Hace unos días, una fotografía ha levantado gran polvareda. Como
todos habréis intuido me refiero a la que se ha publicado de un torero con su
hija en brazos mientras toreaba una vaquilla.
Los intereses espurios de unos, y la hipocresía de otros, han dado
carnaza para dar y tomar. Hasta sesudos organismos han puesto pié en pared,
para condenar el comportamiento del padre.
Como en esta vida todo deber ser tratado con proporcionalidad y
ponderación, intentaré situar el hecho en su justo contexto.
El entorno en el que hay que situar el hecho es en el de la vida
misma. Una vida en la que los actos cotidianos implican riesgo; porque la vida,
desde el primer segundo, es riesgo.
La sociedad moderna, ha establecido unos principios, teóricos, de
sobreprotección a la infancia. Digo teóricos, porque nadie actúa pretendiendo
hacer daño a un niño.
Si un padre o madre, monta a su hijo en un columpio, quiere que su
hijo se divierta, y a medida que el pequeño le pide más impulso el padre/madre,
se lo da. ¿Existe riesgo para el menor?: evidente.
Si nuestro hijo nos pide ir a un parque de atracciones, y montar
en las más excitantes, lo hacemos. ¿Existe riesgo?: evidente.
Si llevamos a nuestro hijo a un parque acuático, y consentimos que
se lance por los inmensos toboganes sin más protección que una esterilla; ¿existe
riesgo?: evidente.
Los millones de padres que hacen a diario algunas de estas
actividades con sus hijos ¿son irresponsables y maltratadores de los niños?
Naturalmente que no; ¿por qué?; pues porque, sencillamente, viven.
Quienes plantean una existencia exenta de riesgos, sencillamente,
se equivocan. No sólo porque ello es imposible, sino porque limita la capacidad
del individuo a hacer frente a las dificultades con las que se ha de enfrentar
en la vida.
El mundo que nos rodea, nos guste o no, es una "selva",
en la que debemos aprender a sobrevivir; y eso hay que hacerlo desde edad
temprana; y la mejor forma de estar preparado para la supervivencia es conocer
los peligros, y ejercitarse para esquivarlos por uno mismo.
Si en la "selva" de la vida llevamos, delante de
nosotros, un desbrozador que nos limpia el sendero, no sabremos que delante de
nosotros hay una tupida vegetación que nos impide el paso. Si no hemos
aprendido a usar el "machete" para cortar las lianas que nos impiden continuare
por la senda, quedaremos apresados en su maraña.
Desde, al menos, dos generaciones hemos cometido el error de la súper
protección, no sólo durante los años de la infancia; la hemos prolongado
durante la adolescencia, la juventud, y en demasiados casos cuando nuestros
hijos han llegado a la edad adulta. Permanecen cobijados en nuestros lares,
hasta edades que sonrojan.
Les hemos "castrado", mentalmente, para que puedan frente
a las múltiples dificultades que la vida les plantea; algo que, antes o después,
pagarán; y de qué manera.
No quiero dar la impresión de que opine debemos educar a nuestros
hijos como los antiguos habitantes de Esparta; creo, que hemos de inculcarles
las dificultades que les ocurrirán en la vida. Que hay que caerse de la bicicleta
y hacerse una herida, para aprender a circular con ella. Si van siempre con
"ruedines" nunca serán libres para montar en "bici". Estarán
limitados a circular por lugares llanos y bien asfaltados, donde los "ruedines"
no se atasquen. Y esos circuitos no siempre están disponibles.
Los padres debemos estar para poner "Mercromina" cuando
se accidentan; pero, el riesgo lo deben asumir ellos.
Debemos recordar aquel proverbio chino que dice:
"Regala un pescado a un hombre y le
darás alimento para un día, enséñale a pescar y lo alimentarás para el resto de
su vida"
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