Todos los años, rendido el correspondiente homenaje a los muertos,
entro en una etapa de creciente malestar y cabreo continuo. La razón es, el
comienzo de los preparativos para la Navidad; unos preparativos que cada año
comienzan antes. El "bombardeo" se inicia en las emisoras de radio y
TV con interminables tandas de anuncios que nos ofrecen los más sugerentes
perfumes y fragancias, acompañados de no menos sugerentes jóvenes bellos,
elegantes y seductores; terminando la mayoría de los mismos con frases en inglés
o francés, totalmente incompresibles para un ciudadanos medio. Es una perfecta
"Feria de las vanidades".
Por esas fechas, también, comienza la preparación de las llamadas
"Comidas de Empresa"; espectáculo bochornoso de hipocresía, en la mayoría
de los casos, donde se simulan unos sentimientos de cariño y amistad que no se
sienten, ni de lejos.
En cada familia el estrés comienza a tomar carta de naturaleza,
una causa externa altera el tranquilo devenir de las familias: la cena de
Nochebuena, o la comida de Navidad según las costumbres. ¿Quienes, dónde, qué,
por qué no aquí, por qué te vas a casa de...? La tensión arterial comienza a
hacer estragos, que llega a niveles de hipertensión para quienes tienen que
preparar el llamado " Menú de Navidad".
Y la cena o comida de Navidad, en demasiadas ocasiones, termina
como "el rosario de la aurora". Tan es así, que un dicho se ha convertido
en frase popular:
- Tú, las Navidades, las pasas bien, o en familia.
Pero esto es sólo es el comienzo. Aún queda por delante un largo
periplo festivomercantil que se prolongará hasta el día seis del año siguiente.
Comer, beber, gastar sin freno, son las señas de identidad de
estos, para mí, larguísimos días que parecen no terminar nunca.
Y todos los años pregunto lo mismo ¿por qué se come, se bebe, y se
gasta sin freno? Y todos los años recibo la misma respuesta: Porque es Navidad.
La celebración de la Navidad o Natividad, ha perdido la esencia
judeocristiana de la que es origen: La venida al mundo de Cristo, el hijo de
Dios.
La creencia, la fe en un Dios hecho hombre, ha dado paso a
idolatrar a otros dioses, muy diferentes, que nada tienen ver con el que, según
la tradición, nació en los aledaños de la ciudad judía de Belén: el dinero, y
el placer.
Todo parece indicar que ha llegado el momento de cambiar esto, y
regresar a nuestros orígenes romanos celebrando las conocidas como "
Saturnales".
Este retorno traería consigo muchas ventajas, y dejaría en paz a
Cristo.
Podríamos comer, beber, y desmadrarnos, tomando como pretexto a
Saturno, que es un dios y un planeta que viene muy al pelo.
Acotaríamos la juerga a siete días, que ya está bien para ser una
juerga.
Quienes realmente festejan la llegada de Jesucristo a este Valle
de Lagrimas, creo, que verían con satisfacción que se dejara de usar al Hijo de
Dios, como pretexto de bacanales y despilfarro.
Las Creencias, han dado paso a las Costumbres, que es la pérdida
de la esencia de aquellas.
Seamos coherentes, y comamos, bebamos, y desmadrémonos, en loor de
Saturno. Encendamos luces; pongamos guirnaldas de los más variados colores;
toquemos turutas y zambombas, y, cómo no, invitemos a estas bacanales al orondo
gordito de Laponia, que se ha colado en nuestra Cultura de manera silenciosa y
sibilina.
A pesar de su “bonachona apariencia”, no es más que un “depredador”
de las Tarjetas de Crédito. El Norte, siempre mercantilista, no quiso renunciar
a la parte del negocio que iniciaron tres Magos de Oriente, y puso su “sucursal”
en nuestros lares.
Él no ha venido al mundo a salvar a nadie; ha venido a sacar toda la
pasta que pueda.
Con estos cambios, el recién nacido, en una humilde cueva en
Judea, podrá dormir plácidamente sin escuchar tanto "ruido" molesto a
su alrededor.
Si el hedonismo es nuestra seña de identidad, seamos hedonistas.
Dejemos a Cristo con los cristianos, que no le faltará la compañía de los que sí se alegran y festejan
su llegada a este mundo cruel. Un mundo al que llegó de la manera más
silenciosa y humilde que se pueda llegar.
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