Una
de las muchas afirmaciones que se hacen sobre el Hombre es la que dice que: es
el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.
Mi
carga genética de Homo Sapiens debe
ser muy alta, porque he tropezado en la misma piedra 15.768, que son los días
que han transcurrido desde el 20 de noviembre de 1975.
Fue
ese día en el que, viendo al compungido Carlos Arias Navarro comunicar la
muerte de Franco, creí que una nueva etapa se abría en la Historia de España.
Una
etapa en la que dejaría de ver merodeando por los aledaños de la facultad aquel
Seat 1430 de color negro matricula Ma-1040-J en cuyo interior “los sociales” tomaban buena nota de lo
que acontecía.
Una
etapa en la que el Tribunal de Orden
Público dejaría de actuar; y en la que los sótanos de la Dirección General de Seguridad en la Puerta de El Sol, dejarían de ser una
cárcel de la dictadura.
Creí
que aquellos que desde las Platajuntas
nos ofrecían un país Libre y Democrático, serían coherentes, y nos podríamos
encontrar en un país libre de ataduras.
Creí
que, al grito de Libertad, Amnistía, y
Estatuto de Autonomía, se construiría aquella España que “no la conocería ni la madre que la parió”.
Creí
que, aquellos hombres y mujeres, salidos de lo más granado de nuestra sociedad,
serían los artífices del nuevo edificio
que, entre
todos, comenzábamos a construir.
Creí
que la Constitución de 1978 enterraría para siempre los llamados Principios del Movimiento Nacional”.
En
1986 creí que, por fin, seríamos europeos.
Creí,
tantas cosas…
Pronto
la realidad comenzó a demostrarme lo equivocado que estaba; y fue desmontando
los sueños que surgieron en aquel piso de estudiantes, en cuya televisión en
blanco y negro, vi aparecer la figura de Franco en la capilla ardiente.
No
tardé en averiguar que la Democracia
con la que soñaba, no era algo tan simple, y claro, como me la habían
presentado. Que el sagrado principio de “Un
hombre un voto” no era tan sagrado como yo había querido creer.
Averigüe,
que la Democracia no era un Sistema
Político y Social en el que todos éramos iguales. No, comprendí que ella era
una regla estadística aplicada sobre bases fraudulentas a las que se dio el
nombre de “Circunscripciones”; y, que,
de la mano de un señor belga, de nombre hasta entonces desconocido, D’Hont, los
votos de cada ciudadano no eran iguales.
Desentrañe
que los Estatutos de Autonomía no nos
hacían más libres e iguales; sino todo lo contrario. Aquellas pomposas normas
llevaban en su interior la semilla de la discordia, la desigualdad, y la
división entre los españoles.
Los
españoles dejamos de ser españoles para ser catalanes, vascos, o andaluces.
Descubrí,
cómo la igualdad de los españoles
había saltado hecha añicos de la mano de aquellos Estatutos que se nos presentaron como la plasmación fehaciente de
un nuevo orden en el que, la Libertad y la Igualdad, sería los pilares que soportarían
el peso de una Sociedad Moderna, y
europea.
No
fueron menores los tropezones que me di al comprobar que, Europa, esa ansiada novia
que durante años habíamos anhelado conquistar, no era la preciosa doncella que me habían presentado en una foto trucada; sino una vulgar meretriz, que ofrecía sus favores al
mejor postor.
Creí
en aquellos hombres que me dijeron que lucharían por una sociedad mas justa, más igualitaria, y más solidaria.
Qué
inocente fui.
Aquellas
raídas chaquetas, y los bocadillos de tortilla que lucían los que también se
expresaban; pronto se trocaron en trajes bien cortados, hechos a medida; y la
popular tortilla española, fue arrinconada, dando paso a los mejores manjares
servidos por elegantes camareros, de los no menos elegantes restaurantes frecuentados
por la nueva elitte, surgida, y
amamantada, a los pechos del Presupuesto.
Aquellos
que se sentaron en el banquillo del Tribunal
de Orden Público por sus ideas subversivas,
han dejado su puesto a aquellos que se sientan para responder por sus tropelías.
Tropelías que se cometieron, y se cometen, al amparo de la confianza que el Pueblo español depositó en ellos.
Triste
final para las ilusiones de aquel joven estudiante de Económicas que creyó que,
una España diferente era posible. Que podríamos dejar atrás siglos de podredumbre,
y picaresca; y ser un país moderno y libre.
Hoy,
23 de mayo de 2018, aquel joven español, ya cargado de años, ve, con enorme
decepción, cómo aquellas ilusiones juveniles han ido a parar al estercolero de
nuestra Historia.