miércoles, 7 de marzo de 2018

EL DOMINÓ


En algún momento de nuestra vida hemos podido contemplar, y admirar, el precioso espectáculo que forman miles de fichas de dominó cayendo, una tras otra, para conformar una o varias imágenes con su caída.
La preparación de esa pequeña obra de arte es algo que lleva una buena dosis de inventiva, de pulso, de paciencia, y también de esfuerzo.
El tiempo que se precisa para su elaboración, o construcción, depende de muchos factores. Se debe concretar si será una formación grande; si la figura resultante será simple o complicada; si en medio habrá obstáculos que salvar…etc.
Cada una de estas dificultades deberá ser definida, medida, calculada, y ponderada con enorme precisión, para que el proceso pueda concluir con éxito, y se coseche el aplauso del público, o la simple satisfacción personal.
La técnica y los métodos en los que se basan estos prodigiosos montajes, son muy similares a los que una Sociedad realiza para la construcción y formación de la figura social que pretende construir.
Cada uno de los individuos que la conforman, es una “ficha” de un enorme “Dominó” que es una colectividad. Todos sus miembros deben estar perfectamente colocados para que la configuración final pueda ser concluida satisfactoriamente.
Aunque la obra colectiva, en realidad, nunca termina. Siempre que un nuevo individuo se añade al grupo, se le asigna el lugar correcto en el que debe estar situado para que el resto de las “fichas” no se descoloquen, y se derrumbe todo el trabajo realizado.
Sabemos, y ese es el objetivo de las creaciones con fichas de dominó, que su existencia es efímera. Que un pequeño impulso; casi un soplo; desencadena el denominado “efecto dominó”. Las piezas, perfectamente colocadas, irán ejerciendo entre ellas una fuerza suficiente para que todas caigan, sin posibilidad de detenerlas, hasta que el proceso destructivo culmine. Un paso que tardará más o menos, en función del número de piezas que lo conformen.
El constructor y el diseñador trabajan para que su obra sea fugaz; pues esa será su grandeza.
A diferencia de los que ocurre con las figuras de “el Dominó, la construcción social tiene pretensiones de permanencia; que su existencia no sea corta, y que, día a día, aumente su esplendor.
Sin embargo, un elemento de riesgo comparte con las fichas de “el Dominó”: el impulso. Ese suave movimiento que induce a que las piezas se vayan derribando una tras otra.
Las Sociedades a lo largo de su Historia, en mayor o menor medida, se han comportado como las formaciones de las figuras del popular  juego.
Quienes contaron con expertos en la conformación de los grupos sociales, consiguieron que, en los casos en que la figura se vino abajo, la reconstrucción de esta se realizara con solidez y fortaleza. Evitando de esa manera, que un pequeño soplo, o un leve empujón vuelva a destruir lo hecho.
Otros grupos, por el contrario, a lo largo de su Historia no han logrado contar con artífices de valía para dar fortaleza y seguridad a su propia figura.
En este último caso se encuentra España.
Culminada la ingente tarea de la Reconquista, los Reyes Católicos comenzaron a formar la figura de la nación española. Una figura que, con los siglos, llegó a alcanzar proporciones gigantescas. Aquella figura esparció sus fichas por todo el Orbe.
Era, en apariencia, una figura de sólida construcción capaz de resistir los embates más intensos de cualquier fuerza.
Sin embargo, el tiempo comenzó a demostrar que aquel coloso conocido por “El Imperio Español” había comenzado a perder solidez.
Minado por los despilfarros en vidas y haciendas, se propició el aumento de su debilidad. Poco a poco comenzaron a ir cayendo las “fichas del Domino” que componían la inmensa figura.
Fue el siglo XIX el que vio caer la penúltima ficha de nuestro Imperio.
Aquella colosal composición, que daba la vuelta la Tierra, quedó reducida a una sola pieza llamada España.
No fue esta “ficha” ajena al mal que aquejo al resto. Tras la culminación de la invasión de las tropas de Napoleón, comenzó a manifestarse un deterioro que se ha extendido hasta nuestros días.
Interminables guerras intestinas se sucedieron a lo largo de los siglos XIX y XX. Guerras que empobrecieron a nuestro país en hombres y recursos, lo que determinó, de manera inexorable, nuestro futuro como país.
Mientras los países de nuestro entorno crecían en riqueza tanto en la Metrópoli como en tierras lejanas, España se desangraba, y perdía una oportunidad Histórica que nunca se logrará recuperar.
Cuando a finales del siglo XX y comienzo del XXI, creímos haber logrado frenar la sangría que nos debilitaba, pudimos comprobar que todo había sido un espejismo. Que el mal que nos aquejó en los pasados siglos, no nos había abandonado, y continuaba drenando nuestro cuerpo social.
La última ficha del Dominó imperial se va diluyendo, poco a poco, como un azucarillo en un vaso de agua, sin que nadie de los que moramos en aquella, hagamos el más mínimo esfuerzo porque la figura de dominó , que comenzó a formarse en aquel lejano año de 1492, pueda sobrevivir, y no desaparezca en las procelosas aguas de la Historia.

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