Las conocidas Leyes de Mendel, fundamento de la ciencia genética,
fueron elaboradas por el genetista Gregor Mendel. Son el conjunto de reglas
básicas sobre la transmisión por herencia genética de las características de
los organismos padres a sus hijos.
En la evolución de los estudios sobre genética mucho se ha
adelantado, teniendo un papel relevante en sus avances el español Severo Ochoa.
El Premio Nobel nacido en Asturias, aunque nacionalizado
estadounidense, sintetizó el que se denominó Ácido Ribonucleico,( ARN) base que
se usó para conseguir la sintetización del ácido desoxirribonucleico (ADN).
Acido que contiene la información genética de los seres vivos.
El uso del ADN, se ha extendido a todos los ámbitos de la ciencia
y la investigación, algo que no extrañaría, ni al señor Mendel, ni al señor
Ochoa.
Sin embargo, mostrarían su extrañeza ante el uso de este acido
como elemento de discriminación política, y sociológica.
Quienes en nuestros días forjan y forman la opinión de los
individuos, no dudan en convertirse en “sesudos
científicos”, para convencer al mundo de la razón de su sinrazón.
En un alarde de estupidez, rayana en la esquizofrenia, algunos
presumen de tener su ADN propio. Como si el ácido desoxirribonucleico se
adquiriera en los supermercados del barrio.
No hay que ser ni Mendel, ni Severo Ochoa, para saber que tal
aseveración no es más que una extraordinaria estupidez, dicha por unos
estúpidos, y aceptada por otros estúpidos.
En nuestra época, y en nuestra nación, gente muy osada, pretenden
marcar diferencias genéticas con el resto del mundo para dar cuerpo científico
a sus ambiciones políticas.
Siendo esto grave, más grave es que un buen número de individuos
acepten esto como verdad indiscutible; y sobre tal falacia, construyen un
proyecto de individualidad.
Tampoco hay que ser Mendel, o Severo Ochoa, para saber que la
evolución de la carga genética de cada ser vivo, tarda en alterarse millones de
años.
En estos tiempos que corren, algunos, y no son pocos, presumen de
haber roto la cadena de su ADN, y en breve espacio de unos pocos de años,
haberla alterado, sin que rastro alguno de sus precursores en la cadena genética,
ocupe una sola molécula de su cuerpo.
En esa ignorancia que avergüenza, creen que el cambio de un nombre
o una denominación, rompe con la cadena evolutiva.
Para desgracia de cualquier cerebro, medianamente inteligente,
contemplamos con estupor cómo se reniega de los ancestros, rompiendo amarras
con sus genes.
Si no fuera tan patético, resultaría cómico; sin embargo, no tiene
nada de gracioso que se manipule la ignorancia de muchos, para provecho de unos
pocos.
Si por estos analfabetos fuera, enviarían a la basura la Teoría de
la Evolución de las Especies, las Leyes de Mendel, y todas las Leyes de la
genética.
Muchos hay que presumen de ser diferentes. No dicen nunca
diferentes a quien o a quienes; ni en qué se diferencian. Y no lo dicen, por
una razón contundente: porque no lo saben. Y no lo saben porque no lo pueden
saber. Y no lo pueden saber, porque no lo son.
Les debe resultar durísimo aceptar, que nuestra muestra genética
tiene un 99% de elementos comunes con animales como el cerdo.
Cómo aceptar que yo, (es decir ellos) que presumen de un ADN
propio; esa carga genética, es idéntica en un 99% a la de un gorrino.
Muchos, serían capaces de aceptar tal compatibilidad genética,
antes que aceptar que son idénticos a uno de Sevilla, de Madrid, o de
Romangordo.
En más de una ocasión, he manifestado mi opinión de que la Teoría
de la Evolución de las Especies, debería, en el caso del Hommo Sapiens debería ser reformulada; pues no existe una evolución
de un ser irracional, a un ser racional.
Alguien les debería decir a algunos, para consuelo de sus
atormentadas mentes, que no es malo llevar la carga genética de un jornalero
andaluz, de un pescador gallego, de un minero asturiano, o de un agricultor
extremeño.
Y cómo colofón a tanta locura, recordarles que el 75% de su cuerpo
es agua. Exactamente igual que el mío.
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