La vida no siempre es fácil, quienes allá por los años 50 vivíamos
en Extremadura pudimos sentir en nuestras propias carnes, la dureza que suponía
sobrevivir en una tierra que lo negaba todo. Campos que vedaban sus frutos, si
no era a cambio de un supremo esfuerzo de hombres y mujeres; esfuerzo, que era soportado
por todos los que formaban la familia.
Las rudas manos de hombres y mujeres, se unían, con las aún no
curtidas de los niños, para lograr estrujar la tierra y sacarle el fruto que
les permitiera subsistir.
Ese tesón de nuestros antepasados, son los cimientos que hoy
sostienen el edificio de nuestro bienestar; un bienestar, que hoy no sólo
disfrutamos si no que exigimos.
Nuestros abuelos no tuvieron a quien exigir, salvo a sus propios
cuerpos, un bienestar que pocos disfrutaban. Sin embargo, lejos de acobardarse,
lucharon con todas sus fuerzas y realizaron todos los sacrificios posibles para
intentar salir del pozo de miseria en el que se encontraban, y dar a sus hijos
una vida mejor.
No fue el esfuerzo físico el peor de sus enemigos; eran hombres y
mujeres curtidos en el trabajo y eso no les asustaba. El peor de sus
sacrificios fue el tener que abandonar su tierra.
Pocos nos acordamos ya de aquellos hombres, analfabetos en su
mayoría, que se hacinaban en los andenes de las estaciones, a la espera de un
tren que les llevaría a lo desconocido.
En sus pobres maletas de cartón, poco equipaje había; sin embargo,
su peso era enorme; la ignorancia y el miedo, lastraban los bultos que
arrastraban en un cruel viaje, en muchos casos sin retorno.
No se acobardaron por ello; sabían que, a miles de kilómetros, sus
mujeres e hijos necesitaban de su esfuerzo para no morir de hambre.
A duras penas fueron capaces de aprender a hablar un idioma
desconocido, cuando ni siquiera eran capaces de escribir en su lengua materna;
pero lo hicieron.
No resulta fácil, en nuestra cómoda vida del siglo XXI, imaginar
lo que aquellos hombres sintieron y sufrieron ante las dificultades que
tuvieron que superar. No gozaron de ayudas, de subsidios, de ONGs que les
echaran una mano en aquellos duros momentos.
Unos sucios barracones, unos trabajos que nadie quería realizar,
unos salarios ínfimos, fueron su seña de identidad.
Su "maná" en forma de Marcos alemanes, Francos suizos o
franceses, comenzó a llegar poco a poco hasta las resecas tierras extremeñas.
Poco a poco, sus familias comenzaron a disfrutar de un cierto bienestar que nunca
hubieran logrado de no ser por quienes en la distancia bebían el amargo trago
de la emigración.
Cuando en nuestros días muchos, quizás demasiados, insultan y
reniegan de su tierra; cuando esa Patria es ofendida y menospreciada por
señoritos de manos pulidas y corazón endurecido; me siento orgulloso de ser
descendiente de unos hombres y mujeres que lucharon hasta extenuación por
proporcionarnos a todos una vida mejor.
Ellos son los cimientos de la Patria; estas son las columnas que nos
sostienen, y no deberíamos consentir que se falte al respeto a una obra que
costó sangre, sudor y lágrimas.
Sólo tengo como arma este humilde púlpito, y desde él apelo a
vuestro orgullo como descendientes de aquellos hombres y mujeres que, a pesar
de lo cruelmente que les trató la vida, jamás renunciaron a sus raíces; jamás
renegaron de su Patria; nunca ofendieron a su bandera, a sus símbolos, a las imágenes
que veneraron hasta el día de su muerte; porque su tierra no eran los gobernantes,
ni los patronos; ni los ricos, ni los corruptos, ni los dictadores; su tierra
era el lugar donde nacieron, donde nacieron y fueron enterrados sus padres y
los padres de sus padres. ¿Quién osaría menospreciar el lugar donde reposan quienes
te dieron la vida? Únicamente gente sin alma y sin conciencia puede albergar
sentimientos tan en contra de la estirpe de sus antepasados.
Sencillamente perfecta la reflexión. No debemos olvidarnos de dónde venimos para no volver a repetir la misma historia.
ResponderEliminar