Desde que accedió al pontificado, el Papa Francisco ha lanzado a
sus fieles mensajes ambiguos y con una profunda carga de populismo que, en mi
opinión, lejos de aclarar los conceptos esenciales de la Doctrina de la Iglesia
los enmaraña.
No hace demasiado tiempo, comenté mi extrañeza por el rebuscado
mensaje que lanzó respecto al tratamiento que la Doctrina de la Iglesia debe
aplicar en relación a las personas divorciadas.
En una indefinición, supongo que calculada, dejó en un Limbo
teológico el principio de la indisolubilidad del matrimonio; algo que, a muchos
de los católicos ha debido de crear dudas y confusión.
En fechas recientes en unas declaraciones atribuidas a él, ataca
de manera improcedente a quienes comenten el escandaloso acto de cobrar por
administrar los sacramentos, llamándoles de forma indirecta mercaderes.
Este tipo de descalificaciones públicas, de los propios miembros
de la Iglesia de la que él es el máximo responsable, denota dos cosas:
1.- Ansias desmedidas de ser titular de los medios de
comunicación.
2.- Profundo desconocimiento de la realidad del sacerdocio.
En demasiadas ocasiones la frase: " los árboles impiden ver
el bosque" se convierte en realidad. Yo, que puedo mirar el bosque desde
fuera, tengo una visión diferente de la realidad que denuncia Francisco.
Desconozco lo que ocurre en el resto del mundo; pero, conozco la
realidad social de España, y a ella me voy a referir.
En un país como España en el que la Iglesia Católica es atacada de
manera inmisericordie de forma
continuada, no es fácil realizar la labor pastoral que tienen encomendada los
sacerdotes.
Asfixiada económicamente, los párrocos deben hacer
"milagros" para poder sobrevivir, aunque sea de forma casi miserable.
Los párrocos en España no cobran por administrar los sacramentos;
los párrocos, cobran para sobrevivir.
En un país como el nuestro en el que se usa a la Iglesia como
marco inigualable de belleza estética para, bajo el pretexto de recibir un
sacramento, realizar unos dispendios que avergüenzan; tachar de mercaderes a
quienes cobran unos pocos euros es, cuando menos, desproporcionado.
Los gastos corrientes de las parroquias deben ser satisfechos: la
luz, el agua, la limpieza, el teléfono, las labores con los jóvenes, las
catequesis, y todos los actos que en su entorno se realizan, cuestan dinero;
unos fondos que hay conseguir. Por desgracia, las limosnas que los templos
reciben de sus fieles, son insuficientes para poder llevar a cabo la labor de
evangelización que como francisco bien sabe no es únicamente la sacramental.
Que la persona que gasta ingentes cantidades de dinero en mantener
una Curia que nada hace; que la persona que gasta ingentes cantidades de dinero
en cada desplazamiento que realiza; la persona que mantiene toda una corte de
sirvientes, asesores y "ministros" dentro del denominado Estado
Vaticano, califique de "mercaderes" y de "acto escandaloso"
los cuatro ochavos que se perciben por el uso de las iglesias, es, cuando
menos, injusto.
El innumerable cortejo de asesores que viven cómodamente en la
faraónica corte del Vaticano deberían trasladar a Francisco la realidad social
de España, para que antes de acusar de mercaderes a los párrocos, les acusara
de ser demasiado laxos a la hora de administrar los sacramentos.
Muchos de los que se acercan a las parroquias con la apariencia de
recibir un sacramento, en realidad buscan el mayor esplendor de un acto social.
Muchos de los que se acercan a contraer matrimonio eclesiástico,
no han pisado una iglesia desde el día que hicieron la primera comunión; ni
tienen intención de volver a hacerlo al término de la celebración.
Realizan la pantomima de asistir a los llamados " cursillos prematrimoniales", para
poder lucir con boato el carísimo traje de novia que ha confeccionado el
modisto o diseñador de moda. Otros, simplemente, se disfrazan con no menos
pompa, luciendo las no menos costosas galas en el vestir.
Miles y miles de euros se pasean bajo las bóvedas de iglesias y
catedrales, en un impúdico acto de vanidad mundana; y a Francisco le resultan
escandalosos unos pocos eurillos que un mísero párroco percibe, para que él y
su parroquia puedan sobrevivir.
Antes de viajar a lejanos países a hacer política y darse unos
"baños de masas"; quizás debería quitarse la albina vestimenta, y
hacer lo que todo "pastor" debe realizar: conocer a sus
"rebaños" y a sus "pastores".
Es bastante probable que después de ese largo viaje, por pueblos y
ciudades del mundo, reflexione, y considere que los párrocos, no son
mercaderes; sino hombres que luchan por poder llevar a cabo su misión
evangelizadora de la forma menos indigna posible.
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