Todos
los grupos sociales evolucionan, y cambian en el tiempo: cambios que nacen
tanto por factores internos, como por exógenos.
Mientras
esos cambios se gestan, de manera simultánea se engendran dioses, y diablos, que
acompañarán al grupo hasta que su propia dinámica los sustituya.
Los
dioses que surgen son de lo más
variado, y variopinto; los diablos
suelen ser más concretos, y menos numerosos. Por su habitualidad en los cambios
sociales que se producen en España dos son los entes ascendidos a este último
estadio: la Iglesia Católica, y la Banca.
Por
periodos se van alternando en el devenir social, unas veces una, y otras veces
otra. Sin embargo, los cambios sociales surgidos en el siglo XXI, han traído,
junto a los dioses del siglo, unos diablos que comparten los odios del Pueblo al
alimón: La Iglesia Católica, y la Banca.
A
los diablos sociales se les suele
culpabilizar de todos males que acontecen a los miembros del grupo; sin que los
acusadores se paren a pensar si esas acusaciones son ciertas o falsas. Si
alguien choca el pedernal con el que genera la chispa, ya el resto se encarga
de avivar el fuego.
La
Crisis Económica forjada en el año 2007, produjo un importante cambio no sólo
económico, sino social. Un cambio que trajo consigo la modificación de la forma
de vida de millones de españoles. Unas nuevas vidas en las que el fantasma del paro,
de la incertidumbre, y de la emigración, rompió no pocas maneras de vivir hasta
entonces placenteras.
Esos
millones de personas que, se vieron afectadas por tan difícil situación,
sintieron la necesidad de engendrar un diablo
al que culpar de todos sus males; y, ese satán fue, una vez más: la Banca.
Hacía
ella se giraron todas las miradas, y hacia ella se dirigieron todos los ataques
para que la rabia contenida en sus corazones tuviera una salida.
Una
vez que el diablo ha sido engendrado,
ya es irrelevante determina si merece tal nombramiento, o no. La racionalidad
deja paso a la venganza; una venganza que, como todas venganzas, produce magros
resultados.
El
cambio social con respecto a la Banca es un cambio peculiar; y lo es por el
escaso tiempo transcurrido entre que la Banca fuera el dios social, a ser el Levitan
de todos españoles.
Durante
muchos años, cuando se produjo el denominado boom inmobiliario; y con él, para millones de españoles la Banca fue
una suerte de rey Midas que hacía realidad nuestros deseos.
A
ella se acudía con sonrisas en los labios para conseguir nuestra primera
vivienda, en alguno de los miles de zonas residenciales que surgieron por toda
España. Alegres y festivos se concurría a las notarías a firmar las escrituras,
que nos hacían propietarios, merced a los prestamos que la Banca nos concedía.
Unos prestamos que nos permitirían ser felices durante muchos años, gozando de
los más avanzados elementos para el hogar; o, poder adquirir ese coche con el
que habíamos soñado durante años.
No
eran pocos los que, al salir con el preciado documento notarial bajo el brazo,
festejaban el hecho con una fiesta a la que asistían amigos, y familiares. Eran
los tiempos de “Vino y rosas” en los
que todos éramos felices.
Nadie
nos había obligado a nada; ni a comprar, ni a endeudarnos. Nadie nos obligó a
ser copartícipes de los que verdaderamente se enriquecieron con nosotros: los
especuladores. Queríamos aquel piso, y daba igual lo desorbitado del precio.
Nos fue irrelevante comprometer una parte sustancial de los ingresos de la
familia para poder satisfacer las deudas que se habían contraído.
Cuando
las cañas se volvieron lanzas; y los tiempos de “vino y rosas” se transformaron en tiempos de “acíbar y espinas”, pocos reconocieron su error, y su falta de
visión de futuro.
Como
no era cosa de admitir los errores propios, se hizo necesaria la búsqueda de un
culpable; un culpable que se encontró pronto: la Banca.
Quienes
cantaban y bailaban tras la firma de su hipoteca; quienes con sonrisas y abrazos
daban las gracias a notarios, y empleados de los Bancos; comenzaron a lanzar todas
sus fobias contra ellos.
Muchos,
perdieron de golpe la inteligencia. Años después, se convirtieron en ignorantes
patológicos. Nadie sabía nada, nadie había entendido nada; todos habían sido engañados.
La
Banca, sin juicio previo, fue acusada, y condenada. Desde que se abrió la veda
lo que, durante años, y años, había formado parte del tráfico mercantil; lo que
durante años, y años, había sido avalado, y legitimado por todas las instancias
del Estado, devino en delito perseguible hasta las más altas instancias.
Instancias que, como siempre ocurre, quisieron sacar rédito político a una situación
que ellas mismas habían provocado.
Nadie
culpó a los Gobiernos que, hicieron oídos sordos de las continuas advertencias llegadas
desde innumerables lugares, y que les alertaron de los peligros. Nadie culpó a
aquellos que entregaron el 51 % del sistema financiero español, como eran las
Cajas de Ahorros, a unos analfabetos financieros que las llevaron a la ruina.
Las
“pistolas” que se disparaban contra la Banca fueron cargadas con toda suerte de
munición. Nada se dejó sin convertir en “pólvora”
con la que impulsar los proyectiles.
Todos
querían ser el que diera el tiro de gracia al Sector Financiero español. Sin
saber que, en este caso, no se cumpliría el dicho de: muerto el perro se acabó la
rabia.
Aún
se sigue queriendo acabar con el perro;
sin comprender que, ese animal, es
imprescindible en nuestra Sociedad; y que, si ese can no es fuerte, y ágil; sin miedo a enfrentarse con las presas a capturar;
los cazadores, regresarán a sus casas
con los zurrones vacíos.
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