La
cantante peruana Lucha Reyes cantaba una canción en la que un verso dice:
-“Un fracaso más…qué importa”.
Ese
mensaje cantado parece haberse hecho realidad en la España moderna.
España como nación ha ido, a lo largo de su historia, ensartando uno tras otro,
como cuentas de un collar, fracasos sin número.
No
es fácil encontrar en los tiempos modernos un país en el que los errores se
hayan encadenado de una manera tan continuada en el tiempo, y de tan enorme
gravedad.
En
los países de nuestro entorno socio político, hecha abstracción de las dos
grandes contiendas mundiales, la estabilidad interna de los mismos, con la excepción de la antigua Yugoslavia, ha sido prácticamente total. Una estabilidad no solo
aparente, sino real.
España,
alejada de los dos grandes conflictos bélicos mundiales, ha librado sus propios
conflictos internos, los cuales han culminado en grandes fracasos como nación.
Monarquías,
republicas, dictaduras, democracias, todos los sistemas implantados en nuestro
país en los dos últimos siglos, han fracasado. Y sobre esos fracasos se han aupado otros nuevos.
El
último gran fracaso, por pocos reconocido, ha sido la actual configuración del
llamado “Estado de las Autonomías”. Un
error que, como casi todo en España, no es nuevo. Ya en la Primera República, se
gestó y vio la luz el abuelo de
nuestro actual sistema. Lo acontecido en aquellos dos cortos años de
República, no por grotesco resultó menos dramático.
El
siglo XX, y su “hijo” gestaron y
parieron al “nieto” que aún hoy
pervive.
En
el Estado de las Autonomías, se da un curioso paralelismo con el desarrollo de
la Vida.
Comenzó
su gestación en 1975, y tras un embarazo de
tres años vio la luz en 1978.
Sus
inicios fueron como el de todas las crías, inseguro y necesitado de cuidados;
sin embargo, fue creciendo poco a poco merced a los buenos alimentos y cuidados
que los llamados “padres de la patria”
le proporcionaron.
Hoy
aquel “potrillo”, pequeño e indefenso,
se ha convertido en un ejemplar salvaje que nadie puede dominar.
Pocos,
de puertas para afuera, somo los que afirmamos el fracaso que nuestro actual
Sistema, aunque cada día podamos contemplarlo con solo asomarnos a la ventana.
Nunca
la nación española se ha encontrado tan desmembrada como en la actualidad.
Habría que remontarse a los tiempos de los Reinos
de Taifa, para descubrir un fraccionamiento similar.
España
está rota en mil pedazos, sin que nadie parezca darse cuenta.
Y
si España como nación está hecha añicos, nuestro fracaso como Grupo Social
Organizado es aún mayor, si eso fuera posible.
Acomodados
en nuestro propio yo, hemos dejado de sentirnos miembros de una Comunidad que
debe avanzar unida con el objetivo de intentar lograr un mejor vivir para
todos.
Ni
siquiera el egoísmo nos mueve a salir de nuestro capullo. Tejimos nuestra propia crisálida, y en ella permanecemos
encerrados, sin querer metamorfosearnos en mariposa.
El
gran fracaso lo tenemos delante de nuestras narices, y muchos no quieren verlo.
Prefieren cerrar los ojos, y aplicar ese dicho tan nuestro de:
” Ojos que no ven,
corazón que no siente”.
Hemos
descargado nuestras responsabilidades como individuos, que muchos se creen
libres, en las espaldas de quienes nada harán por mejorar nuestro presente, y
afianzar nuestro futuro. Un futuro que, cada día que pasa, se vislumbra más
tormentoso.
Si
hacemos un recorrido por el elenco de necesidades sociales que como país
tenemos, no nos costará, -siempre que se quiera mirar, claro- demasiado
constatar que pocas funcionan como debieran; a pesar de las ingentes cantidades
de dinero que nos cuesta mantener en movimiento a ese caballo desbocado que es el Estado
de las Autonomías.
Día
tras día, asisto abochornado e incrédulo, al espectáculo que nos brindan los
gestores de las Comunidades Autónomas. Día tras día, nos empujan un poco más
hacia la consumación del penúltimo fracaso de nuestra historia.
Ese
“rebaño” de casi cincuenta millones
de ciudadanos “libres”, camina
lentamente hacia el precipicio, con la mirada puesta en el suelo, del que
ramonea unas pocas briznas de hierba con las que se alimenta. Entretenidos en
ello, no ven lo que ocurre a su alrededor; y mucho menos lo que ocurre delante.
Como
hacen los ovinos, hemos puesto
nuestras vidas en manos del “pastor”.
Un
pastor que no es nada comparable al que Jesucristo dio a los cristianos, cuando
le nombró pastor de la toda la Humanidad:
“Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me
amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le
respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo:
Apacienta mis ovejas.”
Apoyo tu comentario al 100%.Además de haber perdido el sentimiento de nación. El coste es inasumible. Pero no veo posibilidad de echarlo para atrás. Quienes lo podrían hacer son los primeros interesados en no soltarse de la teta que les alimenta.
ResponderEliminarFernando.