Forma parte de la condición humana, expresarse mediante las
palabras; no en vano somos lo que
Aristóteles dijo del Hombre que era “ Un animal social”.
Las palabras toman un especial significado cuando de referirse a
un acontecimiento extraordinario se trata. De esta forma, si un acto alegre y
gratificante nos acontece, expresamos nuestra alegría con un batería de
expresiones ya acuñadas. De igual manera, si
el hecho ocurrido es triste y luctuoso,
recurrimos a las preestablecidas para expresar nuestro dolor, real o
fingido.
El trece de noviembre pasado, ocurrió en Paris el cruel episodio
que todos conocemos; acto, que dio lugar a toda una serie de manifestaciones de
dolor y de repulsa, acompañadas de las más diversas expresiones de condolencia.
De forma paralela, hicieron su aparición palabras como dialogo,
tolerancia, empatía, que pulularon por doquier y fueron usadas y abusadas hasta
el cansancio.
¿Qué nexo de unión tenían todas ellas?, su falta de contenido. Una
palabra vacía, no es nada; una palabra, que no esté acompañada de un fondo
real, se queda en sólo palabra.
Quienes hablan de diálogo, deben dar contenido a la expresión.
¿Cómo se carga de contenido la palabra, “diálogo”? Explicando quienes deben de
dialogar, y cuáles son las materias
sobre las que se debe entablar ese dialogo; pues, para que exista tal
dialogo debe haber, al menos, dos partes que quieran hablar.
Tras los hechos de Paris, me he preguntado ¿con quién hay que
dialogar? Y, sinceramente, no he encontrado
respuesta. En un grupo cultural, en el que la violencia es tolerada, cuando no
inducida, si esta se ejerce en nombre de una Religión, es muy complicado de
hallar un interlocutor válido. Si la violencia política se mezcla con el odio
intercultural y la animadversión religiosa, hallar un punto de encuentro, por
mínimo que sea, es prácticamente imposible.
Otro de los ejercicios que se han practicado estos días, ha sido
el de la búsqueda de los culpables últimos que han llevado a los atentados.
Aquí se han manifestado opiniones de todas clases; cada una de ellas con su
carga política. En este punto sí que se han leído y oído toda clase de
opiniones; algunas de ellas, ciertamente curiosas. Cada cual ha lanzado los
dardos dialécticos según su interés.
De todo lo escuchado y leído y visto, no he conseguido obtener una
respuesta concreta a mi pregunta sobre ¿con quién dialogar, de qué dialogar y
dónde hacerlo?
La segunda palabra que más he escuchado ha sido, “la tolerancia”.
Al igual que en la anterior del dialogo, la tolerancia implica una dualidad;
necesita una voluntad de respeto por ambas partes. No puede haber tolerancia si
una de ellas no cede un ápice en sus posiciones. Si sólo una parte está
dispuesta a transigir, la tolerancia no es tal, y se convierte en sometimiento.
Si complicado es encontrar los elementos imprescindible para el
dialogo, hallar puntos de encuentro de tolerancia, que permita una armónica
convivencia, es casi imposible.
Históricamente, las Religiones han sido uno de los elementos en la
vida de los Hombres que se ha devenido como más intransigente. Los muertos
habidos, en nombre de Dios, a lo largo de los tiempos son incalculables.
A cómo hacer efectiva la tolerancia; tampoco tengo respuesta.
Si existe una palabra difícil de llenar de contenido, esa es: “la
empatía”. Personalmente opino que esta palabra no debería figurar en nuestro
diccionario. La razón que me lleva a expresarme así, es su imposibilidad de
perfeccionamiento.
La RAE define “Empatía” como: “Sentimiento de identificación con
algo o alguien”. O “Capacidad de identificarse con alguien y compartir sus
sentimientos”.
No creo que ningún ser humano pueda compartir los sentimientos de
otro. Se puede ser muchas cosas con otra persona; pero, sentir como el otro
siente es imposible. Si esa empatía se debe realizar entre personas de
diferentes Culturas, la imposibilidad primaria se convierte en doble, si es que
ello fuera posible.
La palabra es la esencia de la comunicación y de la convivencia;
sin embargo, si la palabra es vana, el viento se la lleva con mucha
facilidad.
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