lunes, 15 de febrero de 2016

LO PROHIBIDO

Que España es el país de las prohibiciones, es un hecho incontestable; algo, contra lo que personalmente me rebelo.
Nuestro ordenamiento jurídico, ese que regula hasta el más mínimo detalle la vida de los españoles, ocupa cientos de Tera Bites; una cuestión que sería fácilmente solucionable si solo se almacenara lo permitido.
En este país, aún, llamado España está prohibido desde el crimen más abyecto, a la entrada de niños en un restaurante. Dentro de ese amplio abanico cabe de todo.
Soy poco amigo de las prohibiciones, algo que quienes me seguís, ya sabéis. Quizás una de las que más me repudia son las restricciones en determinados Monumentos propiedad o gestionados por el mal llamado Patrimonio Nacional.
La semana pasada, junto a un grupo de compañeros, he pasado unos días en la comunidad de Castilla y León, disfrutando de los encantos (que son muchos) de las tierras y costumbres de la zona. El viaje, con un importante componente cultural, incluía la visita a un monasterio (el nombre no viene al caso), gestionado, según nos fue aclarado, por eso que llaman Patrimonio Nacional.
Tan pronto como cruzamos el umbral, aquello se parecía más la cárcel de "Soto del Real" que a un convento de clausura. Un fornido guardia seguridad se hizo, al instante, cargo del grupo de "delincuentes potenciales" y, sin un mínimo signo de cortesía, no informó de que allí dentro todo estaba prohibido: hablar en alto, hacer fotografías (con o sin flash), tocar ninguno de los elementos que se encontraban en su interior. Respirar se nos permitía, pero sin excesos.
Durante todo el recorrido se mantuvo vigilante para que ninguno de los "convictos" estuviera descontrolado, algo que pude percibir en primera persona.
Mi carácter independiente, me llevó a separarme del grupo unos metros, con la "peligrosísima" intención de contemplar un claustro, al que se accedía desde la sala donde se encontraban mis compañeros. De manera inmediata, y sin contemplaciones, fui obligado por las "fuerzas represoras" a reincorporarme al grupo.
Era indignante que veintidós personas fuéramos tratados de aquella manera en un edificio que es propiedad de todos los españoles, que lo mantenemos con nuestros impuestos y pagamos el sueldo de todos los ganapanes que gestionan dichos monumentos.
Las cámaras fotográficas y, ahora, los teléfonos móviles son los grandes asediados por las fuerzas conservacionistas. Nada se puede plasmar con nuestras lentes, bajo la peregrina excusa de que los flashes dañan las obras de arte. Muros, cúpulas y columnas milenarias que han resistido el paso de los tiempos, no pueden ser fotografiados, ni siquiera sin flash para evitar "daños irreparables".
Yo me pregunto ¿qué produce más perjuicio a un cuadro, el ser fotografiado sin flash, cuyo efecto sobra la obra es neutro totalmente, o estar soportando la luz y el calor de unos focos alógenos que le iluminan durante años y años? La respuesta es tan obvia que ni la doy.
¿Cuál es la razón última de estas absurdas prohibiciones?: Siempre la misma: el dinero. Ese afán recaudatorio de nuestro "Leviathan" particular no obliga a que para poder contemplar con detalle y tranquilidad las obras de arte expuestas, debamos pagar nuestro tributo, comprando el librito que a los efectos ha sido publicado.
En este país de nuestras desgracias, sufrimos las más absurdas, e injustas prohibiciones. En España se pueden producir paradojas tan increíbles como que un mismo niño pueda acudir a un espectáculo donde se le representas escenas de lo más violento y sectario; y, una hora más tarde, ese mismo niño tenga vetada su entrada en un restaurante. Y, todo ello, amparado por nuestro Ordenamiento Jurídico.
Reivindico una vez más uno de los principios que conformaron la rebelión estudiantil de "mayo del 68" en la universidad de la Sorbonne de París:

¡¡¡ PROHIBIDO PROHIBIR!!!

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