jueves, 21 de septiembre de 2017

LA GENETICA

Las conocidas Leyes de Mendel, fundamento de la ciencia genética, fueron elaboradas por el genetista Gregor Mendel. Son el conjunto de reglas básicas sobre la transmisión por herencia genética de las características de los organismos padres a sus hijos.
En la evolución de los estudios sobre genética mucho se ha adelantado, teniendo un papel relevante en sus avances el español Severo Ochoa.
El Premio Nobel nacido en Asturias, aunque nacionalizado estadounidense, sintetizó el que se denominó Ácido Ribonucleico,( ARN) base que se usó para conseguir la sintetización del ácido desoxirribonucleico (ADN). Acido que contiene la información genética de los seres vivos.
El uso del ADN, se ha extendido a todos los ámbitos de la ciencia y la investigación, algo que no extrañaría, ni al señor Mendel, ni al señor Ochoa.
Sin embargo, mostrarían su extrañeza ante el uso de este acido como elemento de discriminación política, y sociológica.
Quienes en nuestros días forjan y forman la opinión de los individuos, no dudan en convertirse en “sesudos científicos”, para convencer al mundo de la razón de su sinrazón.
En un alarde de estupidez, rayana en la esquizofrenia, algunos presumen de tener su ADN propio. Como si el ácido desoxirribonucleico se adquiriera en los supermercados del barrio.
No hay que ser ni Mendel, ni Severo Ochoa, para saber que tal aseveración no es más que una extraordinaria estupidez, dicha por unos estúpidos, y aceptada por otros estúpidos.
En nuestra época, y en nuestra nación, gente muy osada, pretenden marcar diferencias genéticas con el resto del mundo para dar cuerpo científico a sus ambiciones políticas.
Siendo esto grave, más grave es que un buen número de individuos acepten esto como verdad indiscutible; y sobre tal falacia, construyen un proyecto de individualidad.
Tampoco hay que ser Mendel, o Severo Ochoa, para saber que la evolución de la carga genética de cada ser vivo, tarda en alterarse millones de años.
En estos tiempos que corren, algunos, y no son pocos, presumen de haber roto la cadena de su ADN, y en breve espacio de unos pocos de años, haberla alterado, sin que rastro alguno de sus precursores en la cadena genética, ocupe una sola molécula de su cuerpo.
En esa ignorancia que avergüenza, creen que el cambio de un nombre o una denominación, rompe con la cadena evolutiva.
Para desgracia de cualquier cerebro, medianamente inteligente, contemplamos con estupor cómo se reniega de los ancestros, rompiendo amarras con sus genes.
Si no fuera tan patético, resultaría cómico; sin embargo, no tiene nada de gracioso que se manipule la ignorancia de muchos, para provecho de unos pocos.
Si por estos analfabetos fuera, enviarían a la basura la Teoría de la Evolución de las Especies, las Leyes de Mendel, y todas las Leyes de la genética.
Muchos hay que presumen de ser diferentes. No dicen nunca diferentes a quien o a quienes; ni en qué se diferencian. Y no lo dicen, por una razón contundente: porque no lo saben. Y no lo saben porque no lo pueden saber. Y no lo pueden saber, porque no lo son.
Les debe resultar durísimo aceptar, que nuestra muestra genética tiene un 99% de elementos comunes con animales como el cerdo.
Cómo aceptar que yo, (es decir ellos) que presumen de un ADN propio; esa carga genética, es idéntica en un 99% a la de un gorrino.
Muchos, serían capaces de aceptar tal compatibilidad genética, antes que aceptar que son idénticos a uno de Sevilla, de Madrid, o de Romangordo.
En más de una ocasión, he manifestado mi opinión de que la Teoría de la Evolución de las Especies, debería, en el caso del Hommo Sapiens debería ser reformulada; pues no existe una evolución de un ser irracional, a un ser racional.
Alguien les debería decir a algunos, para consuelo de sus atormentadas mentes, que no es malo llevar la carga genética de un jornalero andaluz, de un pescador gallego, de un minero asturiano, o de un agricultor extremeño.

Y cómo colofón a tanta locura, recordarles que el 75% de su cuerpo es agua. Exactamente igual que el mío.

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