
Nuestro ordenamiento jurídico, ese que regula hasta el más mínimo
detalle la vida de los españoles, ocupa cientos de Tera Bites; una cuestión que
sería fácilmente solucionable si solo se almacenara lo permitido.
En este país, aún, llamado España está prohibido desde el crimen
más abyecto, a la entrada de niños en un restaurante. Dentro de ese amplio
abanico cabe de todo.
Soy poco amigo de las prohibiciones, algo que quienes me seguís,
ya sabéis. Quizás una de las que más me repudia son las restricciones en
determinados Monumentos propiedad o gestionados por el mal llamado Patrimonio
Nacional.
La semana pasada, junto a un grupo de compañeros, he pasado unos
días en la comunidad de Castilla y León, disfrutando de los encantos (que son
muchos) de las tierras y costumbres de la zona. El viaje, con un importante componente
cultural, incluía la visita a un monasterio (el nombre no viene al caso),
gestionado, según nos fue aclarado, por eso que llaman Patrimonio Nacional.
Tan pronto como cruzamos el umbral, aquello se parecía más la cárcel
de "Soto del Real" que a un convento de clausura. Un fornido guardia
seguridad se hizo, al instante, cargo del grupo de "delincuentes potenciales"
y, sin un mínimo signo de cortesía, no informó de que allí dentro todo estaba
prohibido: hablar en alto, hacer fotografías (con o sin flash), tocar ninguno
de los elementos que se encontraban en su interior. Respirar se nos permitía,
pero sin excesos.
Durante todo el recorrido se mantuvo vigilante para que ninguno de
los "convictos" estuviera descontrolado, algo que pude percibir en
primera persona.
Mi carácter independiente, me llevó a separarme del grupo unos
metros, con la "peligrosísima" intención de contemplar un claustro,
al que se accedía desde la sala donde se encontraban mis compañeros. De manera
inmediata, y sin contemplaciones, fui obligado por las "fuerzas
represoras" a reincorporarme al grupo.
Era indignante que veintidós personas fuéramos tratados de aquella
manera en un edificio que es propiedad de todos los españoles, que lo
mantenemos con nuestros impuestos y pagamos el sueldo de todos los ganapanes
que gestionan dichos monumentos.
Las cámaras fotográficas y, ahora, los teléfonos móviles son los
grandes asediados por las fuerzas conservacionistas. Nada se puede plasmar con
nuestras lentes, bajo la peregrina excusa de que los flashes dañan las obras de
arte. Muros, cúpulas y columnas milenarias que han resistido el paso de los tiempos,
no pueden ser fotografiados, ni siquiera sin flash para evitar "daños irreparables".
Yo me pregunto ¿qué produce más perjuicio a un cuadro, el ser
fotografiado sin flash, cuyo efecto sobra la obra es neutro totalmente, o estar
soportando la luz y el calor de unos focos alógenos que le iluminan durante
años y años? La respuesta es tan obvia que ni la doy.
¿Cuál es la razón última de estas absurdas prohibiciones?: Siempre
la misma: el dinero. Ese afán recaudatorio de nuestro "Leviathan" particular
no obliga a que para poder contemplar con detalle y tranquilidad las obras de
arte expuestas, debamos pagar nuestro tributo, comprando el librito que a los
efectos ha sido publicado.
En este país de nuestras desgracias, sufrimos las más absurdas, e
injustas prohibiciones. En España se pueden producir paradojas tan increíbles
como que un mismo niño pueda acudir a un espectáculo donde se le representas
escenas de lo más violento y sectario; y, una hora más tarde, ese mismo niño
tenga vetada su entrada en un restaurante. Y, todo ello, amparado por nuestro
Ordenamiento Jurídico.
Reivindico una vez más uno de los principios que conformaron la
rebelión estudiantil de "mayo del 68" en la universidad de la Sorbonne
de París:
¡¡¡ PROHIBIDO PROHIBIR!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario