Allá
por el año 2007, comenzó a fraguarse la última gran crisis de la economía
española. Una crisis de la que aún no nos hemos recuperado, y que ha supuesto
un retroceso más que significativo en el bienestar de los españoles.
La
denominada “Crisis del ladrillo” fue,
por encima de denominaciones, una crisis del Sistema Financiero español. Una
crisis que ha sido analizada hasta la saciedad, y sobre la que se han vertido
opiniones de todos los gustos.
Sin
embargo, poco se ha dicho al respecto de uno de los daños que dicha crisis
conllevó en el sector de las Cajas de Ahorros, más allá de su desaparición como
entidades de ahorro popular, o de la destrucción de miles de puestos de
trabajo.
Uno
de los elementos diferenciadores de las Cajas, con respecto a otras Entidades
Financieras, era su Obra Benéfico Social.
Un brazo social de enorme importancia que, en estos momentos, se encuentra, si
no extinguido, enormemente reducido.
La
que fuera primera entidad financiera de Extremadura, Caja de Extremadura, no ha sido una excepción. Sus aportaciones al
mundo de la cultura tuvieron un amplio recorrido en todos los órdenes; aunque
su buque insignia fue el denominado: Salón
de Otoño de Pintura.
Este
certamen, nacido en el ultimo cuarto del siglo XX, tuvo su origen en la que fue
Caja de Ahorros y Monte de Piedad de
Plasencia con la vocación de dar a conocer a jóvenes artistas de la pintura,
en cuyo seno pudieran mostrar al mundo sus creaciones.
Sus
inicios fueron modestos, y circunscritos a artistas del entorno más cercano. La
perseverancia y el buen hacer de sus impulsores hizo que, año tras año, fueran
creciendo tanto en la cantidad de los autores que querían colgar sus obras,
como en la calidad y variedad de las pinturas.
Su
prestigio en el mundo de la pintura le llevó a traspasar fronteras, y ser
conocido y valorado a nivel europeo. Colgar sus cuadros en el Salón de Otoño de Pintura fue, para
muchos autores, una forma de darse a conocer en el siempre difícil mundo del
arte.
Con
el tiempo el certamen se hizo itinerante, llegando a cruzar los Pirineos,
siendo en el corazón de Europa un ejemplo del buen hacer de una institución
extremeña de la que pocos tenían noticias.
Miles
de obras colgaron de los testeros de las salas de exposición, y pasaron a
engrosar los fondos artísticos de la Caja
de Ahorros y Monte de Piedad de Plasencia, y más tarde de la que fue Caja de Ahorros de Extremadura.
Pero,
la crisis llegó a las entidades de ahorro popular; arrastrando tras de sí todo
aquello que de bueno tenían. Ni tan siquiera el Salón de Otoño pudo resistir el embate de las incontenibles fuerzas
de la vorágine financiera. Comenzó a languidecer merced, no sólo a la crisis
financiera, sino a la desidia de los que le dejaron abandonado a su suerte. Una
suerte que ha llevado a que los valiosos fondos que se acumularon a lo largo de
décadas, permanezcan arrumbados en obscuros sótanos en los que mueren
lentamente sirviendo de pasto a los roedores.
Quienes
trabajaron y lucharon por hacer grande aquel modesto certamen de pintura tratan,
con dispar éxito, de que las obras que colgaron de sus paredes puedan volver a
ver la luz; y sean, al menos, un recuerdo vivo de lo que antaño fue un gran
proyecto, orgullo de la tierra extremeña.
Las
Obras Benéfico Social de las extintas
Cajas repartieron a lo largo de décadas, y, en casos de siglos, un dividendo social
que tomó múltiples y variadas formas.
Siendo
el Salón de Otoño la más emblemática representación
de ese dividendo social, no fue la más
importante de las que llegaron a la sociedad extremeña.
Largo
y prolijo sería el detallar las materializaciones con las que fue regada por
aquel. Es probable que todos los que desde Extremadura, y otras tierras, lean
estas líneas, hayan sido beneficiados, de manera directa o indirecta, por ese
poco conocido, y reconocido, dividendo
social.
Poder
acudir a teatros, palacios de congresos, o plazas públicas, para disfrutar de
un espectáculo de altura; poder cursar unos estudios universitarios; poder
disfrutar de una beca de estudios, sin la que la Universidad sería algo
inalcanzable; son algunas de los cientos de manifestaciones de lo que un día
fue una gran labor social.
Hoy,
poco o nada de todo aquello, permanece vivo.
Aquel
bello y esbelto cisne que fue la Obra
Social de las Cajas de Ahorros perece de la misma forma que lo hace sobre el
escenario en la obra de Piotr Ilich Chaikovsky.
La
última gran crisis económica, no sólo se ha llevado por delante empresas,
puestos de trabajos, e ilusiones. Con ella ha desaparecido buena parte de lo
que, otrora, fue el gran soporte de la vida cultural española. Un soporte que
permitía, al pueblo llano, tener
acceso a ese mundo de la cultura del que tan necesitado está nuestro país.
Ya
no se verán, o se verán poco, a los grupos de cómicos que alegraban las plazas
de los más recónditos lugares de nuestra geografía. Tampoco serán repuestos los
bancos en los que nuestros mayores descansaban sus doloridos cuerpos, mientras veían
pasar la vida acariciados sus curtidos rostros por los tibios rayos del sol de
primavera.
Mucho
se perdió, sí; pero, hay cosas que nunca podrán ser recuperadas.