El Hombre, desde que vive en Sociedad, ha querido ser diferente;
distinguirse de los demás con elementos, o comportamientos, que no son de uso
común. Es lo que siempre se han denominado modas; y en nuestros días, se les
suele denominar tendencias. Es lo mismo, pero con diferente palabra.
En cada época de la Historia, la moda ha ido cambiando a medida
que la Sociedad cambiaba, aunque más lógico sería decir que la Sociedad cambia,
porque las modas cambian.
Las modas o tendencias, nacen de la necesidad que antes apuntaba
de ser diferentes, y también por una inclinación a no verse siempre igual.
Lejos quedaron aquellos años de vestir con colores oscuros,
impuestos por la Sociedad, y por el culto a los muertos, que en determinadas
comunidades rurales, hacía que las mujeres pasaran años vistiendo de negro.
La Mujer, por regla general, ha sido la gran impulsora del Cambio
Social en muchos órdenes de la Vida. Un cambio que se inició siendo puramente
estético; pero, que a finales del siglo XIX y comienzos del XX, hasta nuestros
días, ha evolucionada hacia aspectos mucho más esenciales del Comportamiento
Social, y el alcance de Derechos que como persona, antes le estaban vedados.
Quizás el más importante, y significativo, haya sido su incorporación al Mundo del Trabajo de
manera generalizada; un hecho que ha cambiado la tradicional concepción de la
familia, el matrimonio, y la maternidad.
Y es en este aspecto, el de la maternidad, en el que quiero fijar
mi atención; por ser, en mi opinión, uno de los cambios que más trascendencia tiene
en nuestra Sociedad.
Ser madre ha sido, históricamente, y de manera generaliza, el
mayor deseo de una mujer. La maternidad era considerada el fin último que una
mujer tenía en su desarrollo vital.
Ser madre era no sólo una necesidad social y económica; sino, una
cuasi obligación moral.
La madre era la encargada de traer hijos al mundo para que
sirvieran de reemplazo a las generaciones pasadas, y tomar el relevo de ellas,
en cuanto al sostenimiento de la familia se refería.
Las altas tasas de mortalidad infantil, y la baja esperanza de
vida, obligaban a que el proceso de reposición fuera alto e ininterrumpido,
mientras la mujer se encontrara en estado de fertilidad.
Concluido el proceso de reposición de la población tras la Segunda
Guerra mundial; la menor tasa de mortalidad, y una mayor esperanza de vida, se
tradujo en un cambio radical de la Sociedad Europea, y Occidental en general.
La tasa de reposición bajó a niveles que, en algunos países,
España incluida, han llegado a ser negativos. Lo que significa que se producen
más defunciones, que nacimientos.
Al fenómeno del retraso en la primera maternidad de la mujer, que
en España se haya en una media de 30 años, se ha unido una nueva moda o
tendencia en la mujer española, que es la renuncia voluntaria a la maternidad.
Una renuncia que, siendo legítima y dentro de la libertad
individual, sobre lo que nada tengo que decir, tiene unas importantes
consecuencias desde el punto de vista de la Sociedad en su conjunto, y de las
personas que toman esa decisión en particular.
Las consecuencias que he indicado en segundo lugar, supongo que
han sido valoradas, y aceptadas las carencias que una no maternidad voluntaria
conlleva.
Las consecuencias generales, desde el punto de vista de una
Comunidad de personas, de estas decisiones, si se plasman en un mayor arraigo,
pueden ser letales para las generaciones presentes, y futuras.
El envejecimiento de la población, sin una tasa de reposición mínima,
es la muerte de esa Sociedad como tal, y en consecuencia a su extinción.
Desde el punto de vista físico, esta extinción tardará en
producirse; pero, no tanto como pensamos. Es en el ámbito de la Economía donde
el daño se producirá con mayor antelación. Un daño que puede estarse
produciendo ya, aunque muchos lo quieran ver.
Sin jóvenes que trabajen, ¿quién sostendrá a las capas de
población más envejecida? ¿Quién generará los recursos necesarios para su
cuidado, y mantenimiento? ¿Dónde se encontrará un brazo joven, y fuerte sobre
el que apoyarse en la vejez?
El Hombre, en toda Sociedad, no es sólo una persona; es un
elemento esencial para la pervivencia de la especie, y del Grupo Social al que pertenece. Si ese
elemento esencial desaparece, la Comunidad de personas, desaparecerá también de
manera inexorable.
Más de uno de vosotros, si ha llegado hasta aquí en la lectura de
esta Reflexión, estaréis esbozando una sonrisa, y pensando en lo catastrofista
que soy. Ojalá tengáis razón.
Cerrad vuestros ojos, y tratad de reproducir el escenario, ya
real, que se os plantearía en vuestra vida, si la tendencia a renunciar a la
maternidad se generalizara.
No hablo de la ausencia de un hijo que en los últimos momentos de
la vida, nos dé sosiego, y un tanto de
felicidad en el último tránsito, rodeado tal vez de nietos. Eso, supongo que se
valoró en su momento.
Me refiero a que no existirá nadie que empuje la camilla en la que
te encuentres postrado; tampoco un médico que te asista, ni una enfermera que
te consuele. Ola vida se nos ira de las manos, sin que nadie acuda en nuestro
auxilio; por la sencilla razón de que no habrán nacido.
Retorcemos en extremo las Leyes de la Naturaleza. Unas Leyes que,
a diferencia de las que rigen los destinos de los Hombres, no son interpretadas
por un juez. Las Leyes del Universo, son inmutables.
Una Ley inmutable es la que establece que toda especie existente
en el globo terráqueo está sometida a un ciclo biológico inalterable: Nacer, reproducirse,
y morir.
Ese ciclo debe completarse. Si uno de los pasos no se realiza, la
especie se extingue. No hay alternativa. Dónde digo especie, en el caso
concreto que analizo, quiero decir Comunidad de Individuos Organizados, en un
entorno geográfico determinado.
Sin embargo, siempre se puede encontrar la luz al final del túnel.
La propia volubilidad del Hombre, será la luz que esclarezca la oscuridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario