jueves, 28 de enero de 2016

LA BURBUJA

Hace unos días, una fotografía ha levantado gran polvareda. Como todos habréis intuido me refiero a la que se ha publicado de un torero con su hija en brazos mientras toreaba una vaquilla.
Los intereses espurios de unos, y la hipocresía de otros, han dado carnaza para dar y tomar. Hasta sesudos organismos han puesto pié en pared, para condenar el comportamiento del padre.
Como en esta vida todo deber ser tratado con proporcionalidad y ponderación, intentaré situar el hecho en su justo contexto.
El entorno en el que hay que situar el hecho es en el de la vida misma. Una vida en la que los actos cotidianos implican riesgo; porque la vida, desde el primer segundo, es riesgo.
La sociedad moderna, ha establecido unos principios, teóricos, de sobreprotección a la infancia. Digo teóricos, porque nadie actúa pretendiendo hacer daño a un niño.
Si un padre o madre, monta a su hijo en un columpio, quiere que su hijo se divierta, y a medida que el pequeño le pide más impulso el padre/madre, se lo da. ¿Existe riesgo para el menor?: evidente.
Si nuestro hijo nos pide ir a un parque de atracciones, y montar en las más excitantes, lo hacemos. ¿Existe riesgo?: evidente.
Si llevamos a nuestro hijo a un parque acuático, y consentimos que se lance por los inmensos toboganes sin más protección que una esterilla; ¿existe riesgo?: evidente.
Los millones de padres que hacen a diario algunas de estas actividades con sus hijos ¿son irresponsables y maltratadores de los niños? Naturalmente que no; ¿por qué?; pues porque, sencillamente, viven.        
Quienes plantean una existencia exenta de riesgos, sencillamente, se equivocan. No sólo porque ello es imposible, sino porque limita la capacidad del individuo a hacer frente a las dificultades con las que se ha de enfrentar en la vida.
El mundo que nos rodea, nos guste o no, es una "selva", en la que debemos aprender a sobrevivir; y eso hay que hacerlo desde edad temprana; y la mejor forma de estar preparado para la supervivencia es conocer los peligros, y ejercitarse para esquivarlos por uno mismo.
Si en la "selva" de la vida llevamos, delante de nosotros, un desbrozador que nos limpia el sendero, no sabremos que delante de nosotros hay una tupida vegetación que nos impide el paso. Si no hemos aprendido a usar el "machete" para cortar las lianas que nos impiden continuare por la senda, quedaremos apresados en su maraña.
Desde, al menos, dos generaciones hemos cometido el error de la súper protección, no sólo durante los años de la infancia; la hemos prolongado durante la adolescencia, la juventud, y en demasiados casos cuando nuestros hijos han llegado a la edad adulta. Permanecen cobijados en nuestros lares, hasta edades que sonrojan.
Les hemos "castrado", mentalmente, para que puedan frente a las múltiples dificultades que la vida les plantea; algo que, antes o después, pagarán; y de qué manera.
No quiero dar la impresión de que opine debemos educar a nuestros hijos como los antiguos habitantes de Esparta; creo, que hemos de inculcarles las dificultades que les ocurrirán en la vida. Que hay que caerse de la bicicleta y hacerse una herida, para aprender a circular con ella. Si van siempre con "ruedines" nunca serán libres para montar en "bici". Estarán limitados a circular por lugares llanos y bien asfaltados, donde los "ruedines" no se atasquen. Y esos circuitos no siempre están disponibles.
Los padres debemos estar para poner "Mercromina" cuando se accidentan; pero, el riesgo lo deben asumir ellos.  
Debemos recordar aquel proverbio chino que dice:
"Regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día, enséñale a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida"

   

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