Las
plumas de Pedro Muñoz Seca o Miguel Delibes, y la lente de Luis Buñuel han llevado al papel y a la
pantalla, la imagen de Extremadura.
Tomando
la forma de opereta, o de drama rural, y llevando a nuestras retinas las
tierras extremeñas de las Hurdes, nos hemos visto retardados. Un retrato que,
por realista, nos ha sacado poco favorecidos.
Con
el tiempo, aquella imagen de subdesarrollo, que creíamos había desaparecido, se
vuelve a fijar en nuestras retinas.
De
la misma manera que la tierra extremeña quedó fuera de todo lo que supuso
desarrollo industrial y económico del siglo XX; el siglo XXI, no ha cambiado en
gran cosa su situación.
De
la misma manera que los hijos de Paco y
Régula, tuvieron que abandonar la tierra que los vio nacer, para no ser
como sus padres unos “siervos de la
gleba”; casi un siglo después, los hijos de los hijos de los Pacos y Régulas que quedaron en
Extremadura, deben tomar el mismo camino que tomaron aquellos.
Casi
cien años de historia no han cambiado en gran cosa la situación de Extremadura.
Sólo un barniz de modernidad y desarrollo, nos blanqueo la fachada. Las ayudas
de la Unión Europea para sacarnos del pozo de subdesarrollo en el que nos encontrábamos
han servido, únicamente, para enjalbegar la fachada del edifico de Extremadura;
pero, su interior permanece igual de vacío que lo estaba cuando Azarías jugaba con su Milana bonita”.
El
extremeño, en su sempiterno lamento, ha buscado a los culpables de su
desgracia, y los encontró; sin
embargo, el tiempo, ese juez inexorable, determinó que el culpable, no era tal.
El
extremeño era su propio enemigo; algo que el verdadero reo nunca quiso reconocer, como no lo hace ningún acusado.
En
esa ceguera colectiva que suele acompañar a las Sociedades, seguía sin ver, lo
que la realidad, tan tozuda ella, le mostraba delante de sus ojos.
De
la misma manera que un ciego no ve el
camino que le lleva al precipicio, el extremeño, no quiere, a pesar de ver, aceptar
que el camino que sigue es erróneo. Que su deriva le lleva, a caer por el
barranco.
Tras
las inversiones que se realizaron en la agricultura allá por los años 60 del
siglo pasado; poco o nada se ha hecho por relanzar la Economía extremeña. Y lo
poco que se ha hecho, ha devenido en insuficiente, cuando no ha caído en la
sima de la quiebra.
Cualquier
proyecto de cierta envergadura que se ha pretendido llevar a efecto, ha sido
saboteado desde las propias entrañas de Extremadura.
Sus
nefastas leyes protectoras de la
Naturaleza, hasta extremos difícilmente entendibles, limitan cuando no impiden,
el más mínimo desarrollo económico.
Si
las leyes no son suficiente freno, llegan en su ayuda los propios extremeños;
quienes, aleccionados, y en no pocas ocasiones, engañados, se convierten en la
correa de transmisión de los intereses espurios de unos pocos.
Al
extremeño, que se mantiene en una queja constante, nada le viene bien. Ya sea
la industria de la caza, una refinería, o un complejo de ocio. Al extremeño, no
le viene bien ni El Corte Inglés.
Pero,
el extremeño exige tener buenas infraestructuras; buenos servicios sanitarios y
educacionales; lo mejor de todo; siempre, claro está, que el esfuerzo económico
lo hagan los demás.
Sin
embargo, esos demás no parecen estar
demasiado dispuestos a seguir manteniendo a los hermanos pobres.
De
la misma manera que Nieves, Quirce, y Rogelio
tuvieron que emigrar a otras tierras para ganarse la vida y el sustento, y
salir de la miseria; aquí se han quedado los
Pacos, las Régulas, los Azarías, y las
Niñas Chicas,
que mal vivimos de la caridad de otros.
Un
gran pensador, dijo:
“La limosna arrojada al mendigo que hoy le
sustenta, prolongará mañana su tormento.”
Empero,
a los extremeños, no nos ha importado nunca demasiado lo que dijeran, o dejaran
de decir, los grandes pensadores.
Parece
que sólo uno de ellos caló en nuestros cerebros: Miguel de Unamuno: quien nos deleitó con su famosa frase:
«Que inventen,
pues, ellos y nosotros nos aprovecharemos de sus invenciones. Pues confío y
espero en que estarás convencido, como yo lo estoy, de que la luz eléctrica
alumbra aquí tan bien como allí donde se inventó»
Pero,
las cosas en el siglo XXI no son como el Rector las planteó. Si no inventamos
nosotros, la luz dejará de
alumbrarnos, como ya lo está haciendo. Poco a poco, nuestra tierra, se va
quedando en penumbras a medida que las luces de la juventud nos abandonan, y sólo
quedamos aquí los decrépitos candiles,
alimentados por el aceite, que la
caridad de otros nos quiera proporcionar. Y como decía Schopenhauer, esa
caridad es la que prolonga nuestro tormento.
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