martes, 18 de julio de 2017

LAS OTRAS

Desde que hace tres años decidieron prescindir de mis servicios como trabajador, todos los días, dedico una hora, al menos, a hablar con mi esposa.
En esa tertulia, íntima, previa a la comida del mediodía, hablamos de lo divino y de lo humano. Es un tiempo mágico que nos ayuda a sentirnos más unido, si ello fuera posible.
Ayer, ella me preguntó: ¿Cuando te jubiles; yo, qué seré?
La respuesta, parecía fácil: pero, no fue así. Retuve un tiempo mi contestación, pues comprendí que la consulta tenía mucho más calado del que al principio parecía.
Su inocente pregunta me dejó sin siesta; no pude quitármela de la cabeza, y mi reparador sueño de sobremesa desapareció, dejando sitio a unos pensamientos más que interesantes.
Desde que en el siglo XIX comenzaron los movimientos sociales en favor de los derechos de la Mujer, grandes e importantes han sido los avances en materia de igualdad jurídica y laboral que han equiparado a hombres y mujeres.
Son de destacar los logros conseguidos en los derechos de las trabajadoras que, al menos en el orden teórico y legislativo, se han igualado a los del hombre. Sin embargo, un gran vacío jurídico y de Justicia se ha dejado sin cubrir. Millones de mujeres han quedado fuera de esos triunfos conseguidos en la lucha por sus derechos. Nadie, ha levantado una pancarta por ellas; nadie, ha puesto contra las cuerdas a gobiernos y parlamentos; nadie, ha declarado su día internacional; nadie, ha reconocido su esfuerzo, su trabajo y su dedicación realizado a lo largo de toda su vida.
Su vida transcurre en las sombras sociales; pocos valoran la importancia y trascendencia que para una Sociedad tienen; caminan sin hacer ruido; no se les ve, a pesar de estar.
¿Quiénes son ellas que, como veremos más adelante, en tan poco se les valora?: Las otras.
Son, quienes no van a las fábricas o a las oficinas; pero, son la mayor fuerza productora de una sociedad, y su producto, imprescindible para la Vida; producen: HOMBRES.
Los engendran, los traen al mundo, y les cuidan durante años. Velan sus sueños; ríen con su felicidad; su consuelo mitiga nuestros momentos de dolor; sus abrazos transmiten la paz que fuera no se encuentra, y entregan un AMOR INFINITO; forjan su personalidad, y les inculcan los mejores valores para ser PERSONAS. Su segunda línea de trabajo, que simultanea con la anterior, produce ORDEN y ENTENDIMIENTO familiar; ayuda a su marido  para que, en el seno de su hogar, encuentre el merecido descanso tras su diario batallar. Es el lubricante que suaviza los engranajes de la máquina de la familia; es el bálsamo que restaña las heridas que la vida produce.
La crisis social y económica que nos invade, les ha obligado a abrir una nueva "línea de trabajo": atender a sus nietos; algo que hacen con el mismo AMOR con el             que cuidaron a sus hijos.
Solo cuando ellas faltan, nos damos cuenta de que EXISTEN.
¿Cómo pagamos ese inmenso esfuerzo?, pues como el HOMBRE acostumbra a hacer: con la ingratitud.
Cuando tras décadas de desvelos y trabajos, la vida les deja en soledad, ¿queda les queda?: LA MISERIA.
A quienes han vivido unidas a un hombre durante toda su vida, como si fueran un solo cuerpo, cuando la inexorable muerte les arrebata a su ser querido, les decimos: Ya eres viuda; y en pago a todos tus esfuerzos te vamos a dar, para que no mueras de hambre, las migajas de nuestro "banquete" en forma de míseras pensiones. Cuando nos muestran su asombro por tan cruel trato, les respondemos con los argumentos más mezquino: Tú, no has trabajado- MENTIRA-; no has cotizado- MENTIRA-; no tienes derecho a nada-MENTIRA-. Y con el desdén y la condescendencia del soberbio, les damos nuestra caridad en forma de unas magras pensiones de viudedad. Con ella deberán arrostrar su nueva vida, pidiendo a Dios salud para no tener que convertirse en "mujer maleta", y tener que viajar de "puerto en puerto", ocupando un mísero "catre" en un rincón apartado de la casa de algún compasivo hijo.
No enarbolan banderas; no reivindican nada - lo han hecho por amor-; a nadie le preocupa que se cometa tan inmensa injusticia- se han convertido en un estorbo-.
Nuestra ingratitud, solo es comparable a nuestra mezquindad.
Pero ellas no se quejan. En sus largas jornadas en soledad, rememoran los días vividos esbozando una tierna sonrisa cuando recuerdan la cara de sus hijos; suspiran, por los que han torcido sus pasos en la vida, y unas lágrimas ruedan por sus mejillas al recordar al compañero que las dejó en soledad.

¿Qué le respondí a mi esposa? Le dije: cuando yo sea pensionista, tú, seguirás siendo TODA UNA MUJER.       
 

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