domingo, 18 de marzo de 2018

PESCA RADICAL


Aunque de tierra adentro, por alguna extraña razón, desde niño me ha fascinado el Mar y todo lo relacionado con él. No sé qué es lo que más me fascina de él, si su calma o su bravura imparable.
Tirado por esta afición, me gusta ver en televisión, a falta de un mar cercano, todo lo que con él se relaciona.
En estos días suelo ver diariamente un programa titulado “Pesca Radical”, en él se nos traslada la vida a bordo de varios barcos cangrejeros que faenan en el Mar de Bering.
Las cámaras captan, y emiten, todo lo que ocurre a bordo de los, en apariencia, frágiles naves; desde cómo se cocina el desayuno, hasta la muerte de un capitán, o la caída al mar de un marinero.
En medio de olas de doce metros, o rodeados de hielo, han de realizar su trabajo. Un trabajo que es duro en extremo. Si la labor física es dura, el desgaste psicológico no le va a la zaga.
Cómodamente, en apariencia, sentado en la cabina de mando, el capitán del barco cangrejero debe gobernar la nave, y sus hombres, para lograr dos objetivos principales: conseguir pescar las cuotas de cangrejos asignada, y retornar al puerto de Dutch Harbor con toda la tripulación indemne, y con el cheque de sus ingresos garantizados.
Si duro es pasar horas y horas recogiendo nasas llenas, o vacías, de cangrejos; mucho más duro es estar vigilante de todo lo que ocurre en cubierta, y de lo que la mar  pueda deparar.
Su cerebro debe trabajar con la máxima concentración para que ninguna ola entre de costado, y haga naufragar al barco.
Con mano firme en el timón para tomar las olas por proa, debe comprobar desde la altura que la posición de cada hombre en cubierta es segura; que cada marinero realice su trabajo de manera correcta para no entorpecer el trabajo del resto de la tripulación.
Quizás, la tarea psicológica más importante del capitán es la de reconducir las situaciones de tensión que se producen entre la marinería; provocadas por las duras condiciones del trabajo, la de convivir en tan reducido espacio, y las adversas condiciones meteorológicas.
Para que el barco llegue a puerto, el capitán ha de realizar movimientos que no siempre son entendidos por la tripulación que manifiesta, sonoramente, su disconformidad.
A pesar de todo, mantiene la mano firme en la palanca del timón para que las olas entren por la proa.
Ser presidente de un gobierno, es un trabajo que se asemeja mucho al de un capitán de un barco cangrejero.
Su objetivo es llevar el barco del país a buen puerto, evitando las olas de doce metros que alimentan aquellos que, para hacerse con la palanca del timón, no dudan en hacer zozobrar la nave.
En estas condiciones no resulta sencillo hacer comprender a la tripulación que para tomar las olas por proa hay que realizar determinadas maniobras con el barco; aunque estas no sean del gusto de la marinería.
De la misma manera que el capitán del cangrejero puede contemplar los peligros de la mar desde su atalaya; un presidente de gobierno ve, desde la atalaya de su puesto de mando, lo que la marinería no puede contemplar, dejándose guiar por aquellos cuyo su único interés consiste en quitar al capitán, y sacarlo de la cabina de mando.
Por suerte para el destino del barco cangrejero, entre la marinería viajan viejos lobos de mar que saben que, a pesar de las protestas de los novatos, las maniobras que realiza el patrón son las adecuadas para poder lograr las cuotas asignadas, con las que la tripulación podrá llevar a su casa un sustancioso cheque con el que poder mantener a la familia.
Si el gobernante de la nave dejara de hacer lo correcto, y las olas de doce metros, entraran de costado, el destino de la frágil embarcación no sería otro que el fondo del mar.
La tripulación debería ponerse los trajes de supervivencia, y esperar la llegada de los “guarda costa” para ser rescatada.
Sin embargo, las gélidas aguas del Mar de Bering dan poco margen para que se produzca el rescate; en pocos minutos, a pesar de los trajes de supervivencia, los cuerpos de la marinería y el del capitán, perecerán por congelación.
Por todo ello, es menester dejar que el capitán realice las maniobras precisas, para evitar que las olas entren por babor, o por estribor.

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