En algún momento de nuestra vida hemos podido contemplar, y
admirar, el precioso espectáculo que forman miles de fichas de dominó cayendo,
una tras otra, para conformar una o varias imágenes con su caída.
La preparación de esa pequeña obra de arte es algo que lleva una
buena dosis de inventiva, de pulso, de paciencia, y también de esfuerzo.
El tiempo que se precisa para su elaboración, o construcción,
depende de muchos factores. Se debe concretar si será una formación grande; si
la figura resultante será simple o complicada; si en medio habrá obstáculos que
salvar…etc.
Cada una de estas dificultades deberá ser definida, medida,
calculada, y ponderada con enorme precisión, para que el proceso pueda concluir
con éxito, y se coseche el aplauso del público, o la simple satisfacción
personal.
La técnica y los métodos en los que se basan estos prodigiosos
montajes, son muy similares a los que una Sociedad realiza para la construcción
y formación de la figura social que pretende construir.
Cada uno de los individuos que la conforman, es una “ficha” de un enorme “Dominó” que es una colectividad. Todos sus
miembros deben estar perfectamente colocados para que la configuración final
pueda ser concluida satisfactoriamente.
Aunque la obra colectiva, en realidad, nunca termina. Siempre que un
nuevo individuo se añade al grupo, se le asigna el lugar correcto en el que
debe estar situado para que el resto de las “fichas”
no se descoloquen, y se derrumbe todo el trabajo realizado.
Sabemos, y ese es el objetivo de las creaciones con fichas de
dominó, que su existencia es efímera. Que un pequeño impulso; casi un soplo;
desencadena el denominado “efecto dominó”.
Las piezas, perfectamente colocadas, irán ejerciendo entre ellas una fuerza
suficiente para que todas caigan, sin posibilidad de detenerlas, hasta que el
proceso destructivo culmine. Un paso que tardará más o menos, en función del
número de piezas que lo conformen.
El constructor y el diseñador trabajan para que su obra sea fugaz;
pues esa será su grandeza.
A diferencia de los que ocurre con las figuras de “el Dominó, la construcción social tiene pretensiones
de permanencia; que su existencia no sea corta, y que, día a día, aumente su esplendor.
Sin embargo, un elemento de riesgo comparte con las fichas de “el Dominó”: el impulso. Ese suave
movimiento que induce a que las piezas se vayan derribando una tras otra.
Las Sociedades a lo largo de su Historia, en mayor o menor medida,
se han comportado como las formaciones de las figuras del popular juego.
Quienes contaron con expertos en la conformación de los grupos
sociales, consiguieron que, en los casos en que la figura se vino abajo, la reconstrucción de esta se realizara con
solidez y fortaleza. Evitando de esa manera, que un pequeño soplo, o un leve
empujón vuelva a destruir lo hecho.
Otros grupos, por el contrario, a lo largo de su Historia no han
logrado contar con artífices de valía para dar fortaleza y seguridad a su
propia figura.
En este último caso se encuentra España.
Culminada la ingente tarea de la Reconquista, los Reyes
Católicos comenzaron a formar la figura de la nación española. Una figura
que, con los siglos, llegó a alcanzar proporciones gigantescas. Aquella figura
esparció sus fichas por todo el Orbe.
Era,
en apariencia, una figura de sólida
construcción capaz de resistir los embates más intensos de cualquier fuerza.
Sin
embargo, el tiempo comenzó a demostrar que aquel coloso conocido por “El Imperio Español” había comenzado a
perder solidez.
Minado
por los despilfarros en vidas y haciendas, se propició el aumento de su
debilidad. Poco a poco comenzaron a ir cayendo las “fichas del Domino” que componían la inmensa figura.
Fue
el siglo XIX el que vio caer la penúltima ficha
de nuestro Imperio.
Aquella
colosal composición, que daba la vuelta la Tierra, quedó reducida a una sola pieza llamada España.
No
fue esta “ficha” ajena al mal que
aquejo al resto. Tras la culminación de la invasión de las tropas de Napoleón,
comenzó a manifestarse un deterioro que se ha extendido hasta nuestros días.
Interminables
guerras intestinas se sucedieron a lo largo de los siglos XIX y XX. Guerras que
empobrecieron a nuestro país en hombres y recursos, lo que determinó, de manera
inexorable, nuestro futuro como país.
Mientras
los países de nuestro entorno crecían en riqueza tanto en la Metrópoli como en
tierras lejanas, España se desangraba, y perdía una oportunidad Histórica que
nunca se logrará recuperar.
Cuando
a finales del siglo XX y comienzo del XXI, creímos haber logrado frenar la
sangría que nos debilitaba, pudimos comprobar que todo había sido un espejismo.
Que el mal que nos aquejó en los pasados siglos, no nos había abandonado, y
continuaba drenando nuestro cuerpo social.
La
última ficha del Dominó imperial se va diluyendo, poco a poco, como un azucarillo en
un vaso de agua, sin que nadie de los que moramos en aquella, hagamos el más
mínimo esfuerzo porque la figura de
dominó , que comenzó a formarse en aquel lejano año de 1492, pueda
sobrevivir, y no desaparezca en las procelosas aguas de la Historia.
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