El próximo día 30 de junio, entrará en vigor una normativa que
eliminará la preferencia del apellido del padre, sobre el de la madre. Un hecho
que alegrará a unos pocos, y no hará tanta gracia, a otros muchos.
Paso a paso, sin descanso, nuestra evolucionada Sociedad va
creando nuevas fuentes de conflictos de manera innecesaria. Unos conflictos que,
indefectiblemente, y desde el BOE, no
hace otra cosa que alimentar los enfrentamientos inter géneros. Si las
relaciones de pareja, se encuentran en el ojo del huracán, sometidas a
situaciones que en demasiadas ocasiones terminan con la ruptura; no creo que
sea el momento histórico más propicio para echar “leña al fuego”.
Los cambios jurídicos, son casi siempre irreversibles; y es ese su
mayor peligro: la consolidación desde el momento en que se publica en el B.O.E.
generará problemas desde el primer momento.
Hay algunas personas muy interesadas en alimentar estas pugnas, para
afianzar los enfrentamientos entre hombres y mujeres. Es la manera que tienen
de añadir una “muesca” en la culata de su particular “revolver”, cuales “pistoleros”
del lejano oeste.
Lo malo es que cuando se “dispara” un “revolver” siempre hay “balas”
perdidas, que impactan sobre personas ajenas al “duelo”
Cuando va a nacer un hijo, el primer problema que surge en la
pareja es el del nombre que se impondrá a la criatura. Una cuestión que quienes
la hayáis vivido sabéis de lo que hablo.
Como personas que hemos nacido en el seno de una familia,
arrastramos junto con nuestra carga genética, un bagaje cultural, tradicional,
y familiar, que no es fácil modificar, sin que se produzca un conflicto.
Es algo bastante común en nuestra Sociedad actual, pretender
torcer, y cambiar, formas de vida que llevan siglos incrustadas en nuestras
mentes, en el breve espacio de tiempo en que tarda de plasmarse una Ley. Y eso,
siempre, genera problemas en la ciudadanía.
Ahora, cuando la mamá anuncie su estado de buena esperanza, surgen,
no uno, sino dos problemas: Qué nombre se impondrá al infante; y cuál será su
primer apellido. Es decir dos dilemas por el precio de uno.
Quienes tengáis hijos, conocéis la experiencia. Si es niño, se
llamará como mi padre, como mi abuelo, como un primo que se fue a América. Si
es niña, se llamará como la abuela, como la tía que me crió cuando era niño, y
así un largo... etc. Que ambas partes ponen sobre la mesa.
Yo soy una consecuencia directa de una falta de consenso. En mi
partida de bautismo figura un nombre; y en el Registro Civil (que es el que
vale) tengo otro. Las diferencias no son significativas; pero, lo son.
Si los Registros Civiles pudieran hablar, se vería el gran número
de nombres que se han colado “matute” sin que casi nadie se entere, hasta la
hora de sacarte el DNI, que es cuando se descubre el pastel.
A partir del día treinta de junio, la cuestión se complica. Porque
a diferencia del nombre del recién nacido que es algo versátil, y se puede acomodar
para dar gusto a casi todo el mundo: Luis Fernando Alberto Javier… Los
apellidos, no son nada dúctiles: Fernández, es Fernández; Sánchez, es Sánchez;
y no hay manera de meter el cuchillo y convertir el Fernández y el Sánchez, en
Fernandezsanchez.
Y como decía un amigo mío: “Ya estamos que si la abuela fuma”.
Y cómo se decide si el primer apellido del niño será el de papá o
el de mamá: pues de dos formas: por las buenas, o por las malas. O sea con una
bronca.
Quienes desde varias generaciones han portado con orgullo el
apellido de sus ancestros, no van a renunciar, así como así, a él, y romper una
tradición secular. Y cuando de mentar la “bicha” se trata, hay que andarse con
mucho cuidado. Porque, todos sabemos que cuando te unes a una persona, lo haces
con todas las familias; la propia, y la ajena.
Si las relaciones interfamiliares, no son fáciles; por aquello de
que cada uno somos de nuestro padre y nuestra madre; si echamos sal en
determinadas heridas, el conflicto está asegurado.
No hay que ser demasiado imaginativo, para suponer lo que
ocurrirá, cuando le digas al abuelo que el apellido que portado su familia, se
perderá, a favor del primer apellido de la mujer de su hijo.
Este esperpento se puede aderezar aún más, si entramos en situaciones
de segundas uniones, que ya aportan hijos. El hijo del primer matrimonio, lleva
unos apellidos; y el hijo del segundo matrimonio, porta otros diferentes.
Nuestros legisladores, una vez más, se ha dejado llevar por
quienes han hecho de las relaciones de pareja, un foco de permanente
enfrentamiento.