
Esa irresponsable expresión, que la Historia juzgará, buscaba
cegar a los españoles de la realidad en la que vivíamos.
El "guiso" que llevaba años "cociéndose"
rebosó la "olla", y ya no fue posible esconder los "ingredientes"
que contenía.
El enorme "recipiente" del Sistema Financiero español,
contenía una ingente cantidad de "porquería" que era preciso recoger.
Las campanas tocaron a rebato para que las cabezas pensantes
intentaran poner a buen recaudo toda la basura que el "pote"
contenía.
La Champions League de la Economía, se había transformado en una
pestilente cloaca de dimensiones nunca antes conocida.
Como un "castillo de naipes" el edificio del Sistema
Económico se derrumbó, casi, en su totalidad, produciendo un desastroso
"efecto dominó" que aún sufrimos.
¿Qué hacer ante semejante acumulación de "basura"
financiera?
Había que ocultarla de la vista de los "comensales",
como primera medida. Después, (se hizo algo muy español), ya veremos.
No era sencillo encontrar un "recipiente" de tamaño
adecuado para acoger en su seno los miles de millones de euros de pérdidas que
acumulaban las Entidades Financieras; por lo que hubo que modificar la
estrategia, y dividir el reparto de la “maloliente” carga.
Se diseñaron varías "sentinas" en las que guardar la
basura financiera.
Pero un escollo no previsto se interponía en la solución del
problema. Más de la mitad del Sistema Financiero Español, tenía un Régimen
Jurídico muy particular que impedía su capitalización, aunque sólo fuera
contable. Ese cincuenta por ciento eran Las Cajas de Ahorros, que jurídicamente
no eran "nada" que encajara fácilmente en la Legislación Mercantil
española. No eran Sociedades Anónimas; no eran Sociedades de Responsabilidad
Limitada; no eran, ni tan siquiera, una Comunidad de Bienes, que, aunque
carecen de personalidad jurídica, tienen un régimen legal y fiscal que las
regula.
Las Cajas se regían por sus propios estatutos, y les era de
aplicación la Ley de Sociedades Anónimas y la Legislación Mercantil y Fiscal,
por analogía en su actividad.
Para que las "sentinas" de las Cajas pudieran abrirse,
debían cambiar su régimen jurídico, a "uña de caballo" porque el
tiempo apremiaba.
Se fueron aportando soluciones más o menos imaginativas,
apareciendo figuras jurídicas de lo más innovador, como fueron los "
Sistemas Integrales de Protección" (SIP en adelante).
¿Qué es un SIP? En resumen, una especie de Asociación de avales y
contravales integrada por varias Cajas.
Estos SIP se formaron, principalmente, para garantizar a sus
integrantes el acceso al Mercado Interbancario, y cubrir en caso de necesidad
los reembolsos de las emisiones de empréstitos, en caso de no poder hacerlo el emisor.
Sin embargo, esto no era suficiente para solventar el problema
principal, que no era otro que la capitalización de las Cajas. Con la
"basura" aflorada y la normativa comunitaria conocida como MiFID, era
impensable acudir a los instrumentos tradicionales que las Cajas habían usado
para aumentar sus Recursos Propios: Cuotas Participativas, Obligaciones
subordinadas, Participaciones Preferentes,...etc.
No quedaba otra solución que convertir las Cajas en Bancos; pero,
¿cómo hacerlo?
Se constituyeron Bancos, cuyo capital social estaba integrado por
el neto patrimonial que en Balance tenían las Cajas Integrantes, dejando fuera,
únicamente, los Fondos de la Obra Social, que serían tratados más adelante.
Las "sentinas", con mayor o menor éxito fueron gestionando
la "basura"; sin embargo, una de ellas recibió más "basura"
de la que podía digerir: Bankia.
Los netos patrimoniales de algunas de sus integrantes colocaban al
nuevo Banco en situación de casi "Quiebra Técnica" por lo que había
que buscar capitales adicionales con que cubrir el balance.
La única solución, salir a Bolsa. Y es aquí donde todo se
descontrola.
Los mercados de inversores institucionales, o grandes inversores,
no veían con claridad el experimento, y exigían enormes primas de riesgo, lo
que hacía caer la cotización de la acción hasta niveles de desincentivar al más
optimista. Y este es el momento en el que se toma la peor decisión; mantener ficticiamente
la cotización de la acción de Bankia, y lanzarse como posesos a colocarlas
entre la clientela, usando las viejas tácticas de abusar de la confianza que
los clientes tenían en los empleados que les habían atendido durante toda la
vida sin ningún problema.
Los empleados, como siempre ocurre en estos casos, sabían que lo
que estaban comercializando era "basura"; pero, eran órdenes, y había
que cumplirlas. Y esas órdenes llevaban un corolario: De que esta operación
salga bien, depende tu puesto de trabajo. Y claro, eso son palabras mayores.
La "basura" se colocó; pero, no pudo taparse durante
mucho tiempo el "pestilente" olor que despedían los títulos.
El resto es de todos conocido.
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