A
caballo entre dos siglos, el XIX y el XX, comenzaron a nacer las denominadas Instituciones del Ahorro Popular, que
más adelante pasaron a llamarse Cajas de
Ahorros y Monte de Piedad.
De
la mano de los más diversos estamentos, Iglesia, Municipios, Diputaciones, o Asociaciones
Gremiales, fueron, poco a poco, urdiendo un tejido financiero que llegó a
representar el 51 por ciento del Sistema Financiero español.
Nacieron
con una clara vocación social, al permitir el acceso al crédito a las clases
populares, y evitar que siguieran siendo esquilmadas por prestamistas usureros.
Junto con su estructura puramente financiera se crearon los llamados Montes de Piedad, en los que los
ciudadanos podían conseguir dinero a precios razonables dejando en prenda lo
más diverso del ajuar domestico; desde el anillo de bodas, hasta un corte de
traje.
Hasta
bien entrado el siglo XX, las Cajas de ahorros llevaron una trayectoria
financiera bastante simple, pues sus operaciones se reducían a tomar los ahorros
de la población, y prestárselo a esa misma población.
Desde
su creación estuvieron inmersas en un extraño Limbo jurídico que nunca fue aclarado; y que, a la postre, les
trajo no pocos problemas. Su vida empresarial se regía por los propios
estatutos que cada entidad tenía, y por el Código de Comercio vigente en cada
momento.
Ese
extraño régimen legal les daba una peculiar característica: las Cajas de
Ahorros, no eran de nadie. Desde su origen fueron dirigidas por representantes
de las fuerzas vivas de la zona, con
lo que en ellas se impuso un cierto régimen caciquil que no las abandonó hasta El Final.
A
medida que fueron creciendo, y tomando relevancia en el mundo económico, pronto
se convirtieron en un apetecible plato para los gobernantes de turno, y
comenzaron a ser el recurso fácil con el que lograr financiar los déficits que
el Estado tenía. Algo que facilitaba la excelente liquidez que disfrutaban;
pues era muy superior el ahorro que captaban, a los préstamos concedidos.
Con
poca, o nula, capacidad de negociación frente al poder central, y al no estar
integradas en ninguna asociación que protegiera sus intereses, el que ganaran
poco o nada, con esas imposiciones gubernamentales, a nadie importaba,
Cuando
comenzaron a lograr beneficios empresariales, más o menos, significativos,
nació una nueva situación que había que solventar. Cubiertas las obligaciones
legales respecto a la dotación de las reservas legales, y estatutarias ¿qué
hacer con el remanente? Pues al no tener dueños,
no había a quien entregarlo. Es en ese momento cuando nacen las denominadas Obras Sociales de las Cajas de Ahorros;
que fueron las depositarias de esos excedentes, y las encargadas de repartirlos
a través de lo que se dio en llamar Dividendo
Social.
Su
plácida vida cambió a raíz de la crisis bancaria del año 1977, y la posterior Reforma del Sistema Financiero; una
reforma que permitía a las Cajas de Ahorros realizar operaciones financieras
vedadas para ellas hasta entonces; como eran las operaciones de descuento comercial
de letras de cambio, o la concesión de créditos a las empresas.
Este
cambio obligó a modificar el perfil de los directivos de las Cajas, por lo que
acudieron sus gestores al mercado bancario para fichar a trabajadores cualificados para acometer el nuevo futuro
que se abría a las Cajas.
Este
nuevo escenario comenzó a trazar lo que sería el futuro; dando un aire de
modernidad a las Instituciones que, debían actualizar todos sus sistemas de
gestión interna, dando entrada a las nuevas tecnologías; y a una estrategia expansionista
que, en ocasiones, se hizo con poca cabeza.
Sin
embargo, quedaba sin resolver un asunto como era el extraño régimen jurídico
que las regía, y que no era fácil de solventar, fundamentalmente por la oposición
férrea que los grandes Bancos mantuvieron a que se convirtieran en Sociedades
por Acciones, o Participaciones.
Así
las cosas, un nuevo actor sale a la palestra: Las Comunidades Autónomas. Los que llegaron al poder autonómico, no
tardaron en fijar su mirada en aquella perita
en dulce que eran las Cajas; todas ellas fuertemente localizadas en sus
límites territoriales.
Ya
en el año 1985 la Ley 31/1985, de 2 de agosto, de Regulación de las Normas Básicas
sobre
Órganos Rectores de las Cajas de Ahorros. marcará un antes, y un después, en el
devenir de las centenarias instituciones. Con ella los centros de poder de las
Cajas son entregados, en buena medida, a la Clase Política; tanto de manera
directa como indirecta, o forzada.
Como
corolario a esta Ley, a través de las transferencias competenciales a las Comunidades Autónomas, el control sobre
las Cajas se deja en manos del poder regional.
Sentados
en los sillones los elegidos por la Clase Política, y bajo el control de los
gobiernos de turno de las Comunidades,
fácil fue hacer con ellas mangas y
capirotes.
Si
esta situación ya era de por sí peligrosa, en una consecuencia derivada de la Ley de Murphy; un nuevo mal atrapó a las
Cajas: la politización de El Banco de España. Órgano supervisor que, pronto, se
puso al servicio del poder, dejando que las mangas
y capirotes alcanzaran proporciones dramáticas, que desembocaron en la más
grave crisis que nunca habían vivido, y que llevó a la desaparición de todas la
Cajas de Ahorros españoles; a la
destrucción de miles de puestos de trabajo, y a la imposición de condiciones de
trabajo más cercanas a la esclavitud que lo que es un sistema laboral del siglo
XXI.
Unos
años después de aquella masacre financiera,
y social, ha tenido su bajada de telón en el Congreso de los Diputados. Un
Congreso que ha dado la última palada para enterrar las centenarias instituciones
que tuvieron una enorme importancia en el desarrollo de las regiones, de las
familias, y que fue ayuda impagable para muchos ciudadanos sin recursos.
Por
su mediación, miles de hombres y mujeres de toda España pudieron convertirse en
hombres de provecho merced a las becas que les permitieron realizar sus
estudios universitarios; cientos de pueblos aislados pudieron contar con
servicios de ambulancias para sus emergencias más vitales; miles y miles de
personas mayores pueden contar con centros de reunión en los que matar sus
muchas horas de ocio, o tomar el sol en los bancos que las Cajas de Ahorros donaron
a los ayuntamientos.
Largo
y extenso sería el detallar lo que ese dividendo
social supuso para millones de españoles.
Ayer,
con el vergonzoso abrazo de Vergara,
se cerró esa ilusionante empresa que surgió allá por los siglos pasados.