Que
los españoles somos gente muy limpia y aseadita,
es algo que pocos discuten.
Como
decían nuestras madres y abuelas nos decían siempre:
-
¡Qué relímpio va
mi niño!
Al
recorrer el mundo, observas que las costumbres en materia de higiene personal son
de los más variadas. No digo que sean mejores ni peores; simplemente,
distintas.
¿Son
nuestras costumbres, en materia de higiene personal, tan saludables para
nosotros y para nuestro entorno natural como creemos? Veamos si es así.
Buena
parte de la población española, lo primero que hace al comenzar su jornada es,
tomar una ducha.
No
son pocos los que al finalizar tiempo de trabajo toman una segunda para
relajarse del ajetreado día, o para eliminar el sudor que se ha expulsado
haciendo deporte en la calle, en la cancha, o en el gimnasio.
En
términos estadísticos, -únicamente a modo de ejemplo-, no sería descabellado
decir que cada español toma al día 1,5 duchas diarias.
En
cada una de ellas usamos para la higiene corporal, champú para el pelo, gel
para el resto del cuerpo; así otros tipos de ungüentos para condicionar,
nutrir, hidratar…etc.
Modificar
un poco estas costumbres, tendría unos efectos muy beneficiosos tanto para el
Medio Ambiente, como para nosotros mismos.
Uno
de los grandes problemas que tiene nuestro país, y buena parte del Planeta es
el poder abastecer de agua a toda la población; cuestión que se agrava si se
trata de grandes ciudades con extensas áreas metropolitanas. Todo ello sin
olvidar las no menos importantes necesidades que tienen nuestra agricultura y
ganadería.
El
agua es un bien es caso que, cíclicamente, se convierte en un bien precioso y
escaso, algo que ocurre en este momento en buena parte de nuestro país.
Si
fuésemos capaces de restringir, parcialmente, el uso del agua destinada a
nuestra higiene personal, la demanda del preciado líquido caería de manera
significativa.
Lograrlo
no es complicado. Es, únicamente, cuestión de proponérselo.
Salvo
situaciones especiales, una ducha diaria no es necesaria; por lo que se podría
tomarla en días alternos. No por ello nuestros cuerpos olerían como mofetas.
Si
hacemos deporte de manera habitual, sería conveniente eliminar la primera ducha
matinal, y hacerlo sólo después del ejercicio físico.
Si
como añadido a esta simple medida dejamos de lado el “regodeo” bajo la “alcachofa”, y racionalizamos
el uso del agua, sumamos ahorro, al ahorro.
Con
estos simples cambios habremos dado un paso de gigantes para rectificar
nuestros malos hábitos, y podremos evitar problemas de abastecimiento en los
ciclos de sequía.
Al
Medio Ambiente, también le habremos hecho un gran favor al restringir el número
de duchas, pues eliminaremos los continuos vertidos de materiales jabonosos que
infestan nuestros ríos.
Nuestra
piel también lo agradecerá, al permitir que su proceso natural de producción de
elementos para la salud de la epidermis, no se vea sistemáticamente
interrumpida por sustancias artificiales que las eliminan de nuestro cuerpo.
Nuestros
bolsillos también se verán beneficiados por estas simples medidas, ya que nos
permitirán ahorrar en la factura del agua, en el gasto de productos de higiene,
y en todos aquellos otros derivados que es preciso añadir para combatir la
resecación de la piel que conseguimos con el uso diario de productos abrasivos para ella. Una resecación que
se traduce en un envejecimiento prematuro de nuestras células pues se ven
obligadas a trabajar a un ritmo mayor que el natural.
La
letra de una antigua copla dice:
Ya no se pinta la
cara,
la mujer que yo
más quiero,
ella ya no se
pinta la cara,
huele a tomillo y
romero,
se lava con agua
clara,
que Dios la manda
del cielo.