sociedades europeas. No fue una separación uniforme; y aunque el espíritu del 89 nació con fuerza, el arraigo de su "cónyuge" era sólido, y cimentado sobre muchos siglos de dominación de la Religión/Iglesia, sobre el poder dominante.
Hasta la llegada del Estado moderno; la estructura de poder se sustentaba en las monarquías; que a su vez tomaban su fuerza, en buena medida, haciendo uso de la que les proporcionaban las Religiones.
Quienes ostentaban el poder, no tenían ningún reparo; y algunos hasta estaban convencidos de ello, en afirmar que sus decisiones y su propio poder nacía del mismísimo Dios. Y, por lo tanto, sus actos  estaban  ungidos por  la infalibilidad que les daba el Sumo Hacedor; tomara este el nombre que tomara: Dios, Ala, Yahvé.
Cuando el Estado se distanció de la Religión/Iglesia, aquel había aprendido mucho a lo largo de los muchos siglos de convivencia; y, aplicó las mismas recetas que aquella  le enseñó. Unas recetas que convergían en los mismos principios esenciales: la anulación de la voluntad del individuo sobre la base que nunca  falló: el miedo, y, en su defecto, la represión.
De la misma forma que la Religión/Iglesia condenaba a las penas del infierno a los "infieles"; y al potro de tortura y la hoguera, a los "herejes"; el Estado moderno, diseño sus propias herramientas de convicción. Unas, dialécticas; otras, menos sutiles, a la vez que efectivas. La aparición de  la imprenta permitió la propagación de las ideas libremente; por ello, los libros se convirtieron en elementos peligrosos para la Religión/Iglesia. Esta libertad de circulación de ideas y pensamientos, suponía un grave peligro también para el nuevo Estado; y,actuó en consecuencia, imponiendo su propio sistema de censura, para que el "antídoto" que suponía  la Libertad, no eliminara el efecto adormecedor que generaba  el propio Estado.  
Hoy, en que la palabra Libertad y lo que ello significa para el individuo, ha perdido su virtualidad, el Estado extiende sus tentáculos, que no son pocos, para que el opiáceo ,que él proporciona a la sociedad, procure sus efectos de manera permanente.
De la misma manera que se puede constatar que la "Religión ya no es el opio del Pueblo". La adormidera Estado es cada día más efectiva y potente; habiendo mejorado sus canales de comercialización a través de una intrincada red de "camellos" que la facilitan a precio de saldo. 
El Estado lo domina todo; el individuo no es nada ante él y sucumbe ante sus instrumentos de represión. Quienes están afectados por la adormidera, sufren los mismos efectos que los que el opio proporciona. Se vive un mundo irreal. La persona se abstrae de la realidad que le circunda, y únicamente se presenta ante sus ojos la felicidad de los sueños. Una vez que la adicción domina a la mayoría del cuerpo social, poco se puede hacer. Cuando el "opio" nubla la razón, es imposible lograr el cambio. Porque, aquellos que no han sucumbido a los efectos de la "adormidera", saben que los que suplan a los que en cada momento ostenta el poder, serán reemplazados por otros; quienes no harán otra cosa sino aplicar las mismas reglas que los antecesores, proporcionando a los individuos sus propios opiáceos; que, en esencia, se diferenciarán poco del que usaron aquellos

.
Por ello, Carlos Marx, de haber sido honesto, habría dicho: La Religión y el Estado son el opio del Pueblo". Pero, la honestidad es un producto que entra en competencia con el "opio"; y que puede dar lugar a la aparición de un revulsivo  tremendamente dañino para esa "adormidera": La Libertad Real.

viernes, 1 de mayo de 2020

SINDROMES

Cuando un individuo ve alterada su vida de manera brusca, desarrolla determinadas patologías físicas y mentales a las que les solemos dar el nombre genérico de "Síndrome". El "síndrome" es la herramienta que el cerebro usa para aceptar lo que la consciencia no entiende, o no quiere entender. Muchos son los "síndromes" que el hombre ha desarrollado a lo largo de la Historia; al que ahora habrá que añadir, al menos, uno más, al que yo denominaría "Síndrome del vientre protector".
Tras dos meses de encierro en nuestras casas, muchos y variados son los síntomas que nos dicen que algo dentro de nosotros ha cambiado; y no me refiero al miedo por el futuro económico; sino, al que yo denominaría "Síndrome de miedo al otro".
El que yo he dado en llamar "síndrome del vientre protector" se está manifestando ya en algunos niños pequeños; quienes, están siendo reticentes a dejar el hogar para salir a la calle, e incluso se han hecho miedosos para andar. Tras dos meses de ser el centro de atención de sus padres y hermanos, de sentirse seguros en el ámbito familiar ,donde se les presta atención las veinticuatro horas del día. Una atención que antes no tenían y que es una atención anormal y extraordinaria, se han visto regresar a la seguridad del vientre materno en cuyo interior ningún peligro les acecha. Esta situación ha creado un vínculo anormal entre el hogar y la familia y el individuo. Un estado de bienestar placentero, al que no se quiere renunciar.
En función de la edad del niño ese "síndrome de vientre protector" está tomando diversas formas. Si Dios no lo remedía esta situación aún se prolongará muchos meses más; lo que, en mi inexperta opinión, no hará otra osa que agravar ese grado de dependencia del niño con el hogar y la familia.
Todos los niños a partir de un año han visto alterada su rutina de vida. Unos han dejado de asistir a las guarderías; otros a los colegios, y han trocado esos incómodos lugares por el bienestar del hogar familiar. Un hogar en el que nada les falta, y en el que padres y hermanos, son un extraordinario modelo de juego y distracción continuada. El "Nirvana" de todo pequeño. Padres que les prestan atención durante las veinticuatro horas del día; continuos juegos y juguetes nuevos o inventados. Hasta el hacer bizcochos se convierte en una diversión. El niño no se ve obligado a madrugar para ir al colegio; duerme todo lo que quiere con gran alegría de los padres que, de esta manera reducen las horas en las que deben ser los "animadores" de los hijos. En la casa, no hay que comer la comida del colegio o la guardería. Mamá les hace siempre lo que les gusta. La casa y la familia se han convertido en una permanente carpa de circo cuyo espectáculo  dura 24 horas cada día.
Cada día que pase, ese síndrome se ira afianzando en las mentes de los más pequeños; y cada día que pase, será más complicado eliminar el "síndrome del vientre protector". Si a todo esto se le añade que el salir de la casa no tiene atractivo ninguno; porque, no pueden relacionarse, ni jugar con otros niños; ni tan siquiera deslizarse por un tobogán. Si hasta el tiempo de salida, y el espacio autorizado para su diversión está tasado ¿qué aliciente tiene un pequeño de cuatro o cinco años para salir de casa? Caminar sin rumbo para ir a ninguna parte; pasar delante de columpios y toboganes y no poder disfrutar de ellos; ver al compañero del colegio y no poder acercarse a él; son elementos poco atractivos para que los niños quiera abandonar el "vientre protector" que es el hogar.
Si a los "síndromes infantiles" les añadimos los que hemos desarrollado los adultos, el panorama psicológico de los ciudadanos es sencillamente lastimoso.
Como corolario de todo esto, está surgiendo en todos nosotros, sobre todo en los que ya tenemos una edad, y que gozamos del beneplácito del algunos para seguir viviendo, el "síndrome del anciano estorbo". Lo que lleva a haber desarrollado un nuevo miedo: el miedo a enfermar.Porque, ahora un anciano enfermo, no es un anciano enfermo; es un coste social que hay que eliminar.Y en la tristeza del futuro que nos espera recordamos  la letra de una canción de  Serrat que dice:

El sacristán ha visto
Hacerse viejo al cura
El cura ha visto al cabo

Y el cabo al sacristán
Y mi pueblo después
Vio morir a los tres
Y me pregunto por qué nacerá gente
Si nacer o morir es indiferente