Desde que los comerciantes fenicios surcaron los mares en busca de
nuevas vías de comercio, el mundo de lo mercantil ha vivido diferentes etapas.
Desde que los banqueros venecianos comenzaron a financiar las operaciones
relacionadas con el comercio, aparecieron las figuras del deudor y del acreedor;
figuras, cuyas relaciones han sido reguladas de muy diferentes maneras según
los países y las épocas. Tiempos hubo, en las que el acreedor podía reclamar al
deudor el pago de su deuda con su propio corazón. El inigualable Shakespeare,
lo puso de manifiesto en su obra " El mercader de Venecia". Otros
países y otros tiempos dulcificaron las legislaciones y redujeron las penas de
los quebrados a penas de prisión.
Por no quebrar, los comerciantes acudían a cualquier medio para
evitarla; no solo por el desprestigio que ello suponía sino por el castigo al
que se enfrentaba el quebrado.
El paso del tiempo, la complejidad de las actividades mercantiles,
la cada vez más sospechosa implicación de los legisladores con los grandes y
poderosos empresarios, trajo consigo la aparición del Derecho Mercantil y su
legislación, de la que emanó el "delito mercantil".
El delito mercantil supuso la práctica eliminación de la carga
penal que arrastraban los deudores que no hacían frente a sus obligaciones.
Esa legislación, mucho más laxa que las anteriores, propició que
las quiebras dejaran de ser un estigma para el empresario, y se convirtiera en
un instrumento, en muchos casos, de robo y estafa a terceros que se encontraron
impotentes para recobrar lo que en justicia se les debía.
En los últimos años hemos asistido en España, y en el Mundo, a un
importante número de quiebras de grandes grupos empresariales, que, de la noche
a la mañana, se han derrumbado como un castillo de naipes, arruinando a
millones de pequeños inversores y trabajadores a los que han destrozado la
vida.
En nuestro país, no han sido pocos los casos en los que este
fenómeno de la quiebra se ha dado, tomando en España una curiosa deriva.
Pocos, muy pocos, de los empresarios o administradores que las han
provocado, han puesto un pie en la cárcel. Un ejército de expertos en Derecho
Mercantil y Penal, bucean en las turbias aguas de la Ley para librar a sus
clientes del molesto asunto.
Mientras continúan haciendo ostentación de sus felices vidas,
miles de afectados, gritan, como posesos, de puerta en puerta, reclamando
Justicia. Una justicia que, en muy contadas ocasiones, y después de años de lucha,
les llega; pero, tan mermada, que apenas se le puede denominar Justicia.
En la actualidad estamos asistiendo al desmantelamiento de una de
las más importantes empresas españolas; que, en poco más de veinticuatro horas,
ha pasado de la pujanza del Ibex a la quiebra total.
En los cómodos sillones de su Consejo de Administración, ilustres
traseros de la política han sentado sus posaderas, y obtenido pingües
beneficios. Beneficios que, ahora, los pagadores quieren cobrarse en forma de
intervención estatal; es decir, buscando que seamos todos los españoles quienes
paguemos los desafueros causados por los depredadores de la empresa. Depredadores
que ya se habían cobrado parte de la "pieza" a lo largo de los años,
y de obtener insultantes indemnizaciones que ahora pretenden que paguemos entre
todos.
Tres cosas tengo por
ciertas:
1.- Los españoles pagaremos.
2.- Los trabajadores pagarán.
3.- Los delincuentes, no pagaran.
Sobre la cubierta de sus lujosos yates, luciendo su Rolex y
deleitándose con un carísimo licor, contemplarán como unos y otros buscan la
manera de engañar a los españoles, para que pasemos por taquilla, sin parecer
que lo hacemos.
¿Preocupados? En absoluto. Tienen la tranquilidad de tener cogidos
por las "pelotas" a elementos influyentes, que serían capaces de
cambiar el sistema de rotación de la tierra, con tal de proteger sus riquezas
acumuladas.
Si les fuera de aplicación una legislación mercantil que tuviera
un artículo que dijera:
"El quebrado, fuera persona física o
jurídica, ingresará de forma inmediata en prisión, sin juicio, hasta que sus
acreedores hayan percibido el total montante de su derecho, más los intereses
legales devengados.
Suficiente.
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