sábado, 4 de marzo de 2017

CERVANTES

Que somos un país de papanatas, estoy convencido.
Que somos un país de cursis, cristalino.
Que somos un país, sin identidad, pocos lo discuten.
En nuestro devenir autodestructivo, el idioma de Cervantes ha formado parte esencial de la estrategia.
En la endogamia suicida en la que hemos caído, se busca y se rebusca en archivos y lugares con el único objetivo de encontrar vocablos, más o menos desconocidos, y convertirlos en Idioma Oficial del Lugar.
Sobre esos vocablos, más o menos desconocido, se construye una nueva Historia del lugar, y se mete, a “sangre y fuego”, en las cabezas de los más indefensos.
No contentos con despreciar la lengua castellana en favor de dialectos que nadie habla, hemos abierto nuestras fronteras para que nos invadan anglicismos sin cuento.
Como si de una inmensa mancha de aceite se tratara, los “palabros” anglosajones se cuelan por las rendijas de nuestros, escasamente poblados, cerebros para construir una especie de engendro gramatical que algunos ya han bautizado como “spanglish”; un engendro más que añadir al cúmulo de ellos que nos rodean y nos asedian.
Cualquier analfabeto funcional que pulula por nuestras plazas y calles, hace alarde de una “cultura” anglosajona que echa para atrás.
Quien con dificultades puede leer el cartel que anuncia “Carga y descarga” alardea de hacer “running” (no sé si se escribe así).
Frente a él, un coleguita, de parecidas luces, presume de ser un “coaching” (tampoco sé si se escribe así).
Como loros que repiten lo oído, sin saber lo que dicen, sus lenguas pronuncian todo tipo de anglicismos sin saber por qué razón lo hacen. Es lo nuevo, lo guay, lo que se lleva.
Mientras a London, la denominamos Londres, o a New York, Nueva York, castellanizando lo inglés; las palabras castellanas, o españolas, las derivamos al inglés.
A un corredor, le llamamos “runner”; y a un entrenador “coach”.
Pero no son los analfabetos funcionales los responsables de esta nefasta situación; ellos únicamente repiten, como loros, lo que se les sirve a través de ese aluvión de información que son los llamados “Medios”.
Y aquí ya no sirve el calificativo de analfabetos funcionales; porque como el valor en la “mili” se supone que saben leer, y que comprenden lo que leen. Aunque bien pensado, no sé si es mucho suponer.
En su machacona cruzada por destrozar la lengua que hablan quinientos millones de personas, repiten una y otra vez, con palabras, dichas o escritas, todo tipo de barbarismos lingüísticos.
Al tiempo que la lectura ha dejado de formar del bagaje cultural de muchos de nosotros, fijamos nuestras miradas y nuestros “pensamientos” en esos maléficos artilugios con pantallas, sobre los que NO escribimos.
Se comenzó generando un denominado “lenguaje del móvil”, que fue uno de los hechos más dañinos para nuestro idioma, y para la Cultura general de jóvenes, y no tan jóvenes.
Aquellos jeroglíficos, en un mundo de vagos, parecía un “trabajo” demasiado duro al tener que pulsar varias veces un teclado para escribir una “palabra”. Escribir “xq” para preguntar ¿Por qué? Era algo demasiado penoso.
Los “salvadores” del mundo de la Lengua, pronto pusieron remedio a tan arduo trabajo, y crearon los “emoticonos”.
El “emoticono” es a la Cultura contemporánea, lo que el jeroglífico a la Cultura egipcia. Un único símbolo nos permite expresar una idea.
A diferencia de los jeroglíficos egipcios, que había que escribir o esculpir; el “emoticono” es mucho más amable, y sencillo; pones el dedito en el simbolito, y ya está.
De esta manera, atacada por todos los frentes, la lengua de Cervantes, se va deshaciendo hecha girones; perdiendo batalla tras batalla, en su desigual lucha contra el entorno que la rodea.
Quizás, Alonso Quijano no estaba tan descaminado al confundir con Gigantes, los Molinos de Viento.
Tampoco descarto que “El manco de Lepanto”, además de un enorme hombre de letras, fuera un visionario, y un perfecto conocedor del espíritu de los españoles. Un espíritu voluble, quebradizo ante las influencias externas, y un espíritu destructivo de lo nuestro.
Deberé releer, una vez más, El Quijote, y buscar en él, las señales premonitorias de D. Miguel sobre el futuro de España, y el comportamiento de los españoles.


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