domingo, 24 de enero de 2016

017

En los cuentos de las "Mil y una Noches", una figura que siempre está presente es la del eunuco. Los eunucos, eran los encargados de vigilar el serrallo o el harem donde las mujeres del sultán esperaban la llamada de su señor.
Los eunucos gozaban de cierto poder, y la confianza del amo al ser inofensivos ante las veleidades sexuales de las esposas, no siempre dóciles y tranquilas.
Desconozco si en la actualidad aún existe esa figura legendaria, supongo que es posible.
Esa figura, castrada, que nos lleva a pensar en lejanas tierras, ha resurgido en nuestro mundo occidental, tomando una forma sutil de castración: la castración legal.
Es el eunuco una persona al que, por vía quirúrgica, se le priva de sus glándulas secretoras y le incapacita para fecundar a una mujer. Se le convierte en un impotente, desde el punto de vista sexual y reproductor.
Los cambios sociales y jurídicos producidos en España en los últimos años, han dado lugar al nacimiento de una especie de varones a los que se les han amputado sus derechos como si de gónadas se tratara.
A lo largo de la Historia de la Humanidad, era un valor positivo el nacer varón. El varón representaba la fortaleza, el coraje, la valentía; sin embargo, la evolución, no genética sino legal, se ha llevado todo eso por delante, transformando al varón en un valor negativo.
Nacer varón, implica llegar a la vida con el estigma de la sospecha. Nacer varón supone que en el momento de relacionarse con una mujer, un halo de incertidumbre se cierne sobre él. Sus derechos, por el hecho de nacer hombre, quedan reducidos de forma considerable. Todo lo que digas o hagas será puesto en cuestión, por un sistema que por el hecho de serlo te condena sin previo juicio.
Quien une su vida a una mujer, sabe, o al menos debería saber, que es su rehén de por vida. No podrá escapar de sus redes, sin soportar graves quebrantos morales y económicos.
Quienes hayáis llegado hasta aquí en la lectura, me estaréis tachando de loco y excéntrico. Sin embargo, pararos a analizar de manera objetiva, lo que ocurre a vuestro alrededor.
Rara es la familia a la que no le ha tocado vivir el hecho de una ruptura de pareja o sus desavenencias. Analizar, fríamente, la situación en la que ambos miembros quedan; y valorar el trato que la legislación actual da al varón.
Atado de pies y manos por el contrato matrimonial, el más nefando de los contratos, el hombre, se ve obligado, sin posibilidad de recurso, a abandonar su hogar, a abandonar a sus hijos, y ver su economía machacada. La red es tan tupida que es imposible escapar.
No existen puertas a las que llamar, ni instancia a la que recurrir. Todo es adverso.
Como si de un perro sarnoso se tratara, se ve obligado a dejar la casa en la que habita y por la que ha luchado y trabajado. Como si de un ser maléfico se tratara, se ve apartado de sus hijos, en cuya educación no puede participar y ve como sus besos y abrazos están tasados por un auto judicial.
Como si de un eunuco de las Mil y Una Noche se tratara, debe contemplar, impotente, cómo la casa que fue su hogar, es ocupada por otro, sin que nada pueda hacer. Cual eunuco del lejano oriente debe contemplar, impotente, cómo la educación de sus hijos, que a él se le niega, se pone en manos de desconocidos sin posibilidad alguna de impedirlo.
A quien nada tiene que ver con sus hijos, se le permite estar en su compañía todos los días y a todas las horas, mientras al padre biológico sólo le es permitido hacerlo cuando a su señoría le ha parecido bien.      
Sus gritos de impotencia se pierden en el fárrago de la Ley; y, como eunucos, arrastran sus almas por el mar de la incomprensión y de la ignominia.
No existe un teléfono 017 de ayuda al varón desesperado: No existe un teléfono 017 al que pedir amparo. No existe un teléfono 017 donde descargar su rabia, y su impotencia de eunuco legal.
Como dijo el maestro Antonio Machado:
Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios.


A mis amigos que lo están pasando mal.

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