lunes, 15 de enero de 2018

MAQUETOS, CHARNEGOS, Y…

Allá por los años cincuenta del pasado siglo, concluida en España la denominada etapa de la “Postguerra”, la situación económica de la mayoría del país era extraordinariamente difícil de sobrellevar.
Extensas zonas del país, profundamente ruralizadas, presentaban escasas posibilidades de salir de la miseria en la que se encontraban.
Sólo unas pocas regiones daban signos de comenzar una incipiente recuperación, y un desarrollo industrial digno de tal denominación.
Mientras, en zonas como Andalucía, Castilla, o Extremadura la agricultura, y una escasa ganadería, eran las fuentes de riqueza. Un agro pobre, descapitalizado, y carente de mecanización, únicamente generaba hambre y miseria. En ellas no había futuro, ni para los padres, ni para los hijos.
Con sus rostros marcados por la miseria y el duro trabajo de sol a sol; con sus manos encallecidas de labrar la tierra de otros; y en su inmensa mayoría analfabetos; no tuvieron otra opción que meter sus escasas pertenencias en las maletas de cartón, y subir al duro tren de emigración.
Cuatro fueron los destinos principales a los que se dirigieron esas denominadas sociológicamente “corrientes migratorias”. Europa, Cataluña, Vascongadas, y la capital de España.
Cada uno de esos destinos iba a presentar unas características diferentes a las que tuvieron que enfrentarse los hombres y mujeres que dirigieron sus destinos hacia ellos.
Quienes eligieron cruzar los Pirineos tuvieron que desafiar múltiples dificultades para las que no estaban preparados. Diferentes culturas, idiomas imposibles de entender, y hasta religiones distintas a la que habían conocido desde su infancia. Y como corolario de todo ello, el ser tratados como burros de carga en no pocas ocasiones, con el rechazo de los oriundos de los países en los que recalaron.
Quienes prefirieron no abandonar nuestra tierra caminaron con sus hatillos hasta Cataluña, Vascongadas, y Madrid, en la creencia de que al estar en España su suerte sería diferente a la que les esperaba a los que cruzaron el macizo montañoso.
Pronto se dieron cuenta de que su situación no iba a distar mucho de la sufrida en Alemania, o en Suiza.
Quienes bajaron de los trenes en las Vascongadas, o Cataluña comenzaron a saber que la vida no les iba a ser nada fácil. Pronto fueron “marcados” para ser diferenciados de los lugareños de ambas zonas. A unos les asignaron el calificativo de” Maquetos y los otros les sellaron con el apelativo de “Charnegos”. En ambos casos la traducción popular de ambos vocablos era la de “Los parias”.
Aquel viaje, que era un viaje sin retorno, definió de manera, casi cruel, la deriva social de los emigrantes. No existía más solución que llevar a cabo un proceso de acercamiento y simbiosis para intentar borrar de sus espaldas el Sambenito” de “Maqueto” o de “Charnego”.
Se imponía con urgencia la adaptación al medio. Integrarse en el grupo social que les rechazaba, y que en buena media les había recluido en una clase de “ghetos en los que desarrollaban sus vidas.
Los más mayores se resignaron a no perder sus señas de identidad, y mataban la nostalgia de sus lares, con la creación de las denominadas “Casas de…” Allí, entre gazpachos, y manzanillas; paellas, y tortillas de patata trataban de mantener vivas las esencias de su tierra, a la espera de que llegara el día, si la fortuna les sonreía, de regresar a la tierra que años antes los vio partir.
Pero sus hijos, tenían una visión muy diferente de lo que debía ser su futuro. Avergonzados de sus orígenes, renegaron de ellos, y de toda la estirpe que eran sus señas de identidad como grupo étnico y social.
Con los más “fuertes abrasivos” que había en el mercado, restregaron cuerpos y mentes para borrar el más minúsculo vestigio de delataran sus orígenes; y así “limpios del “Pelo de la Dehesa” se presentaron ante la Burguesía dominante dispuestos a ser sus “Meretrices” para lo que quisieran mandar.
Y esa “Burguesía dominante” nunca saciable de dinero y de poder, fingió acogerles en su seno, dando palmadas en el hombro a los nuevos Jordis, Pere; o Mercé; los Patxi. o las Izaskun
Mordido el anzuelo, las “nuevas tropas” de la “Burguesía dominante” fueron debidamente reeducadas. Un nuevo idioma, y una nueva historia debidamente aderezada con ignominias de todos los colores, determinaron la conciencia de los que, sin ellos saberlo, seguían siendo “Charnegos” y “Maquetos”.
Mejor suerte tuvieron los que recalaron en la capital de España. Cuando se bajaron del tren, nadie colgó en sus espaldas ninguna clase de Sambenito; nadie les apartó de sus maneras de vivir; nadie les dijo qué idioma tenían que hablar; y por supuesto nada les obligo a tener que renegar de la tierra de la que provenían.
No tuvieron necesidad de realizar ningún proceso simbiótico para poder desarrollar sus vidas. Sus hijos y sus nietos pudieron seguir llamándose Paco, Manuel, o Ernestina.
Nunca de sus labios salieron palabras de desprecio y odio hacia aquellos que no eran de Madrid. Porque de Madrid, no hay nadie. En Madrid, no se odia. En Madrid nadie dice que los españoles les robamos. En Madrid, hay mucha gente; demasiada para mí; pero Madrid no ha rechazado a nadie por ser de Jaén, de Sevilla, de Cáceres, o de Badajoz. Ni les ha obligado a rotular en sus pequeños negocios de otra manera que no fuera la que ellos quisieran.
 “Casa Juana: comidas caseras”.
Nadie le denuncia por poner a su taberna el nombre de la abuela que se quedó en Córdoba.
Porque en Madrid, no hay más hecho diferencial que el ser guapo, feo, alto, o bajo. Ser del Real Madrid, o del Atlético, es a lo más diferencial que se llega.











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