En alguna ocasión he dicho que prefiero usar la expresión “viajar” a la que dice “hacer turismo”.
Puede parecer lo mismo, pero es algo diferente.
He pasado unos días viajando por la Toscana, en Italia. Viaje del
que he sacado algunas conclusiones que pretendo trasladaros.
La primera es una deducción que obtengo en todos los viajes que
realizo: Cualquier lugar del mundo tiene su encanto. Únicamente hay que saber mirar,
y no sólo ver.
La segunda, es también reiterativa: Europa es, espectacular. Su
riqueza, de todo tipo, es incalculable.
Una tercera conclusión, está ya concreta, es que Florencia me ha
permitido contemplar la perfección, de la perfección.
Muchos de vosotros, es muy probable que hayáis visitado la ciudad
de los Medicci, y por ello, quizás estéis de acuerdo conmigo.
Para plasmar físicamente la palabra Perfección existe una escultura denominada “El David”.
Lego en las artes escultóricas, me guio por mis sensaciones, y mi
imaginación vuela hacia un hombre, una época, y bloque de mármol “maldito” por no se sabe qué malos hados.
Hombre, cincel, y mármol, frente a frente. No cabe la posibilidad
del error; ni siquiera en su mínima expresión. No hay cuartilla, ni lienzo para
sustituir en el caso de un pequeño golpe mal dado. Un gramo de fuerza aplicado
de más daría al traste, de nuevo, con el maligno
bloque.
Pero el cincel no se encuentra en manos de cualquiera; lo
sostienen los dedos de Miguel Ángel.
Durante dos años, nuestro hombre, va dando forma a la representación
humana más perfecta que ningún ser humano ha realizado. Si esos cinco metros de
mármol hablaran, quizás no nos sorprenderíamos.
Como cuarta conclusión obtuve que existe una pequeña Tratoria llamada “Antica Trattoria “da Tito” “ que es el exponente fiel de que gente
amable, alegre, y cordial se puede encontrar en los más recónditos lugares del
Planeta.
Nada más entrar en ella, se puede sentir que aquel es un lugar en
el que poder disfrutar en el sentido más amplio de la palabra.
Todo el mundo está de buen humor, clientes, dueño, y empleados.
Como en casi todos los lugares a los que vamos quienes los idiomas
no son nuestro fuerte, el problema llega con la carta. ¿Qué es esto; qué ingrediente es aquel? Y se ha de recurrir
al empleado para intentar averiguar qué comeremos.
El desconocimiento del idioma es mutuo. No hay problema.
-
“Un momento, mi marido habla un poco el español.”
Aparece un orondo caballero que nos allana el camino, y podemos
disfrutar de unos ricos espaguetis a
la boloñesa.
Pero ¿qué ocurre a nuestro alrededor? Pues, ocurre que clientes y
empleados, hacen una ruidosa sobremesa, en la que no faltan las risas de todos.
Y le dije a mi mujer, antes de levantarnos tras degustar una
copita de Limonchelo, cortesía de la
casa:
-
Este lugar bien podría ser un bodegón
de la calle Sierpes en Sevilla.
La quinta conclusión, y penúltima fue la que casi todos los que
viajamos, e incluso los que no, hemos sacado en alguna ocasión: Japón, son dos países;
uno lo forman quienes habitan en el lejano oriente, y otro aquellos que se
encuentran dando vueltas por el mundo.
¿Alguien se ha parado a contar el número de japoneses que se
encuentran de viaje de manera permanente?
No existe lugar, por recóndito que sea, en que no se halle un
ciudadano del Imperio del Sol Naciente.
La última conclusión, realmente no es tal. Pues no es algo que sea
resultado de un análisis previo. Es, más bien, la constatación de un hecho
irrefutable. No hay hombre, mujer o niño, sea cual sea su nacionalidad, raza,
credo; estado físico o mental, que no sea esclavo de un teléfono móvil.
No importa el lugar en el que nos encontremos, desde las criptas
de los templos, hasta las salas de espera de los transportes públicos; el
Hombre vive pendiente de las cinco pulgadas de la pantalla de un celular.
Es el contraste del Tiempo. Una mano suave y sensible cincelaba la
piedra con pequeños golpes en el Renacimiento; y siglos después, otras
delicadas manos dan pequeños golpes sobre las pantallas de un móvil.