La llamada “cuestión
catalana” nos ha proporcionado información sobre hechos y actos de todo
tipo.
Uno de ellos, es el goteo de las Sedes Sociales de importantes
empresas y consorcios, y que las han trasladado fuera de Cataluña.
Este acto, que es sólo una cobertura jurídica, tiene un corolario
mucho más importante e interesante de analizar.
¿Qué ocurre con lo que queda en Cataluña, en el supuesto de la
declaración de independencia?
Comencemos por la parte más débil: los trabajadores.
Según establecen las nuevas leyes catalanas, aquellos trabajadores
que estuvieran empadronados en Cataluña al 31 de diciembre de 2016, pasarían a
ser ciudadanos de Cataluña, y por ello sometidos a las leyes del nuevo Estado.
Perderían su cualidad de ciudadanos españoles, y por lo tanto de
ciudadanos europeos; aunque los gobernantes de la actual Cataluña digan que
tendrán doble nacionalidad; algo que es absolutamente falso.
En consecuencia, roto el vínculo legal con el Estado español, los
derechos que emanen de sus contratos de trabajo deberán ser adaptados, y
sometidos a las Leyes del nuevo Estado.
Protecciones tan básicas como es el Estatuto de los Trabajadores,
dejarán de serles de aplicación; y sus reclamaciones en el ámbito laboral,
deberán ser sustanciadas en los Tribunales de Cataluña.
Esto es así, porque los conflictos laborales se resuelven en el
lugar en el que se encuentra el puesto de trabajo del trabajador.
Sus nóminas, serán abonadas en las cuentas abiertas en las
Entidades radicadas en Cataluña, y deberán ser convertidas de euros a la moneda
del nuevo país; algo que hasta este momento se desconoce.
La salida de la Unión Europea supone que, de manera automática, se
sale de la Eurozona, y por lo tanto la moneda del país recién constituido no
puede ser el euro; a pesar de que los gobernantes de Cataluña digan lo
contrario.
Dos cuestiones a las que no alcanzo a concretar cómo afectarán a
los trabajadores, son los Impuestos, y las aportaciones a la Seguridad Social,
tanto en la cuota empresarial como en la que corresponde al trabajador.
El segundo gran frente de estas empresas es el relativo al régimen
comercial que regirá sus relaciones con el resto del mundo.
La salida de la Unión europea implica la salida de todos los
acuerdos de Libre Mercado que regulan las transacciones entre sus países miembros;
entrando en un régimen de aplicación de aranceles que habría que negociar con
todos, y cada uno de los estados que forman la actual Unión Europea,
comenzando, lógicamente, por España, su primer cliente.
Mientras esto se negocia, algo que no se hace de la noche a la
mañana, sería preciso establecer un régimen transitorio, que también habría que
desarrollar.
Junto a ello, tendría que establecerse un régimen fiscal para las mercancías
en tránsito, tanto importadas como exportadas.
A nadie se le escapa, que nada de todo esto es algo que se
solvente con facilidad y en poco tiempo.
Cerrar fronteras, es algo relativamente sencillo. Regular el tránsito
de mercancías, es algo muy complejo, lo que haría de la salida de productos
desde Cataluña al resto de Europa, algo casi imposible.
Si los productos fabricados en Cataluña no pueden tener salida
hacia los mercados, la respuesta empresarial sólo puede ser una: parar la
producción, hasta que los regímenes comerciales, y fiscales, estén
desarrollados e implantados. Lo que conllevaría al cierre de las factorías, y
el despido de los trabajadores.
Si los principales, o únicos centros de producción se encuentran
en Cataluña, la viabilidad de la empresa queda muy comprometida, pues
únicamente subsistiría el mercado catalán como fuente de negocio. Todo ello, en
el supuesto que las materias primas y componentes necesarios para la producción
se obtengan en Cataluña.
Y qué ocurrirá con las empresas que no puedan salir de Cataluña.
Todo dependerá del grado de vinculación de sus productos con el exterior.
En mi opinión, las menos afectadas serán las pequeñas empresas,
que entrarán en un régimen de autarquía, algo que tampoco será fácil.
A nadie se le escapa que este estado de cosas traerá consigo un
extraordinario aumento de los precios, y por ello elevada inflación.
Y no será descabellado pensar que volviera a emerger una vieja figura del
comercio: El estraperlo.
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