Desde
que hace tres años decidieron prescindir de mis servicios como trabajador,
todos los días, dedico una hora, al menos, a hablar con mi esposa.
En
esa tertulia, íntima, previa a la comida del mediodía, hablamos de lo divino y
de lo humano. Es un tiempo mágico que nos ayuda a sentirnos más unido, si ello
fuera posible.
Ayer,
ella me preguntó: ¿Cuando te jubiles; yo, qué seré?
La
respuesta, parecía fácil: pero, no fue así. Retuve un tiempo mi contestación,
pues comprendí que la consulta tenía mucho más calado del que al principio
parecía.
Su
inocente pregunta me dejó sin siesta; no pude quitármela de la cabeza, y mi
reparador sueño de sobremesa desapareció, dejando sitio a unos pensamientos más
que interesantes.
Desde
que en el siglo XIX comenzaron los movimientos sociales en favor de los
derechos de la Mujer, grandes e importantes han sido los avances en materia de
igualdad jurídica y laboral que han equiparado a hombres y mujeres.
Son
de destacar los logros conseguidos en los derechos de las trabajadoras que, al
menos en el orden teórico y legislativo, se han igualado a los del hombre. Sin
embargo, un gran vacío jurídico y de Justicia se ha dejado sin cubrir. Millones
de mujeres han quedado fuera de esos triunfos conseguidos en la lucha por sus
derechos. Nadie, ha levantado una pancarta por ellas; nadie, ha puesto contra
las cuerdas a gobiernos y parlamentos; nadie, ha declarado su día
internacional; nadie, ha reconocido su esfuerzo, su trabajo y su dedicación
realizado a lo largo de toda su vida.
¿Quiénes
son ellas que, como veremos más adelante, en tan poco se les valora?: Las
otras.
Son,
quienes no van a las fábricas o a las oficinas; pero, son la mayor fuerza
productora de una sociedad, y su producto, imprescindible para la Vida;
producen: HOMBRES.
Los
engendran, los traen al mundo, y les cuidan durante años. Velan sus sueños;
ríen con su felicidad; su consuelo mitiga nuestros momentos de dolor; sus
abrazos transmiten la paz que fuera no se encuentra, y entregan un AMOR
INFINITO; forjan su personalidad, y les inculcan los mejores valores para ser
PERSONAS. Su segunda línea de trabajo, que simultanea con la anterior, produce
ORDEN y ENTENDIMIENTO familiar; ayuda a su marido para que, en el seno de su hogar, encuentre
el merecido descanso tras su diario batallar. Es el lubricante que suaviza los
engranajes de la máquina de la familia; es el bálsamo que restaña las heridas
que la vida produce.
La
crisis social y económica que nos invade, les ha obligado a abrir una nueva "línea de trabajo": atender a sus
nietos; algo que hacen con el mismo AMOR con el que cuidaron a sus hijos.
Solo
cuando ellas faltan, nos damos cuenta de que EXISTEN.
¿Cómo
pagamos ese inmenso esfuerzo?, pues como el HOMBRE acostumbra a hacer: con la
ingratitud.
Cuando
tras décadas de desvelos y trabajos, la vida les deja en soledad, ¿queda les
queda?: LA MISERIA.
A
quienes han vivido unidas a un hombre durante toda su vida, como si fueran un
solo cuerpo, cuando la inexorable muerte les arrebata a su ser querido, les
decimos: Ya eres viuda; y en pago a todos tus esfuerzos te vamos a dar, para
que no mueras de hambre, las migajas de nuestro "banquete" en forma
de míseras pensiones. Cuando nos muestran su asombro por tan cruel trato, les
respondemos con los argumentos más mezquino: Tú, no has trabajado- MENTIRA-; no
has cotizado- MENTIRA-; no tienes derecho a nada-MENTIRA-. Y con el desdén y la
condescendencia del soberbio, les damos nuestra caridad en forma de unas magras
pensiones de viudedad. Con ella deberán arrostrar su nueva vida, pidiendo a
Dios salud para no tener que convertirse en "mujer
maleta", y tener que viajar de "puerto
en puerto", ocupando un mísero "catre" en un rincón apartado
de la casa de algún compasivo hijo.
No
enarbolan banderas; no reivindican nada - lo han hecho por amor-; a nadie le
preocupa que se cometa tan inmensa injusticia- se han convertido en un
estorbo-.
Nuestra
ingratitud, solo es comparable a nuestra mezquindad.
Pero
ellas no se quejan. En sus largas jornadas en soledad, rememoran los días
vividos esbozando una tierna sonrisa cuando recuerdan la cara de sus hijos;
suspiran, por los que han torcido sus pasos en la vida, y unas lágrimas ruedan
por sus mejillas al recordar al compañero que las dejó en soledad.
¿Qué
le respondí a mi esposa? Le dije: cuando yo sea pensionista, tú, seguirás
siendo TODA UNA MUJER.