martes, 9 de abril de 2019

EL FERROCARRIL EN ESPAÑA: Sus orígenes.


Quizás, algunos de los lectores no sepan que, el primer ferrocarril que se construyó en España no lo fue en la España europea, sino en la caribeña isla de Cuba.
Hoy los ferrocarriles españoles, con la excepción de algunas regiones, se pueden catalogar de aceptables; sin embargo, eso no fue siempre así.
Los comienzos de los ferrocarriles en la España continental no fueron precisamente buenos. Ambiciosos proyectos resultaron fallidos como los que promovieron José Imbrechts o Marcelino carrero. El primero, gaditano de cuna, solicitó y obtuvo una línea ferroviaria desde Jerez de la Frontera hasta la localidad de Portal, sobre el rio Guadalete con el objetivo de acelerar el transporte de los productos jerezanos; pero, su proyecto no pudo ser culminado por falta de capital. Algo parecido a lo que le ocurrió al segundo con su proyecto de línea entre Jerez de la Frontera y Sanlúcar. No le fue mejor a Francisco Fassio con su trayecto proyectado entre Reus y Tarragona. La efervescencia que se desató tanto en la vertiente creadora como en la oportunista llevó a publicar una Real Orden el 31 de diciembre de 1844. Orden que era sumamente condescendiente, y que provocó todo un aluvión de peticiones y de maniobras financieras de todo punto escandalosas; llegándose a producir fraudes bursátiles.
En 1855 el gobierno de turno promulgó la Ley General de Ferrocarriles que, lejos de solucionar los problemas de la promulgada en 1844, no hizo otra cosa que aumentar las desdichas.
Te todo lo acontecido en esa época, y los resultados logrados, no parece descabellado relatar algunas de las practicas habituales que rodearon los comienzos del ferrocarril en nuestra vieja piel de toro.
1   a)  Conseguir autorizaciones para emitir acciones por un capital superior al que se pensaba desembolsar realmente.
2     b)  Obtener subvenciones que abarcaban una parte sustancial del presupuesto, lo que se lograba por el burdo método de “hinchar” el coste real de la obra,
3    c)   Emitir obligaciones depreciadas que, en ocasiones, superaban el importe del valor capitalizado de las acciones.
4   d)   Recibir subvenciones cuando las obras no estaban ni tan siquiera iniciadas.
Todas estas triquiñuelas, y, otras más, supusieron una extracción de caudales de España, lo que equivale a decir que, en términos de economía nacional, nuestro país se pagó sus propias inversiones a un precio muy superior a lo que hubiera sido su coste real.
La habilidad de los grandes consorcios extranjeros, amparados en la Ley de 1855, tuvo su reflejo en el fraude continuado que se ejerció, procurándose unos fondos que, está más que demostrado, no fueron invertidos en nuestra red ferroviaria.
Los grandes grupos ferroviarios de origen extranjero no dejaron de usar ninguna estrategia a su alcance, comenzando por granjearse la simpatía de los políticos de Madrid, a veces de manera tan grosera como la de incorporarlos a sus consejos de Administración. Personajes de la Política como Serrano o Sagasta estuvieron vinculados a ellas; unas alianzas que, en no pocos casos, se completaron con lazos matrimoniales.
Las actividades cuasi mafiosas de estas grandes corporaciones desataron una gran hostilidad contra las empresas o líneas que se encontraban fuera de su sistema, logrando a través de la presión ejercida la absorción de las “extrañas”.
La Revolución de 1868 fue extraordinariamente favorable a las compañías ferroviarias; subvenciones especiales, libertad de aumento de tarifas, consiguieron aumentar su valor en bolsa de manera significativa.
Qué características presentó nuestra red ferroviaria. Para ello se debe acudir al escritor W.R.Lawson que en su libro “Spain of today” las describe así:
a   1)     Lo caprichoso del trazado. “Ni siquiera desde Madrid se puede ir por ninguna parte por una ruta razonablemente directa.”
b   2)    El pago de las subvenciones del gobierno era realizado por cantidades globales, y no en forma de ayudas anuales.
c  3)    Se buscaron regiones fáciles y zonas propicias a proporcionar un tráfico lucrativo “Cuanto más silvestre sea una región, mayor es la probabilidad de algún importante descubrimiento de minerales.”
d  4)   La baratura de los gastos operativos debido a la austeridad de la gestión hacía muy atractivas las inversiones. Lawson concluye: “Mirados en conjunto, los ferrocarriles españoles resultan estar cuidadosamente administrados. Sus resultados ofrecen toda suerte de estímulos a las nuevas empresas. El Ministerio de Obras Públicas, está sitiado por cazadores de todas partes de Europa”
Logrados los pingües beneficios, las infraestructuras no fueron renovándose al ritmo que se producía el desgate de ellas. De esto resultó que en el año 1925 ya se hablaba de “Un problema ferroviario”. Un problema que se abordó recurriendo a los capitales proporcionados por los pequeños ahorradores de las comarcas.
La llegada del automóvil y de su hermano mayor, el camión, que se impuso al ferrocarril, fue una competencia ruinosa para las compañías ferroviarias que periclitaron, sin que la intervención del Estado pudiera restablecer la situación. De esta manera se evaporaron las ilusiones y los ahorros de los pequeños accionistas.

domingo, 10 de marzo de 2019

EL DEGRADADO


Existe en Fotografía un proceso de edición denominado “Degradado”.  El degradado es una técnica mediante la cual, uno o varios colores de la instantánea, van siendo suavemente amortiguados, hasta que aquellos llegan a desaparecer, y tornarse en un tono cercano al blanco.
El laboratorio, va analizando cada uno de los pixeles que tiene un color, y los somete a un proceso de depuración para ir modificando suavemente la intensidad del color del píxel. Un proceso que se repite con tantos pixeles como contenga la fotografía.
Es este un proceso muy interesante de aplicar en determinados procesos sociales; para poder reducir la intensidad de los colores de los hechos, o acontecimientos (pixeles sociales) que se presentan ante nuestra vista. En ese desarrollo se podría comprobar cómo, a medida que cada píxel es procesado, la intensidad de este va cambiando; hasta llegar, casi, al blanco total.
Existe otro tipo de degradado que nada tiene que ver con la Fotografía. Es el que se podría denominar degradado moral.
De la misma manera que en el degradado fotográfico los colores dejan de tener su valor/color; en el moral, valores, y principios van perdiendo intensidad, al ser degradados por la realidad de los hechos; que provocan, cual abrasivo, la perdida de ímpetu.
En nuestra fotografía, sobre un fondo morado intenso, tenemos un objeto: Igualdad. Un valor que se presenta con fuerza, en apariencia, irreductible, e incontrovertible. Una potencia que comienza a degradarse cuando en el laboratorio se la somete a los ácidos que medirán su grado de resistencia.
El primer abrasivo que extendemos sobre la fotografía es, la prueba de la concreción; pues, los pixeles, en esta parte del color parecen un poco borrosos, y es preciso enfocar mejor el objeto. Qué igualdad es la que se pretende reflejar en la fotografía. El color de la igualdad es demasiado indefinido: igualdad física, zoológica, genética, religiosa, moral, legal, social. Todo está demasiado borroso.
Para ver bien el color, hay que rebajar unos puntos su intensidad y llegar a un matiz adecuado a la realidad que se quiere presentar. Las igualdades zoológicas, genéticas, religiosas, y morales, deben ser fijadas a transparentes; rebajando, en consecuencia, la intensidad del color inicial.
Se ha producido la primera capa de degradación de nuestra fotografía, dejando un color morado bastante atenuado.
Los pixeles coloreados que aún quedan son: el legal, y el social.
Nuestro proceso de laboratorio continúa, y analizamos los píxeles de la igualdad legal. De ese análisis los ácidos nos dicen que, esos píxeles deben ser eliminados de la fotografía; pues, no son otra cosa que una aberración cromática producida por un exceso de luz, o por la mala calidad del objetivo o el procesador usados. Esa aberración cromática, no forma parte del objeto principal de la fotografía; sino, que aparece por un mal trabajo del fotógrafo. Al hacer transparentes esos píxeles aberrantes, la intensidad final de color se ve, por fuerza, bastante reducido.
Nos quedan por procesar los píxeles morados que incluyen información social del objeto; a los cuales les repetiremos el proceso en una nueva capa para determinar su color final.
Los ácidos encuentran aquí no pocas dificultades para determinar la información que cada grupo de píxeles contiene, por lo que se hace preciso aislarlos para un correcto procesado.
Los que tienen el color del respeto, son realmente escasos, y en los que la saturación del color ha sido forzada para que, los pocos pixeles que portan el color, anulen a los que son transparentes; lo que obliga a realizar un proceso de ajuste para eliminar la sobresaturación. Situada la intensidad del color a los valores reales que tiene el sujeto, la tonalidad de los píxeles del respeto se reduce hasta, casi, el blanco total.
Los grupos de píxeles que nos han quedado: discriminación, opresión, falta de igualdad de oportunidades; al ser procesados y sometidos a los abrasivos en el laboratorio, han dado un resultado semejante a lo ocurrido con los píxeles anteriores. Si reducimos la intensidad del color inicial, y situamos los valores en los que tiene realmente el objeto, el degradado aumenta.
Cuando una fotografía se toma forzando los parámetros de la cámara; cuando se utilizan elementos mecánicos y ópticos de mala calidad; cuando, de manera intencionada, se busca la peor iluminación del objeto; el resultado final que nos muestra la instantánea está muy alejado de la realidad del objeto que tenemos delante del objetivo.
Para un observador avezado en las lides de la Fotografía, no le queda otro remedio que procesar la fotografía para tratar de visionar, de manera correcta, el objeto que se nos presenta.
Un buen fotógrafo, trata de obtener imágenes nítidas, y claras, del objeto, o entorno, que quiere captar. De manera que cuando la lleve al laboratorio, únicamente tenga que preocuparse de obtener el positivo, sin necesidad de ninguna otra manipulación.
Sentirá una gran satisfacción  de haber logrado el equilibrio perfecto, para que la fotografía muestre la realidad tal y como es; sin artificios, ni distorsiones.



jueves, 21 de febrero de 2019

ROBOTS


El arco y la flecha permitieron al Hombre cazar con mayor seguridad, y cobrar un número mas elevado de piezas con las que alimentar a la comunidad. Antes de su invención, conseguir el alimento precisaba de varios hombres, mucho tiempo, y no menos esfuerzos para lograrlo.
Con la llegada del arco y la flecha, un sólo hombre podía conseguir lo que antes precisaba de varios, y hacerlo en un menor tiempo; permitiendo la abundancia del alimento y el vestido en toda la comunidad.
El arco y la flecha se fueron perfeccionando, y aumentó el tiempo libre de los cazadores, que pudieron dedicar el tiempo sobrante a otras actividades, como la agricultura.
Tras el arco y la flecha, llegó la invención del arado, que supuso poder agilizar las labores del cultivo de la tierra, y el aumento de su superficie y rendimiento.
Desde aquellos lejanos tiempos, el Hombre no ha dejado de inventar artilugios de la más diversa índole con dos objetivos esenciales: obtener más en menos tiempo; y hacer la vida más llevadera, aumentando el tiempo de ocio.
El gran salto cualitativo lo llevó a cabo el Hombre con la invención de la “Máquina de vapor” que revolucionó no sólo el sistema productivo, sino la vida de los trabajadores.
Ella fue el desencadenante del desarrollo económico y social en Europa y el mundo entero. La maquina se ponía al servicio del Hombre para hacer menos penosa su labor, y conseguir reducir las agotadoras jornadas de trabajo; dando lugar a la aparición de un fenómeno desconocido hasta entonces en la Clase Trabajadora: el tiempo de ocio.
Absurdo sería relatar los enormes avances logrados en el diseño de las maquinas. Unos avances que no han dejado de tener sus detractores con el peregrino argumento de que han quitado puestos de trabajo. Algo que es una falacia, cuando no una mentira.
Ha surgido este escrito como consecuencia de una de las muchas ideas que se han gestado en la cabeza de nuestros (dicen) gobernantes.
Todo aquello que se forjó en la Transición y que sirvió para conducir nuestro país por caminos de progreso y modernidad, se ha ido dilapidando, hasta destruirlo o hacerlo inoperante.
Uno de aquellos grandes aciertos fue el llamado Pacto de Toledo; un acuerdo entre partidos por el que las cuestiones referidas al Sistema Nacional de Pensiones quedaban fuera de la controversia política, y se guiaría únicamente por criterios de mejora de este, y en consecuencia de los integrados en él.
Sin embargo, como tantas cosas, aquel buen acuerdo, ha saltado hecho pedazos; generando, por otro lado, ideas de lo más extravagante, en mi opinión.
Una de ellas ha sido el plantear que, los llamados Robots Industriales,coticen” para financiar el enorme déficit del Sistema Público de Pensiones.
Desde que R2D2 llegara a las pantallas, con su aspecto gordezuelo y bonachon; se ha dado a los llamados Robots, una apariencia cuasi humana. Apariencia que, es posible, haya llevado a los integrantes del Pacto de Toledo a una cierta confusión; y con ellos a algunos más.
No ha caído en saco roto la tal idea, y no pocos la han aplaudido, con un argumento aún más extraño que la propia idea de aquel.
El argumento es así de confuso: “Puesto que lo “Robots” eliminan puestos de trabajo: que coticen.”
No es fácil digerir tan extraño argumento, máxime cuando aquellos, no eliminan nada; pues no son otra cosa que máquinas construidas por el hombre para mejorar la eficiencia y la productividad de las Industrias, y Empresas.
Pero no es sólo falso este  alegato; sino que indica un desconocimiento extraordinario de lo que es la producción industrial. Veamos.
Si la llegada a la empresa A de un Robot ha supuesto la pérdida de X puestos de trabajo; en la empresa B, ese mismo aparato, ha creado un número X de puestos de trabajo. Aquellos que se han generado para su construcción. Desde el inventor que tiene la idea, pasando por los ingenieros que lo diseñan; las empresas que proporcionan los productos necesarios para su construcción; los trabajadores que realizan las acciones de montaje del aparato; hasta los empleados que salen a los mercados a vender dicho producto; todos ellos han sido puestos de trabajo creados merced a la aparición de ese Robot. En términos netos ¿ha supuesto el aparato una perdida de puestos de trabajo por la que sea merecedor de recibir un castigo?
Desde que la lanzadera revolucionó la Industria Textil, con la perdida de miles de puestos de trabajo en ella; no hay sector económico que no haya “sufrido” la aparición de nuevas y cada día más modernas maquinas.
Las maquinas que quitan trabajo por un lado, lo han generado por otro.
Si la llegada de un super ordenador ha reducido las necesidades de personal de un Banco de 14 a 2 personas; no es algo por lo que ese ordenador deba ser penalizado; porque, antes de destruir 12 puestos de trabajo, ha creado veinte.
La eficiencia de un robot no es sólo buena para la empresa. Es buena para la sociedad. Un robot permite la producción en serie de millones de unidades de un mismo producto; lo que hace que la capacidad de ser adquirido aumente; y si aumenta su venta, aumentan los puestos de trabajo que genera esta.
Sin la vieja Máquina de Vapor”, el Hombre aún tendría que mover los barcos a vela; labrar los campos con el arado romano; o desplazarse en las viejas tartanas tiradas por mulas.
Sin la evolución, la invención, y la mejora de las maquinas; seguiríamos ateridos en invierno; y asfixiados en verano.
Ya no hay vendedores carbón; pero existen millones de empleados en las empresas que nos proporcionan calor en invierno, y frío en verano.
Culpar, y pretender castigar al Robot, es de las ideas más estrafalarias que me he encontrado en la vida. Al mismo nivel de la que se le ocurrió al coronel del campamento en el que hice la mili; quien dio la orden de arrestar a la piscina porque un recluta estuvo a punto de ahogarse.


domingo, 17 de febrero de 2019

EL DÍA DESPUÉS


La llegada de un nuevo miembro a mi familia ha incrementado, si es que ello es posible, mi desencanto con el tipo de sociedad que hemos engendrado.
Cubriendo la última etapa de mi deambular por este Valle de lágrimas, pocas cosas me importan más allá del bienestar de mi familia y amigos. Pero no por ello me produce menos tristeza contemplar lo que hemos construido; o, por mejor decir, destruido.
No es un fenómeno exclusivo de España; pero, lo que pase allende Los Pirineos, poco me importa.
Bajo la atenta mirada de quienes la formamos, contemplamos impertérritos nuestra propia decadencia, sin que movamos un sólo músculo por evitarla.
Sentados a la sombra del árbol de la indolencia, vemos hundirse todo aquello que nos diferenció algún día de la fauna animal.
Nos comportamos como el tren de la película El puente sobre el rio Kwai; con la diferencia de que, en el filme, al menos, había un puente.
Me produce una profunda tristeza ver la indiferencia con la que hemos abandonado todo tipo de valores; y no me refiero a los valores religiosos, que esos son siempre discutibles, y controvertidos.
Los que se han malbaratado han sido los valores sociales; la moral social que, aunque muchos lo nieguen, existe.
Incapaces de construir en el individuo esos valores sociales; los hemos trucado por la descomposición del propio cuerpo social. Ser un hombre social es algo más que el mero hecho de vivir, todos arrebujados, en unos pocos kilómetros cuadrados. Nuestra propia desidia nos corroe, y como el ácido nos destruye.
Lejos de desarrollarnos en el saber, y el conocimiento; nos hemos empleado a fondo en dejar que los cerebros se sequen, y nuestra capacidad de pensar, y razonar, estén en buena parte de nosotros anulada.
Cuando una sociedad se dice a sí misma:
-“Para qué aprender. Todo está en Google”
Y con ello nos damos por satisfechos, sin saber, que Google no es otra cosa que una inmensa enciclopedia como las Espasa o Larousse que, antaño, adornaban nuestros salones. De la misma manera que las viejas enciclopedias sólo informaban; Google, sólo informa; y, como aquellos viejos libracos, no forma.
Valores como el respeto a los demás, o el respeto por uno mismo, no se pueden aprender en ninguna Enciclopedia por extensa que esta sea.
La familia, perdidos sus valores de núcleo forjador de buenas personas, ha devenido en un mero lugar en el que se come, y se duerme. Chicos maleta, desubicados sentimentalmente, desamparados educacionalmente, ven que sus vidas poco importan a nadie. Usados como armas arrojadizas entre sus progenitores, se encuentran en un vórtice vital que los llevan a buscar refugio junto a otros como ellos.
Con edad propia de jugar a juegos infantiles, cambian estos por el alcohol o las drogas. Niños que se convierten en viejos sin haber superado la adolescencia.
Es la nuestra una sociedad que, incapaz de solucionar sus problemas, lava su mala conciencia, poniendo tiritas.
Para el coma etílico en adolescentes, creamos los Servicios de Urgencias, y las U.V.I.
Para las enfermedades venéreas, disponemos de los antibióticos. Porque nuestra sociedad ha sido capaz de recuperar enfermedades que habían sido erradicadas hacía muchos años. Hasta ese dudoso honor tenemos.
Si nuestras jovencitas practican sexo sin protección ni conocimiento; para ello les dispensamos, como si de caramelos se trataran, las píldoras abortivas; eufemísticamente denominadas Píldora del día después. Hasta para poner nombres a las cosas somos hipócritas.
¿Sabe una chica de trece, catorce, o quince años cómo actúa la tal píldora en su cuerpo? Sin temor a equivocarme diré que, en absoluto.
Nuestra sociedad, lejos de atacar las causas, aplica esa filosofía tan española que dice “A grandes males, grandes remedios. Y entre esos grandes remedios, siempre nos queda el aborto.
Este tristísimo panorama es el que le espera a ese nuevo miembro que ha llegado a mi familia. Ese cuerpo, pequeño e indefenso, se irá desarrollando al tiempo que en su entorno sólo crece la maldad y la desidia que con el esfuerzo de todos se construye día a día.
Quizás no le faltaba razón al maestro Ortega y Gasset cuando allá por los albores del siglo XX escribía:
El plebeyismo, triunfante en todo el mundo, tiraniza en España. Y como toda tiranía es insufrible, conviene que vayamos preparando la revolución contra el plebeyismo, el más insufrible de los tiranos.
Tenemos que agradecer el adviento de tan enojosa tiranía al triunfo de la Democracia. Al amparo de esta noble idea se ha deslizado en la conciencia pública la perversa afirmación de todo lo bajo y ruin.”
Un siglo después, las ideas de Ortega, como tantas otras buenas ideas, no han sido escuchadas. Porque España, y los españoles no somos mucho de hacer caso a los que se toman el trabajo de pensar.
Somos más Rafael “El Gallo”, que Ortega. Cuando en una fiesta en Madrid al torero le presentaron a este como : Filósofo; pronunció la frase que se hizo famosa:
-“Hay gente p’ato”
Esa es la conciencia española: orgullosos de ser analfabetos; y despreciar a quien no lo es.
Como Antonio Machado  dijo respecto a Castilla: España, desprecia lo que ignora.



jueves, 14 de febrero de 2019

EL CAMPUS


Uno de los mayores fracasos de nuestra democracia ha sido el no haber sabido mantener un sistema de enseñanza de calidad; algo que pocos discuten.
Con la llegada de aquella, quienes fueron elegidos para gobernarnos, fuera cual fuera su color político, han trabajado con ahínco para construir un edificio carente de cimientos; y no sólo en el aspecto metafórico.
Todo comenzó con el uso de la Universidad como elemento de captación de voluntades, y de callar la boca a las fuerzas vivas localistas más beligerantes.
España fue inundada de Campus Universitarios en los lugares más dispares. En cualquier esquina se montó un chiringuito universitario para mayor gloria de alcaldes y concejales.
Esa estrategia alocada y nefasta, había que justificarla llenando los miles de aulas que menudeaban, y menudean, por España con otros tantos miles de estudiantes. La única forma de cumplir el objetivo era abrir las compuertas que retenían, hasta ese momento, la afluencia masiva de jóvenes. Nadie quería que, por un quítame allá unas notas, los miles de aulas, creadas artificialmente, aparecieran vacías.
Las mentes calenturientas que propiciaron el desafuero hicieron lo peor que se podía hacer: dejar el libre acceso a la Universidad a todo hijo de vecino. Muchachos, casi ignorantes, comenzaban sus carreras iniciando un calvario de fracasos y abandonos. Y de nuevo se uso la peor estrategia: reducir el nivel de exigencia en las aulas para que los jóvenes estudiantes no salieran por la misma puerta que habían entrado. Algo que chocó con la voluntad de los docentes reacios a implantar niveles de calidad de guardería.
Es en ese momento cuando se aplicó lo que nunca ha fallado en España: politizar la Universidad, transfiriendo las competencias de su gestión a las Comunidades Autónomas.
Rectores y decanos, afectos al partido gobernantes, ocuparon los rectorados y decanatos para que se aplicaran las nefastas normas que hoy rigen.
Allá por el año 1969 marché a Salamanca para cursar el llamado Preuniversitario; un paso imprescindible para poder acceder a la Universidad. Era aquel un duro reto ante el cual docentes y alumnos sabíamos lo que nos jugábamos. Los primeros tenían la obligación de formarnos a conciencia para poder presentarnos ante el tribunal de catedráticos que nos darían el pasaporte, o nos negarían el visado, para poder cruzar las puertas de los Campus de España.
Aquel era un filtro de fina urdimbre que sólo dejaba pasar a quienes había acreditado suficientes conocimientos. Los dos grupos de pruebas que había que superar, realizados ante graves y poco simpáticos catedráticos, enviaba al alumno un mensaje claro con las calificaciones que se obtuvieran. Si estas no habían sido como para tirar cohetes, el libro azul que recogía nuestra vida como estudiantes, nos decía de manera indubitable lo que deberíamos hacer en el futuro:
-“Muchacho, has pasado; pero, piensa bien dónde te metes. Antes de matricularte en una carrera, por mucho que te guste, mira si con tus conocimientos podrás lograr el objetivo que te has propuesto.
Este mensaje era captado por muchos que redujeron sus expectativas para no ir abocados al fracaso.
Todos sabíamos lo que implicaba subir las escaleras de una Facultad. Tú, y sólo tú, deberías enfrentarte a una treintena de catedráticos que te iban a exigir el máximo de esfuerzo, y que no se pararían a pensar si tenías conocimientos o no.
En mi opinión, siempre es mejor que te quedes a un lado del muro del Campus, a que, una vez dentro, te des cuenta de que tu bagaje cultural no alcanza para culminar los estudios, por muy laxa que sea la política de calificaciones.
Hoy, muchos de los que han salido de nuestras facultades, no realizan los trabajos para los que fueron formados por varias razones. Una de ellas es la convicción de que han salido de las facultades sin una formación que les permita enfrentarse al día a día de una empresa, o un puesto de responsabilidad.
En estos días he tenido conocimiento del número de aspirantes a unos pocos puestos de celadores del Servicio Extremeño de Salud. La cifra es, sencillamente, escalofriante: TREINTA Y CUATRO MIL.
¿Cuántos de ellos tendrán colgados de las paredes de su casa un título de licenciado? No lo sé; pero, intuyo que un número bastante considerable.
Haber pasado por la Universidad supone un esfuerzo personal y colectivo grande para que, al final del camino, todo ese esfuerzo y dinero sólo sirva para hacer trabajos de baja cualificación.
Es de suponer que el componente de frustración y decepción que acompaña a muchos de ellos debe ser importante.
Quizás si el filtro de entrada al Campus hubiera sido más espeso la frustración y la decepción, no serían tantas. Sin embargo, nadie parece interesado en remediar este estado de cosas, y el montante de licenciados que no saben que hacer cuando terminan sus estudios, crece de manera exponencial. Y aquella puerta que se les abrió de manera irresponsable, es la llave para que puedan abrir la puerta de la emigración.

miércoles, 23 de enero de 2019

LA OTRA CRISIS


Allá por el año 2007, comenzó a fraguarse la última gran crisis de la economía española. Una crisis de la que aún no nos hemos recuperado, y que ha supuesto un retroceso más que significativo en el bienestar de los españoles.
La denominada “Crisis del ladrillo” fue, por encima de denominaciones, una crisis del Sistema Financiero español. Una crisis que ha sido analizada hasta la saciedad, y sobre la que se han vertido opiniones de todos los gustos.
Sin embargo, poco se ha dicho al respecto de uno de los daños que dicha crisis conllevó en el sector de las Cajas de Ahorros, más allá de su desaparición como entidades de ahorro popular, o de la destrucción de miles de puestos de trabajo.
Uno de los elementos diferenciadores de las Cajas, con respecto a otras Entidades Financieras, era su Obra Benéfico Social. Un brazo social de enorme importancia que, en estos momentos, se encuentra, si no extinguido, enormemente reducido.
La que fuera primera entidad financiera de Extremadura, Caja de Extremadura, no ha sido una excepción. Sus aportaciones al mundo de la cultura tuvieron un amplio recorrido en todos los órdenes; aunque su buque insignia fue el denominado: Salón de Otoño de Pintura.
Este certamen, nacido en el ultimo cuarto del siglo XX, tuvo su origen en la que fue Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Plasencia con la vocación de dar a conocer a jóvenes artistas de la pintura, en cuyo seno pudieran mostrar al mundo sus creaciones.
Sus inicios fueron modestos, y circunscritos a artistas del entorno más cercano. La perseverancia y el buen hacer de sus impulsores hizo que, año tras año, fueran creciendo tanto en la cantidad de los autores que querían colgar sus obras, como en la calidad y variedad de las pinturas.
Su prestigio en el mundo de la pintura le llevó a traspasar fronteras, y ser conocido y valorado a nivel europeo. Colgar sus cuadros en el Salón de Otoño de Pintura fue, para muchos autores, una forma de darse a conocer en el siempre difícil mundo del arte.
Con el tiempo el certamen se hizo itinerante, llegando a cruzar los Pirineos, siendo en el corazón de Europa un ejemplo del buen hacer de una institución extremeña de la que pocos tenían noticias.
Miles de obras colgaron de los testeros de las salas de exposición, y pasaron a engrosar los fondos artísticos de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Plasencia, y más tarde de la que fue Caja de Ahorros de Extremadura.
Pero, la crisis llegó a las entidades de ahorro popular; arrastrando tras de sí todo aquello que de bueno tenían. Ni tan siquiera el Salón de Otoño pudo resistir el embate de las incontenibles fuerzas de la vorágine financiera. Comenzó a languidecer merced, no sólo a la crisis financiera, sino a la desidia de los que le dejaron abandonado a su suerte. Una suerte que ha llevado a que los valiosos fondos que se acumularon a lo largo de décadas, permanezcan arrumbados en obscuros sótanos en los que mueren lentamente sirviendo de pasto a los roedores.
Quienes trabajaron y lucharon por hacer grande aquel modesto certamen de pintura tratan, con dispar éxito, de que las obras que colgaron de sus paredes puedan volver a ver la luz; y sean, al menos, un recuerdo vivo de lo que antaño fue un gran proyecto, orgullo de la tierra extremeña.
Las Obras Benéfico Social de las extintas Cajas repartieron a lo largo de décadas, y, en casos de siglos, un dividendo social que tomó múltiples y variadas formas.
Siendo el Salón de Otoño la más emblemática representación de ese dividendo social, no fue la más importante de las que llegaron a la sociedad extremeña.
Largo y prolijo sería el detallar las materializaciones con las que fue regada por aquel. Es probable que todos los que desde Extremadura, y otras tierras, lean estas líneas, hayan sido beneficiados, de manera directa o indirecta, por ese poco conocido, y reconocido, dividendo social.
Poder acudir a teatros, palacios de congresos, o plazas públicas, para disfrutar de un espectáculo de altura; poder cursar unos estudios universitarios; poder disfrutar de una beca de estudios, sin la que la Universidad sería algo inalcanzable; son algunas de los cientos de manifestaciones de lo que un día fue una gran labor social.
Hoy, poco o nada de todo aquello, permanece vivo.
Aquel bello y esbelto cisne que fue la Obra Social de las Cajas de Ahorros perece de la misma forma que lo hace sobre el escenario en la obra de Piotr Ilich Chaikovsky.
La última gran crisis económica, no sólo se ha llevado por delante empresas, puestos de trabajos, e ilusiones. Con ella ha desaparecido buena parte de lo que, otrora, fue el gran soporte de la vida cultural española. Un soporte que permitía, al pueblo llano, tener acceso a ese mundo de la cultura del que tan necesitado está nuestro país.
Ya no se verán, o se verán poco, a los grupos de cómicos que alegraban las plazas de los más recónditos lugares de nuestra geografía. Tampoco serán repuestos los bancos en los que nuestros mayores descansaban sus doloridos cuerpos, mientras veían pasar la vida acariciados sus curtidos rostros por los tibios rayos del sol de primavera.
Mucho se perdió, sí; pero, hay cosas que nunca podrán ser recuperadas.






lunes, 7 de enero de 2019

1789


1789 fue el año en el que se produjo el primero de los grandes cambios que Europa experimentaría en la edad Moderna. El día 14 de julio de ese año, comenzó lo que en la Historia se denominó: Revolución francesa. Un movimiento social que hizo caer al conocido como Antiguo Régimen.
La Revolución francesa no fue, como muchos piensan, un levantamiento político; pues, la política no se concebía como la conocemos en nuestros días. El poder se encarnaba, de forma absoluta, en la figura del Rey, y la aristocracia; ejerciendo esta última como correa de transmisión de los designios reales.
Ese poder absoluto se ejercía sobre el pueblo llano, y sobre una incipiente burguesía que, aún no había tomado conciencia de su condición de clase social.
Decía que la Revolución francesa no fue un movimiento político; porque, el desencadenante de ella fue el hambre, y el hartazgo del Pueblo llano. El aumento del precio del pan fue el detonante que hizo estallar la bomba de relojería que un pueblo maltratado llevaba en sus entrañas.
La mayoría, por no decir todas, las revoluciones que han triunfado desde aquel lejano año de 1789 han tenido un denominador común: el hartazgo del Pueblo llano. Un hartazgo que ha sido, en muchas ocasiones, utilizado por los iniciadores de aquellas en su propio beneficio; pero, ello no debe hacernos obviar que el trasfondo de ellas contenía un componente de rabia social contra un sistema político y económico que les ahogaba.
Toda revolución no es otra cosa que el reflejo del fracaso de un modelo de gestión social, en el que unos pocos se benefician del esfuerzo de la mayoría; una mayoría que, poco a poco, va acumulando en su interior la “dinamita” de la decepción. Un “explosivo” que puede estallar en cualquier momento.
En los días previos al 14 de julio de 1789, un pueblo hambriento y desesperado, salió a las calles de París para exigir la bajada del precio del pan; recibiendo, como respuesta de reyes, y aristócratas, la risa y el desdén; al tiempo que desde sus elegantes palacios y mansiones se divertían con el hambre del Pueblo llano”.
Únicamente hicieron falta tres palabras gritadas al viento por un tal Robespierre: Libertad, Igualdad, Fraternidad para que el estallido se produjera.
Las revoluciones, en realidad, no acostumbran a servir para gran cosa; porque los problemas que las generan suelen continuar sin resolverse. Las revoluciones triunfan porque los ciudadanos están cansados, y son proclives a levantarse contra quienes detentan el Poder. Un Poder que les exige mucho; pero, que les proporciona poco. Un Poder, que beneficia a unos pocos, y vilipendia a la mayoría.
En la España del siglo XXI, se ha instaurado un sistema político/social al que yo daría el nombre de Revolución suspendida. Es una suerte de revolución que amaga con producirse; que demuestra que tiene fuerza; y que los detentadores del poder consideran como una amenaza.
Quienes ostentan el poder saben que la “guillotina” política puede caer en cualquier momento sobre ellos, por lo que no dudan en alimentar, con un abundante y crujiente pan, al que representa un peligro. Un pan que se hace con la harina que pertenece a todos; por lo que las raciones de aquellos que no practican la Revolución suspendida han de disminuir forzosamente.
Aquellos que ven cómo sus raciones de pan se ven reducidas para que sirvan de alimento al que está obeso, y sobrealimentado, son ese pueblo llano que un lejano día, más allá de los Pirineos, se levantó contra el opresor; y que sólo precisó tres palabras para acabar con todo un periodo de la Historia europea.
Tres siglos después, el hambre del pueblo llano no es física. Pocos se acuestan en España sin haber ingerido un bocado, por exiguo que sea. En la España del siglo XXI existe hambre de Cultura social y reivindicativa; y exceso de conformismo y apatía. La delgadez de aquella se compensa con la obesidad de estas. Una obesidad que le lastra, y que le lleva a aceptar un estado de cosas, por muy lesivas que le sean.
Frente a quienes practican la Revolución suspendida, se encuentran los que ejercen la indolencia efectiva. Estos últimos no han encontrado tres palabras que les haga salir de su pereza; y tampoco han hallado a nadie que, poniéndose un gorro frigio, grite palabras que logren despertar de su sueño al Pueblo llano.
La indolencia efectiva ha calado muy hondo entre los más jóvenes. Nacidos, criados, y educados en un ambiente en el que todo les ha sido dado con poco, o nulo, esfuerzo, ven pasar la vida sin que nada les altere, por mucho que a su alrededor ocurra.
Hipnotizados por los nuevos reyes absolutos; abstraídos por las luminosas pantallas de un teléfono; han perdido, si es que alguna vez la tuvieron, la capacidad de rebelarse contra las injusticias y la opresión.
Con inusitada docilidad, aceptan la discriminación, el olvido, la pobreza, y la miseria, a la que les han llevado aquellos que les han quitado su ración de pan para dársela a quienes más tienen.
Cambiando las maletas de cartón por las mochilas, toman con inusitada resignación el mismo camino que tomaron sus abuelos o bisabuelos: el triste camino de la emigración.
No son como sus antepasados agricultores analfabetos, atados por el miedo al poderoso. Son hombres y mujeres dotados de conocimientos y formación que, entre todos, les hemos proporcionado. Malbaratan, tras la barra de un Pub londinense, no sólo sus conocimientos; sino, que renuncian a su juventud, y lo que es mucho peor, se niegan a sí mismos su futuro.
Quizás nunca llegaron saber, porque nadie se lo ha enseñado, que hace trescientos años, en el mismo lugar que hoy ellos se venden por unos pocos euros; jóvenes, hartos de que les robaran el pan los que vivían en el hartazgo, se levantaron y fueron capaces de cambiar la historia; no sólo de Francia, sino de toda Europa.