jueves, 11 de octubre de 2018

LA MUJER DEL CESAR


Un viejo aforismo afirma que: “La mujer del Cesar, no sólo debe ser honrada; sino que tiene que parecerlo”.

La histórica frase descrita por Plutarco, la pone en boca de Julio Cesar cuando un grupo de amigas de su mujer Pompeya Sila fueron a interceder para que revocara su decisión de divorcio.
Julio Cesar tomó la decisión de divorciarse, al poco de contraer matrimonio, cuando supo que su esposa acudió a una Saturnalia, orgía sexual que algunas damas de la alta sociedad romana se permitían.
En defensa de Pompeya, sus amigas dijeron a Julio Cesar que su esposa sólo había asistido como espectadora; a lo que el emperador respondió con la famosa, y antiquísima frase.
Muchos siglos después la frase no ha perdido un ápice de su virtualidad, se puede aplicar incluso en sentido inverso.
Algunos comportamientos a los que asistimos en nuestro tiempo me hacen acuñar una frase parecida a la que pronunció el romano: La mujer del Cesar no sólo debe parecer honrada; sino también tiene que serlo”.
Quienes a la vista de todos blasonan de honradez y decencia; quienes parecen ser la encarnación de todas las virtudes, en más ocasiones de las deseadas, descubrimos que su aparente honradez, es sólo eso, una apariencia. Su verdadera manera de actuar, y de pensar, queda muy lejos de lo que en su apariencia externa transmiten.
La Biblia que es el compendio de la sabiduría sobre el ser humano, y sus miserias, ya nos situó sobre la pista de lo que es buena parte de la Humanidad.
El evangelista Mateo,  puso en boca de Jesús, lo que el hombre era, y lo que sigue siendo dos mil años después: Sepulcros blanqueados.
Una frase, de dos palabras, que encierra todo un tratado del saber sobre la condición humana.
En esas dos palabras, el Mesías nos alerta sobre el engaño de los hipócritas.

“Guardaos de los sabios a quienes les gusta andar con vestiduras largas y recibir saludos en las plazas, y los primeros asientos en las sinagogas y los primeros sitios en los banquetes; que devoran los bienes de las viudas fingiendo rezar mucho: ésos recibirán mayor condena.”

No sé lo que de cierto tiene la última frase, eso va en creencias; sin embargo, el resto del pensamiento es, un axioma; que, sólo los hipócritas, negarán.
No son pocos los que en nuestros días se jactan de ser los portadores de los más excelsos valores; y cuales antiguos fariseos, son inconsecuente con sus ideas. Nos dicen, y nos predican, que tenemos que beber agua, cuando ellos beben vino.
Esos sepulcros blanqueados son, hipócritas, inconsecuente con sus ideas. La cal que enjalbega sus vidas, oculta a los ojos del paseante, la podredumbre que se esconde en su interior.
Son como esos bellos arboles de preciosa apariencia pero, incapaces de dar ningún tipo de fruto.
Cristo, a través de la pluma de Mateo, no solo nos abre los ojos, sino que nos indica el camino a seguir:
- “Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen.”
Es el nuestro un mundo de apariencias. Todos queremos parecer lo que no somos, y presumimos de valores de los que carecemos; todo porque los demás nos vean, no como somos, sino queremos ser; aunque la realidad sea muy otra.
En la hipocresía como en casi todo se pueden establecer categorías, en función de quién sea el hipócrita.
Si yo actuó de manera distinta a como digo a los demás que se debe de actuar, cometo una hipocresía de segunda división; pues mi engaño tiene poca, o nula, trascendencia. Es aquello de decir a tu hijo que no fume, y se lo dices con un cigarrillo en la mano.
Ahora bien, si quienes están en las más altas posiciones de la Sociedad, cuyos actos tienen una trascendencia que afecta a un importante colectivo, la hipocresía toma un valor determinante. Siguiendo con el símil del tabaco, sería aquella persona de relevancia publica que nos habla de los perjuicios del tabaco, y a los pocos pasos le vemos encendiendo un cigarrillo.
Y en lo más alto de la escala de la hipocresía se encuentran los que hacen uso de ella para conseguir, mediante el engaño y la mentira, favores de la población. Unos favores que el Pueblo les concede basados en una aparente limpieza de su “sepulcro”.
Estos son los más peligrosos; porque, esa hipocresía es maligna, malvada, pérfida, y sobre todo, muy, muy espuria.
Seguid por tanto los sabios consejos de Mateo, que nos trasladó los del Mesías. Haced lo que ellos os digan, pero no lo que ellos hagan.





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