Desde
que el Homo Sapiens apareció, dicen
algunos expertos que el continente africano, hasta nuestros días el Hombre ha
migrado con existo dispar.
Las
razones y las causas de estos movimientos migratorios han sido, y, son,
diversas; pero, no han variado a lo largo de milenios.
El
inicial nomadismo del Hombre, necesario para la búsqueda del sustento del
individuo, y más tarde de la prole, dio paso a una forma de vida más
sedentaria, en la que los desplazamientos cambiaron su razón de ser.
El
instinto, primero, y la voluntad, después guiaron la dispersión del Hombre por
la faz de la Tierra. Si el primero busca la supervivencia de la especie, la
segunda era una razón más concreta y meditada. El individuo tomó conciencia de
su etnia, de sus orígenes, y un sentimiento de prelación frente a otros
individuos surgió como valor del Grupo Social acrecentado a lo largo de cientos
de años.
La
necesidad de la búsqueda de nuevos horizontes movía a los Hombres. Unos
horizontes que, en buena medida, querían ser la base de una supremacía de un
Grupo Social frente a otro.
Las
migraciones comenzaron a tener un sentido de conquista, y se basaron en la
aniquilación de otros Grupos para ocupar su lugar, y engrandecer el poder del
vencedor. Es en este momento en el que el Hombre dejó de ser libre, y surgieron
los esclavos; quienes a su vez se vieron obligados a huir, es decir, a emigrar
para huir de esa esclavitud buscando lugares nunca explorados por el hombre,
pero no por ello deshabitados.
Nuevos
espacios de bienestar fueron descubiertos, y hacia ellos se lanzaron aquellos
que veían en esos espacios nuevos, un futuro más prospero alejados de las penurias.
Nuevas
rutas abiertas por comerciantes y mercaderes se desplegaron hacia los cuatro
puntos cardinales, y por ellas comenzaron a transitar a lo largo de los siglos
millones de seres humanos, continuando el largo, y no concluido peregrinar, que
miles de años atrás iniciaron los Homo Erectus.
Ese
flujo y reflujo de la marea humana, nunca
interrumpido, como en todo lo que afecta al Destino de los Hombres, se ha saldado
con dispar resultado; las más de las veces con dolor y sufrimiento.
Cerca
o lejos de sus orígenes el Hombre descubrió que la vida no era placentera, que
las fatigas y las miserias no les habían abandonado. Que miles de victimas
quedaban esparcidas a lo largo y ancho del tortuoso camino, en una inalcanzable
búsqueda de su propio bienestar.
Las
locuras de unos pocos suponían el derramamiento de sangre de miles de víctimas.
Nada
de lo reseñado, como reflejo de un hecho de evolución social, ha cambiado a lo
largo de los siglos. Las personas, son diferentes; pero, las razones, y los
resultados son los mismos.
El
mundo actual; ese en el que la visión directa de las miserias humanas nos hace
poner cara de estupor; no es en nada diferente al mundo que existió muchos
siglos atrás.
Hoy,
al igual que ayer, un esfuerzo titánico es “recompensado”,
en el mejor de los casos, con una miseria soportable; pero, miseria, al fin y
al cabo.
La
fuerza motriz que impulsaba el instinto de supervivencia es la misma que hoy
sigue moviendo a quienes se arrojan en brazos del Destino, dejando su vida en
manos del acaso.
Al
igual que unas olas migratorias desalojaron a las que les precedieron; el siglo
XXI, de nuestra Era, nos muestra los mismos resultados que hubo muchos siglos
atrás. El empuje de unos es rechazado por la resistencia de otros que, lejos de
aceptar que los de fuera ocupen su lugar, ven una amenaza para su propia supervivencia.
A
pesar del duro peregrinar que es la vida para el Hombre, la defensa de ella se
antepone a cualquier otro deseo innato que nos acompaña. Y en esa lucha todos
ponemos hasta el último gramo de nuestro ser.
Las
corrientes migratorias, al igual que el curso de los ríos, puede cambiar;
incluso desaparecer en apariencia. Sin embargo, no es así.
Mientras
las mismas causas que llevaron al Homo
Sapiens a comenzar su andadura por la faz de la Tierra persistan, la búsqueda
de una vida mejor continuará.
Hoy
parece todo más complejo; pero, en realidad no lo es. Causas, y efectos, son
los mismos que hace miles de años.
La
vida es dolor y sufrimiento. Es irrelevante en qué circunstancias se viva. Sentado
en un sillón de un asentado país, en una patera
a la deriva, o en un campo de refugiados dejado de la mano de Dios.