Lo
único que es común a todos seres vivos; aquello que les mantiene en permanente
actividad es: el deseo irrefrenable de existir.
A los Hombres lo que les hace vivir de manera
activa no es el amor a la propia vida, sino el miedo a perderla. Un miedo que
existe a pesar de que todos sabemos que el término de la partida nos acarreará
nuestro fin.
La
carga que supone nuestra propia existencia, la queremos aligerar; algo que
hacemos cuando tenemos una cierta seguridad de que esa existencia la tenemos afianzada.
Buscamos el deseo de que la pesada carga que es vivir se nos haga insensible.
Comenzamos
con eso que se ha dado en llamar “matar
el tiempo”; que no es otra cosa que luchar contra el aburrimiento al que
nos ha llevado lo entendemos por desarrollo o prosperidad.
Asegurados
los elementos necesarios para nuestra subsistencia, el Hombre entra en el
terreno del aburrimiento.
Este
valor es el que hace que los seres humanos, que nos amamos tan poco, nos
busquemos para combatirlo dando lugar a lo que se puede denominar “fuente de sociabilidad”.
Logrados
los avances sociales, sobre todo en materia laboral, se abren ante nosotros
grandes espacios temporales que debemos llenar para combatir el aburrimiento.
Para
ello nacen los deseos. El afán de verlos cumplidos llena nuestro tiempo. Una
vez conseguido, debemos buscar otros en los que invertir ese tiempo que pocos
saben gestionar.
Un
nuevo deseo nace, y un nuevo afán de conseguirlo surge en cada uno de nosotros.
A
medida que los medios que se ponen a nuestro alcance facilitan la consecución
de nuestras pretensiones más corto es el ciclo; desarrollándose en la persona un
afán de inmediatez por conseguir lo deseado que suele desembocar en el desasosiego
y la frustración. Lo que nos hace buscar nuevas metas, que llenen ese tiempo en
el que nos hallamos aburridos.
Al
retornar nuestra mirada en el tiempo que fue, vemos como el que podríamos
denominar “ciclo del aburrimiento”,
llevaba un ritmo acompasado y lento.
El
deseo generado en bailar con otra persona llevaba una carencia temporal alta.
Poder conseguir los favores de una dama, determinaba un largo proceso de cortejo.
Y
qué decir del deseo de lograr un fino encaje hecho para lucir en los momentos
más esplendorosos de la vida social. Satisfacer ese deseo para concluir el “ciclo del aburrimiento” podía dilatarse
durante meses.
En
la sociedad de nuestros días, satisfacer los deseos que anteriormente he
referido, no lleva, en algún caso, poco más de algunos minutos. El tiempo que
se tarda en entrar en uno de los comercios de moda, y elegir uno de entre los
miles de atuendos que cuelgan de sus perchas.
La
satisfacción al ver cumplido nuestros deseos es muy efímera; lo que lleva al
individuo a la necesidad de encontrar un nuevo deseo para comenzar ese ciclo
vital interminable.
Uno
de los grandes dramas de la Sociedad del siglo XXI es, nuestra permanente
insatisfacción; pues, a cada deseo que nos surge, nos exigimos su inmediata
consecución; si esta no llega a velocidad de vértigo, caemos en la frustración,
y el desánimo.
Las
prisas se han adueñado de nosotros. Unas prisas que surgen sin saber por qué;
pues lo logrado nos genera un nuevo deseo que se convierte en irrefrenable; encerrándonos
en una especie de batidora que todo lo tritura, y que siempre nos exige más.
Nuestros
ojos no dedican más allá de unos pocos segundos a la lectura de un texto. Si el
texto tiene más allá de veinte caracteres, lo desechamos, y pasamos a otra, en
un devenir frenético por ir hacia otro apartado, que nos llevará a otro, y así,
hasta casi el infinito.
Si
al teclear en nuestro ordenador, Tablet, o móvil, la respuesta del aparato no
es instantánea, hacemos algo que ni los menos cuerdos hacen: reñimos al aparato; porque, le exigimos
inmediatez.
Y
toda esta prisa ¿para qué? Para llegar a un punto en el que necesitamos otro
deseo que cumplir para no caer en ese tiempo en el que el aburrimiento nos gana la partida.
El
Hombre del siglo XXI ha olvidado que la base del amor, del querer, es la
carencia, la privación a la que el ser humano está condenado desde sus orígenes.
La satisfacción demasiado fácil de nuestros deseos nos lleva a un sentimiento
de vacío y tedio horrible; convirtiendo la existencia en una carga insoportable
que se nos hace imposible llevar. Lo que hace buscar salidas mediante la anulación
de su propia voluntad. Algo que tampoco le satisface; porque la satisfacción del
individuo sólo se encuentra en la voluntad en sí misma.
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