Hace unos años comenzaron a hacerse famosas unas aplicaciones informáticas a las que dimos el sobre nombre
de “Redes Sociales”.
Aunque participo activamente en ellas, no dejo de ser conscientes
de que es un arma de doble filo; y un Agora bastante peligroso, por la
impunidad con que sus miembros pueden actuar.
No me refiero a la impunidad en términos jurídicos; me refiero a
la impunidad moral que impera en ella.
El abanico de los asuntos y temas que en ellas se abordan, es
inmenso; nada queda fuera de su ámbito; desde la foto ñoña, hasta la crueldad
más descarnada.
En esas “Redes” volcamos nuestras ideas, opiniones; y, en no poca
medida, nuestros odios (fundados o no), y mucha frustración.
Lo que se conoce como “perfil”, es de lo más variopinto. Existen personas
que encuentran en estas redes un medio de expresión de ideas de todo tipo,
realizadas de manera correcta, aunque dentro de una lógica discrepante. Otros
tratan de mantener unas relaciones en la distancia con viejos y nuevos conocidos;
y bastantes matan en ellas sus horas de soledad y aburrimiento.
Todo ello dentro de lo que podríamos denominar, parámetros de
normalidad, y cordialidad.
Otros, cada vez más, han encontrado en estas denominadas “Redes”
el lugar ideal para expandir sus mensajes de odio, expresados de la manera más
cruel.
En muchos de ellos se ha instalado una especie de necrofilia difícil
de entender.
En nuestra nación y en todas las Comunidades, incluso las menos
civilizadas, siempre han sido respetados los ancianos, los niños, y los
muertos.
Con leyes sociales no escritas, ellos tres quedaban al margen de
toda manifestación de rencor u odio.
Pero, con demasiada frecuencia, esas normas son vulneradas de
manera gratuita, y de todo punto incompresible para cualquier Ser Humano que se
dice civilizado.
Con los cuerpos aun calientes de los fallecidos, las Redes se
llenan de insultos, y ofensas de todo calibre, hacia el muerto. Insultos y
ofensas que sólo producen dolor en los amigos y familiares, porque el ofendido,
no puede serlo. Ya no está entre nosotros.
Insultar a un muerto, es la cosa más estúpida que se puede hacer;
y por supuesto la más cobarde, pues el agraviado no va responder a la ofensa.
Pero como la maldad que ha anidado en muchos corazones, (demasiados
para mi gusto), no tiene límites, se llega a desear la muerte de un niño,
porque quiere ser torero. Esto ya es de una crueldad imposible de definir;
pero, si eso se hace a un niño enfermo de cáncer, cuya vida pende de un hilo,
es de ser un reptil. Pero, si además, se manifiesta alegría, porque el niño que
quería ser torero perdió la batalla contra la enfermedad, el grado de
putrefacción moral de esos individuos es tal, que ni los buitres carroñeros se
acercarían a comer sus despojos.
Quizás ha llegado el momento de cambiar la denominación a las
conocidas como Redes Sociales, y darles un nombre más acorde a su realidad: “Manicomios
Sociales”.
Nuestra Sociedad está muy enferma. Y como todo enfermo que no
quiere conocer el grado de gravedad del mal que le aqueja, morirá entre
terribles dolores.
Un sentimiento de odio y de violencia ha anidado en nuestros
corazones, por razones que no sabría explicar; pero, que sí creo conocer. Unas
razones, que muchos negarán; lo habitual en los enfermos que no quieren
reconocer su mal; pero que existen.
Ya ni siquiera nos queda la esperanza de la escuela o la familia;
porque en ambas está latente el mismo espíritu que se ha apoderado del resto de
la Sociedad.
Ver a padres y madres, enzarzados en peleas callejeras, delante de
sus hijos, porque un árbitro ha señalado una falta en un partido de lo que sea,
te echa el alma a los pies.
Hace unos días leí, no recuerdo dónde, una carta, no sé si real o
imaginada, de un joven deportista a sus padres, en la que les pedía que dejaran
de ir al campo de fútbol, porque se avergonzaba de su comportamiento.
Si la carta era real, aún queda un rayo de esperanza; si la carta
era solo un desiderátum del autor, el futuro es ciertamente inquietante, Si es
que el futuro puede ser más inquietante que la realidad que vivimos.
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