Aunque de tierra
adentro, por alguna extraña razón, desde niño me ha fascinado el Mar y todo lo
relacionado con él. No sé qué es lo que más me fascina de él, si su calma o su
bravura imparable.
Tirado por esta
afición, me gusta ver en televisión, a falta de un mar cercano, todo lo que con
él se relaciona.
En estos días
suelo ver diariamente un programa titulado “Pesca
Radical”, en él se nos traslada la vida a bordo de varios barcos cangrejeros que faenan en el Mar de
Bering.
Las cámaras captan,
y emiten, todo lo que ocurre a bordo de los, en apariencia, frágiles naves;
desde cómo se cocina el desayuno, hasta la muerte de un capitán, o la caída al
mar de un marinero.
En medio de olas
de doce metros, o rodeados de hielo, han de realizar su trabajo. Un trabajo que
es duro en extremo. Si la labor física es dura, el desgaste psicológico no le
va a la zaga.
Cómodamente, en
apariencia, sentado en la cabina de mando, el capitán del barco cangrejero debe
gobernar la nave, y sus hombres, para lograr dos objetivos principales:
conseguir pescar las cuotas de cangrejos asignada, y retornar al puerto de Dutch
Harbor con toda la tripulación indemne, y con el cheque de sus ingresos
garantizados.
Si duro es pasar
horas y horas recogiendo nasas
llenas, o vacías, de cangrejos; mucho más duro es estar vigilante de todo lo
que ocurre en cubierta, y de lo que la mar pueda deparar.
Su cerebro debe
trabajar con la máxima concentración para que ninguna ola entre de costado, y
haga naufragar al barco.
Con mano firme en
el timón para tomar las olas por proa, debe comprobar desde la altura que la
posición de cada hombre en cubierta es segura; que cada marinero realice su
trabajo de manera correcta para no entorpecer el trabajo del resto de la
tripulación.
Quizás, la tarea
psicológica más importante del capitán es la de reconducir las situaciones de tensión
que se producen entre la marinería; provocadas por las duras condiciones del
trabajo, la de convivir en tan reducido espacio, y las adversas condiciones
meteorológicas.
Para que el barco
llegue a puerto, el capitán ha de realizar movimientos que no siempre son
entendidos por la tripulación que manifiesta, sonoramente, su disconformidad.
A pesar de todo,
mantiene la mano firme en la palanca del timón para que las olas entren por la
proa.
Ser presidente de
un gobierno, es un trabajo que se asemeja mucho al de un capitán de un barco cangrejero.
Su objetivo es
llevar el barco del país a buen puerto, evitando las olas de doce metros que alimentan
aquellos que, para hacerse con la palanca
del timón, no dudan en hacer zozobrar la nave.
En estas
condiciones no resulta sencillo hacer comprender a la tripulación que para tomar las olas por proa hay que realizar determinadas maniobras con el barco; aunque
estas no sean del gusto de la marinería.
De la misma manera
que el capitán del cangrejero puede contemplar los peligros de la mar desde su
atalaya; un presidente de gobierno ve, desde la atalaya de su puesto de mando,
lo que la marinería no puede
contemplar, dejándose guiar por aquellos cuyo su único interés consiste en
quitar al capitán, y sacarlo de la cabina
de mando.
Por suerte para el
destino del barco cangrejero, entre la marinería viajan viejos lobos de mar que
saben que, a pesar de las protestas de los novatos, las maniobras que realiza
el patrón son las adecuadas para poder lograr las cuotas asignadas, con las que
la tripulación podrá llevar a su casa un sustancioso cheque con el que poder
mantener a la familia.
Si el gobernante
de la nave dejara de hacer lo correcto, y las olas de doce metros, entraran de
costado, el destino de la frágil embarcación no sería otro que el fondo del mar.
La tripulación
debería ponerse los trajes de supervivencia, y esperar la llegada de los “guarda costa” para ser rescatada.
Sin embargo, las gélidas
aguas del Mar de Bering dan poco margen para que se produzca el rescate; en
pocos minutos, a pesar de los trajes de supervivencia, los cuerpos de la
marinería y el del capitán, perecerán por congelación.
Por todo ello, es
menester dejar que el capitán realice las maniobras precisas, para evitar que
las olas entren por babor, o por estribor.
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