domingo, 3 de enero de 2016

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Durante toda nuestra vida escuchamos y decimos frases, tópicas y típicas, para crearnos unas fantasías que nos permitan ir tirando en la vida.
Para cada situación, a lo largo de los años, hemos ido acuñando una, adaptada a los tiempos y a las circunstancias.
Durante estos últimos días nos hemos repetido, hasta la saciedad, la cantinela de: "año nuevo, vida nueva".
Si alguien no está convencido de que la frase y el concepto son falaces, no tiene más que mirar por la venta. Una vez que haya apartado el "visillo", verá que nada ha cambiado; que todo sigue igual, tras haber ingerido, de mala manera, doce uvas. Nada ha cambiado después de haber hecho el ridículo con los sombreros y matasuegras; que, tras agotar las existencias de alcohol, todo sigue exactamente igual.
Continúan las guerras, las desgracias diversas con las que nos saluda la naturaleza;  las injusticias y las desigualdades continuarán inalterables durante los siguientes 366 días.
Si el año 2015 se despidió con un último caso de la mal llamada "violencia de género", el año 2016 nos dio la "bienvenida" con un nuevo dramático caso en el que perdieron la vida tres personas.
Si la notica de estos hechos me produce dolor como persona, los comportamientos de quienes "hociquean" buscando cámara y micrófono, me resultan vomitivos.
Ayer, se usó y abusó, por parte de algunos, de la expresión: " Hacer cuestión de Estado".
Me considero persona con una buena capacidad de análisis, (de hecho me tildan de ser demasiado analítico y racional, e incluso corrosivo, poco dado a las fantasías) y no he conseguido concluir nada sensato que se derive de la antedicha expresión.
¿Cómo se puede hacer cuestión de Estado, el cerebro de cada persona? ¿Cómo se pueden hacer cuestión de Estado los sentimientos humanos? ¿Cómo se consigue hacer cuestión de Estado: el odio, la ira, los celos?   
El Estado ya ha hecho lo que le corresponde; ha dictado leyes, ha establecido tutelas judiciales; ha designado centros especiales de protección; ha diseñado mecanismo de ayuda y prevención (en la medida de lo posible). ¿No es todo esto hacerlo cuestión de Estado?
Quien de verdad sufre el dolor de la tragedia, no busca una cámara o un micrófono para soltar una frase aprendida; quienes así actúan, buscan únicamente su propio protagonismo, y si de paso pueden culpar al gobernante de turno, y arañar unos adeptos para su causa política, mejor que mejor.
Aquí es dónde se dispara mi indignación; porque, quienes así hablan, saben perfectamente que piden un imposible. Un imposible que quieren transformar en una exigencia social, que jamás se cumplirá.
Los sentimientos se desarrollan en cada individuo de infinitas maneras, y en cada caso toman una deriva que nadie, ni siquiera el propio individuo, puede saber.
¿Cómo puede un Estado prevenir, e impedir, que una persona mate a otras y después se suicide? ¿Qué medidas, leyes, protecciones se pueden implantar para que esto no suceda? Sencillamente, no se puede.
Solamente existe una forma de mitigar que, en los cerebros de las personas, se desarrollen  sentimientos extremos de maldad: el fomento del respeto.
Es esta una idea que repito una y otra vez; porque es, para mí, el único medio factible.
La única forma que tiene el Estado de actuar con eficacia para prevenir, es mediante la educación en las escuelas. La escuela no sólo debe formar; debe, educar.
Si en las escuelas, en las familias, en los medios de comunicación, no se inculca el valor del respeto, toda medida que pueda adoptar el Estado será inútil, y cada día que pase seguiremos viendo y viviendo episodios de violencia y de sinrazón.
Las leyes, la prisión, el castigo, no son más que vanas pretensiones de contener una hemorragia con una "Tirita".
El castigo se cumplirá; pero, el sentimiento de odio hacia el otro, nunca desaparece; es más, me aventuraría a decir que se incrementa.
Sería prolijo y complicado explicar cuáles son, en mi opinión, las razones que nos han llevado a la situación actual. Razones que, por otro lado, intuyo, no serían comprendidas ni aceptadas por muchos; no porque las mismas no estén bien fundamentadas; si no, porque demasiadas personas se niegan a aceptar la realidad de la miseria de la condición humana. 

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