De los tres elementos que, filosóficamente, conforman el Universo:
Tierra, Aire, Agua, y Fuego, es este último el que presenta una mayor atracción
para los humanos.
El Fuego es la fuerza destructora por antonomasia.
El Fuego todo lo arrasa y calcina.
El Fuego purifica.
El Fuego nos calienta, y nos protege del frio. También nos permite
alimentarnos.
Sin embargo, el Fuego tiene un componente metafísico de un valor
mayor, si cabe, que el físico.
Su fuerza le ha convertido en un elemento sagrado, y casi erótico.
El Sol y el Fuego son las fuentes de calor que subliman al Hombre.
Desde antiguo el Sol ha sido el dios por antonomasia, tomando en la Tierra su
forma más palpable en el Fuego. Es la materialización del dios Sol; y a él
muchos se entregan.
El Hombre, a pesar de la evolución del pensamiento en nuestra
Civilización, sigue siendo un ser tremendamente supersticioso; señal inequívoca
de que el avance del Pensamiento Científico y Humanista, no ha sido tan grande como
pensamos.
El día del solsticio de verano,
esa superstición sale a la calle y se materializa en miles de hogueras que se
encienden por todo el mundo.
Unas hogueras que son el símbolo que nos indica nuestra escasa
inteligencia.
Nacen esas fogatas con el hálito de que sean la fuerza
purificadora que acabe con todo lo malo que nos rodea. A ellas se arroja todo
lo viejo, todo lo feo, y todo lo malo que rodea nuestras vidas, en la creencia
de que el fuego curativo nos librará del mal.
Contemplamos extasiados esas enormes llamaradas, al tiempo que
algunos piensan, que el día más corte del año, cambiará sus vidas.
Otros, necesitan sentir en carne propia que sus males se han
consumido con el fuego, y bailan con sus pies desnudos sobre los rescoldos aún
ardientes de lo que fue una enorme pira.
Los menos, quieren demostrar que son capaces de desafiar a la más
poderosa de las fuerzas de la Naturaleza, y vencerla.
Sin embargo, el fuego se extingue y las vidas de los Hombres
siguen igual. El fuego no ha purificado nada; únicamente nos ha librado de
todos los trastos viejos acumulados en el desván de nuestra casa.
La pregunta que me hago es ¿por qué el Hombre se entrega a este
tipo de rituales?
Realmente, no lo sé.
Quizás el Ser Humano se encuentra aún demasiado perdido en el
Universo, sin hallar explicación a su propia existencia; y trata de mitigar esa desazón interior con esta y otras
manifestaciones.
Nada ni nadie ha sido capaz de eliminar de nuestra mente el miedo,
y, buscamos, desde la noche de los tiempos, explicación a lo que nos rodea, y a
nosotros mismos. Un misterio que ninguna civilización ha logrado desentrañar.
El Hombre, desconocedor de casi todo, ha buscado fórmulas de todo
tipo para saber lo que el futuro le deparará. Y en esta búsqueda, los cuatro
elementos esenciales han sido también el eje fundamental sobre el que se han
construido las predicciones de su destino.
Los signos zodiacales han sido asignados a cada uno de los cuatro
elementos; tres por cada uno:
Fuego: Aries, Leo, Sagitario.
Tierra: Tauro, Virgo, Capricornio.
Aire: Géminis, Libra y Acuario.
Agua: Cáncer, Escorpio, Piscis.
Sobre este esquema, millones de personas en el mundo, creen poder
saber qué es lo que les ocurrirá en el mañana; y millones de personas aceptan
como verdad, casi divina, estos vaticinios.
Miles son las formas en las que la superstición del Hombre se
manifiesta. Cada Cultura ha acuñado las suyas, en la convicción de que hacer o
no hacer determinadas cosas, o asumir determinados comportamientos, cambiará su
Sino.
El Cristianismo, siempre ha perseguido, por paganas, estas
creencias. Muchos fueron quemados en la hoguera por realizar estas prácticas,
consideradas satánicas, usando la hoguera, es decir el Fuego, como elemento
purificador.
Quienes adoraban al Fuego como fuente de purificación del mal;
fueron quemados usando el mismo ritual purificador por el que fueron
condenados.
Son las paradojas del Hombre.
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