lunes, 7 de mayo de 2018

EL ABURRIMIENTO


Lo único que es común a todos seres vivos; aquello que les mantiene en permanente actividad es: el deseo irrefrenable de existir.
 A los Hombres lo que les hace vivir de manera activa no es el amor a la propia vida, sino el miedo a perderla. Un miedo que existe a pesar de que todos sabemos que el término de la partida nos acarreará nuestro fin.
La carga que supone nuestra propia existencia, la queremos aligerar; algo que hacemos cuando tenemos una cierta seguridad de que esa existencia la tenemos afianzada. Buscamos el deseo de que la pesada carga que es vivir se nos haga insensible.
Comenzamos con eso que se ha dado en llamar “matar el tiempo”; que no es otra cosa que luchar contra el aburrimiento al que nos ha llevado lo entendemos por desarrollo o prosperidad.
Asegurados los elementos necesarios para nuestra subsistencia, el Hombre entra en el terreno del aburrimiento.
Este valor es el que hace que los seres humanos, que nos amamos tan poco, nos busquemos para combatirlo dando lugar a lo que se puede denominar “fuente de sociabilidad”.
Logrados los avances sociales, sobre todo en materia laboral, se abren ante nosotros grandes espacios temporales que debemos llenar para combatir el aburrimiento.
Para ello nacen los deseos. El afán de verlos cumplidos llena nuestro tiempo. Una vez conseguido, debemos buscar otros en los que invertir ese tiempo que pocos saben gestionar.
Un nuevo deseo nace, y un nuevo afán de conseguirlo surge en cada uno de nosotros.
A medida que los medios que se ponen a nuestro alcance facilitan la consecución de nuestras pretensiones más corto es el ciclo; desarrollándose en la persona un afán de inmediatez por conseguir lo deseado que suele desembocar en el desasosiego y la frustración. Lo que nos hace buscar nuevas metas, que llenen ese tiempo en el que nos hallamos aburridos.
Al retornar nuestra mirada en el tiempo que fue, vemos como el que podríamos denominar “ciclo del aburrimiento”, llevaba un ritmo acompasado y lento.
El deseo generado en bailar con otra persona llevaba una carencia temporal alta. Poder conseguir los favores de una dama, determinaba un largo proceso de cortejo.
Y qué decir del deseo de lograr un fino encaje hecho para lucir en los momentos más esplendorosos de la vida social. Satisfacer ese deseo para concluir el “ciclo del aburrimiento” podía dilatarse durante meses.
En la sociedad de nuestros días, satisfacer los deseos que anteriormente he referido, no lleva, en algún caso, poco más de algunos minutos. El tiempo que se tarda en entrar en uno de los comercios de moda, y elegir uno de entre los miles de atuendos que cuelgan de sus perchas.
La satisfacción al ver cumplido nuestros deseos es muy efímera; lo que lleva al individuo a la necesidad de encontrar un nuevo deseo para comenzar ese ciclo vital interminable.
Uno de los grandes dramas de la Sociedad del siglo XXI es, nuestra permanente insatisfacción; pues, a cada deseo que nos surge, nos exigimos su inmediata consecución; si esta no llega a velocidad de vértigo, caemos en la frustración, y el desánimo.
Las prisas se han adueñado de nosotros. Unas prisas que surgen sin saber por qué; pues lo logrado nos genera un nuevo deseo que se convierte en irrefrenable; encerrándonos en una especie de batidora que todo lo tritura, y que siempre nos exige más.
Nuestros ojos no dedican más allá de unos pocos segundos a la lectura de un texto. Si el texto tiene más allá de veinte caracteres, lo desechamos, y pasamos a otra, en un devenir frenético por ir hacia otro apartado, que nos llevará a otro, y así, hasta casi el infinito.
Si al teclear en nuestro ordenador, Tablet, o móvil, la respuesta del aparato no es instantánea, hacemos algo que ni los menos cuerdos hacen: reñimos al aparato; porque, le exigimos inmediatez.
Y toda esta prisa ¿para qué? Para llegar a un punto en el que necesitamos otro deseo que cumplir para no caer en ese tiempo en el que el aburrimiento nos gana la partida.
El Hombre del siglo XXI ha olvidado que la base del amor, del querer, es la carencia, la privación a la que el ser humano está condenado desde sus orígenes. La satisfacción demasiado fácil de nuestros deseos nos lleva a un sentimiento de vacío y tedio horrible; convirtiendo la existencia en una carga insoportable que se nos hace imposible llevar. Lo que hace buscar salidas mediante la anulación de su propia voluntad. Algo que tampoco le satisface; porque la satisfacción del individuo sólo se encuentra en la voluntad en sí misma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario