sábado, 5 de diciembre de 2015

DOBLE CERO

Una de mis aficiones, es charlar y discutir, con mis amigos, durante horas, de lo divino y de lo humano.
Cuando no hay por medio impedimentos que tomen la forma de hijos o nietos, nos gusta sentarnos teniendo enfrente unas cervezas, y algún refresco "Zero", y darle a la "húmeda" todo lo que podemos.
Ayer fue uno de esos días.
Sin embargo, el día de ayer tuvo un desenlace no previsto: descubrí que Dios existe. Sí, es cierto, puse fin a la gran polémica que ha guiado al Hombre a través de los siglos. ¿Cómo llegué a tan extraordinaria conclusión? Veréis, o mejor dicho, leeréis.
En un momento de la noche, nuestra tertulia se encontraba dividida en dos. Por un lado las mujeres, nada que ver con la discriminación, y por otro mi amigo y yo, que en ese momento analizábamos el gravísimo y trascendental asunto de la eliminación del Real Madrid.
Aunque nuestro tema era apasionante, no lo era tanto como para que mis oídos no percibieran una expresión dicha por una de las féminas. La palabra en cuestión, que en un primer momento no entendí, era: " Doble cero".
Interrumpí el análisis de la metedura de pata madrileña, y quise que me aclararan qué palabra era aquella que había escuchado y qué significado tenía.
Pronto me sacaron de dudas. "Doble cero" no era el grado de ningún espía del CNI; "Doble cero" es la denominación que tiene una de las múltiples sillitas de seguridad que se instalan en los coches para transporta a los niños más pequeños. Me explicaron cómo eran las mencionadas sillitas, y los elementos de seguridad de los que están dotados; así como los rigurosos controles a los que son sometidas para que estén debidamente homologadas. Porque, no sirve cualquiera. Una sillita de niño no homologada, acarrea serias sanciones para el despiadado conductor.
Fue en ese momento cuando la Luz llegó hasta mí.
Miré a mi amigo, que a la sazón ya ha superado con creces la sesentena, y le espeté: " Dios, existe".
La cara de sorpresa de mi amigo y contertulio, fue la que os imagináis; su pregunta, inmediata, fue:
- ¿Por qué dices eso? Me replicó.
- Tú y yo, somos la prueba irrefutable de ello.
No entendió mi amigo, por qué nosotros éramos la prueba irrefutable de la existencia de Dios; razón por la que me vi obligado a explicárselo.
Ambos, le dije, hemos recorrido España, en nuestra infancia, de norte a sur, de este a oeste, subidos en un "Seiscientos" sin sillita " Doble cero", y estamos aquí, más de sesenta años después.
Nuestros "irresponsables" padres, nos han expuesto al terrible peligro de la carretera, sin sillitas "Doble cero", primero, y sin cinturón de seguridad después.
Se han permitido jugar con nuestras vidas, al dejarnos montar en bicicleta sin casco protector; deslizarnos por las cuestas, subidos en aquellos artilugios hechos de madera y ruedas de patines de acero sin el consabido casco, sin coderas, sin rodilleras, ni espinilleras.
Nos han consentido comer altramuces, vulgo " chochos", bañados en unas aguas que se cambiaban cada cuatro meses. Ingerir, ayudados de un alfiler, el cuerpo, carnoso y sabroso, de unos caracoles, vulgo "bígaros" y rechupetear su concha para que nada quedara dentro; todo ello, si haber sometido los alimentos a los reglamentarios procesos de esterilización, pasteurización y uperización.
Pero, la prueba definitiva y concluyente de la existencia de Dios, se producía, año tras año, en las ferias de nuestro pueblo.
Si hemos sobrevivido a los camarones, los cangrejos, a las rodajas de coco sumergidas en unos baldes de aguas a punto de putrefacción. Si las bacterias que pululaban por los vasos en los que tomábamos las granizadas de limón, no han podido con nosotros; ¿qué más pruebas necesitas de la existencia de un Ser Supremo que guarda de nosotros?
Convencido mi amigo de la certeza de mi descubrimiento, pagamos la cuenta y nos retiramos a nuestros aposentos.

¡¡¡ Éramos unos hombres nuevos!!!  

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